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La Verdad, no la influencia personal, sana

Del número de junio de 1981 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Todo aquel que ama la Ciencia Cristiana anhela practicar la verdadera curación espiritual. Y esto se hace posible porque el Cristo, la idea de Dios siempre presente, está con nosotros, mostrándonos el método científico de la curación a la manera del Cristo.

A veces, la oración de un Científico Cristiano no es eficaz porque se sustenta en un plano humano, personal y limitado. Puede que el individuo que da el tratamiento se considere a sí mismo una persona bastante buena que trata metafísicamente a otra que necesita ser mejor.

Sin embargo, la Sra. Eddy, que comprendió la manera en que Jesús curaba, enseñó que la verdadera curación no se realiza por medio de la mente humana ni se origina en la bondad personal.

En cierto momento, al referirse a la forma en que se produce la curación en el tratamiento de la Ciencia Cristiana, nuestra Guía explicó cómo no se obtiene la curación: “No se trata de una mente influyendo a otra; no es la transferencia de imágenes humanas de pensamiento a otras mentes; no está apoyada por el testimonio que se presenta ante los sentidos personales — la Ciencia contradice este testimonio; no es de la carne, sino del Espíritu. Es el advenimiento de Cristo, que destruye el poder de la carne; es la derrota del error por la Verdad; lo cual, al comprenderse, capacita al hombre para elevarse por encima del testimonio de los sentidos, asirse de las eternas energías de la Verdad, y destruir la discordancia mortal con la armonía inmortal — las grandiosas verdades del ser”.Escritos Misceláneos, págs. 96–97.

El poder del Cristo, la Verdad, se manifiesta al practicista, o sanador, cuando en vez de tratar de transmitir buenos pensamientos sobre la Verdad a otro individuo, el practicista reconoce que la Mente divina, o la Vida, Dios, es la sustancia de la verdadera identidad del paciente. El Científico Cristiano cura espiritualmente reconociendo que el Espíritu, Dios, es Todo-en-todo. La oración es eficaz cuando se eleva por encima de la evidencia de la materia y el pensamiento mortal hasta el entendimiento espiritual, mediante el cual se percibe que el paciente ya es, y siempre ha sido, perfectamente sano y armonioso como idea de Dios.

Sin embargo, la curación a la manera del Cristo requiere que el practicista se empeñe en ser gobernado por el espíritu a la manera del Cristo, o la bondad pura, que Jesús expresó tan efectivamente. Un estudio de las Bienaventuranzas contenidas en el Sermón del Monte (véase Mateo 5:1–12) revela que cada una de ellas tiene que ver con alguna fase de la bondad: humildad, misericordia, pureza, pacificación, el pensamiento contrito del apenado y la receptividad del podre de espíritu. La bondad es la transparencia por conducto de la cual obra el poder de Dios. O, para decirlo más sucintamente, la bondad armoniza los pensamientos del practicista con los sagrados elementos de la Mente divina, que es el verdadero sanador.

Este ideal del Cristo, que el practicista ora para expresar, es benévolo, compasivo, moralmente valiente, paciente, y no condena. Cuando practicamos la curación en la Ciencia Cristiana para los demás, debemos ser buenos en el sentido de ser justos, de amar y ser puros, porque Dios, el bien divino, es el sanador.

A veces, los practicistas pueden ser tentados a sentirse como pequeños dioses. Pueden sentir, tal vez inconscientemente, que por el hecho de que han orado tanto, su opinión con respecto al curso de acción para un paciente es la única acertada. Sin embargo, la verdadera curación se realiza cuando Dios le revela la respuesta al paciente. En el caso de un problema de relaciones humanas o de negocios, puede que la solución correcta para el paciente sea bien diferente de la que el practicista cree preferible. Pero el practicista, si es fiel en saber que el paciente es, en verdad, la idea de Dios, completamente obediente a la Verdad, Dios, y gobernado por la Verdad, Dios, no querrá imponerle al paciente lo que tiene que hacer ni cuestionará sus decisiones.

Los practicistas no poseen ninguna sabiduría especial para decir a la gente si deben casarse o divorciarse, qué decisión deben adoptar con respecto a sus negocios, dónde y cuándo solicitar instrucción en clase en la Ciencia Cristiana. Sin embargo, están aprendiendo una sabiduría más elevada, aprendiendo que Dios es la única Mente del hombre, y que sólo la Mente divina gobierna a Sus hijos. Confían en que su reconocimiento espiritual de esta verdad ayudará a otros a encontrar su camino de acuerdo con la infalible dirección de la Mente.

Cristo Jesús se cuidó de no dejarse engañar por el sentido personal de la bondad que aconseja humanamente a los demás. “Maestro, di a mi hermano que parta conmigo la herencia”, le pidió un hombre que esperaba que Jesús se pusiera de su parte. Pero la sublime naturaleza de Jesús como la expresión del Cristo le dio no sólo la sabiduría necesaria para abstenerse de dar consejo personal sino también la percepción espiritual que lleva a los demás a un reino más elevado del bien. Jesús contestó: “Hombre, ¿quién me ha puesto sobre vosotros como juez o partidor?” Esta respuesta indica que el Maestro se rehusó a actuar como árbitro, y agregó, además: “Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee”. Lucas 12:13–15. El Maestro ejemplificó así la meta del practicista: elevar el pensamiento de su paciente a la verdad del ser. En ese nivel, se entiende que la prosperidad y la justicia son cualidades espirituales del pensamiento, que son riquezas eternas, la verdadera solución a las necesidades humanas.

Mientras nos creamos sanadores personales sentiremos el gran peso de la responsabilidad por el bienestar de nuestros pacientes. Disfrazada de benevolencia, la falsa responsabilidad quisiera mantener el poder sanador de la Verdad en un plano limitado, restándole así su eficacia. La Sra. Eddy nos dice en Ciencia y Salud: “La Ciencia Cristiana es la ley de la Verdad, la cual sana a los enfermos sobre la base de la Mente única, o sea Dios. No puede sanar de ningún otro modo, ya que la titulada mente mortal humana no es sanadora, sino que causa la creencia en la enfermedad”.Ciencia y Salud, pág. 482.

La curación se realiza por medio de la actividad del Cristo, la Verdad, en la consciencia humana. Puesto que una relación desagradable, la enfermedad física y el pecado son errores del pensamiento — es decir, que son sólo la creencia de que Dios está ausente —, la presencia de la Verdad misma en la consciencia puede destruir la creencia. Cuando nos aferramos a la verdad acerca de Dios y del hombre, esta verdad se convierte en la sustancia y actividad de la consciencia. La Verdad disipa el error, reemplazándolo con la manifestación de Dios.

Si el practicista y el paciente afirman con vigor y fidelidad que la verdadera identidad del hombre en la Mente está exenta de pecado y enfermedad, el Cristo, en los modos ordenados por Dios, revelará la verdad espiritual sanadora al paciente y corregirá su creencia en la discordia material. Cuando estudiamos las demostraciones que hizo Jesús del poder sanador del Cristo, vemos que él no asumía una responsabilidad personal por la curación. Jesús dijo: “¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras”. Juan 14:10.

La espiritualidad eleva a los que necesitan curación hacia una percepción más clara del reino de Dios, la consciencia de la salud perfecta, la felicidad y la armonía, donde el hombre ya está establecido en la libertad del Amor divino. La espiritualidad es también una protección y una ayuda para el practicista que le mantiene fuera del mundo de los errores, el sentido personal, la crítica, los consejos humanos y el diagnóstico médico; la espiritualidad sustenta su tratamiento en el único fundamento que hay, la Mente divina. La espiritualidad le confiere poder y gracia y lo eleva con la verdad del ser que afirma para los demás.

La Sra. Eddy escribió cierta vez a un estudiante: “La curación será más fácil e inmediata cuando comprendas que Dios, el bien, es todo, y que el bien es Amor. Debes conquistar el Amor y perder el falso sentido que se llama amor. Debes sentir el Amor que nunca falla: ese perfecto sentido del poder divino en virtud del cual la curación deja de ser poder para convertirse en gracia. Entonces tendréis el Amor que echa fuera el temor, y cuando el temor haya desaparecido, la duda habrá desaparecido y tu trabajo estará hecho. ¿Por qué? Porque nunca estuvo deshecho”.We Knew Mary Baker Eddy (Boston: La Sociedad Editora de la Ciencia Cristiana, 1979), págs. 90–91.

Debemos orar para que nuestro trabajo de curación sea elevado al reino de la verdadera curación espiritual, en el cual el Cristo sin esfuerzo alguno sustenta nuestro trabajo y nuestros pacientes sienten la presencia real de Dios con ellos.

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