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Buscando a Tiki

Del número de octubre de 1982 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hacía mucho tiempo que Cristóbal y Jaime querían tener un perro. De modo que se sintieron muy contentos cuando un amigo les ofreció un perrito lanudo, con suave pelo plateado, llamado Tiki.

Los dos niños quieren mucho a Tiki y ellos mismos se ocupan de cuidar de él. Los tres corren y juegan juntos durante horas en el patio. Para uno de sus juegos favoritos, usan un sombrero viejo de piel que su mamá les dio. Los niños lo arrojan tan lejos como pueden. Entonces, Tiki atraviesa el patio como una flecha en busca de su juguete. Una vez que lo sujeta firmemente con los dientes, brinca por el césped, prácticamente rogándole a Cristóbal y a Jaime que lo atrapen. Cuando ellos finalmente alcanzan al perrito, él deja que le quiten el sombrero y el juego vuelve a empezar.

Un día, mientras ellos estaban fuera de la casa con Tiki, vino a visitarlos su primo Esteban. Mientras los tres niños jugaban en el cajón de arena, Tiki se deslizó sigilosamente fuera del patio a través del portón que había quedado abierto. No fue hasta después de haberse ido Esteban que la mamá se dio cuenta de que Tiki no estaba.

Comenzaron a llamarlo, pero contrariamente a lo que siempre hacía, no apareció. Subieron en sus bicicletas y fueron a buscarlo a los lugares favoritos de Tiki en el vecindario. Pero no había rastros de él. Finalmente, la mamá y los niños subieron al auto y recorrieron los alrededores preguntando si alguien lo había visto. Nadie lo había visto. Un hombre dijo que había unos perros grandes cerca de su casa que solían ser bastante malos con los perros más pequeños.

— A lo mejor los perros grandes lo lastimaron — gritó Jaime.

—¿Y qué pudo pasarle si llegó hasta la carretera o hasta las vías del tren? — agregó Cristóbal.

La mamá percibió que lo mejor que podían hacer era recurrir completamente a Dios. De regreso a su casa, les pidió a los niños que pensaran en lo que habían aprendido acerca de Dios en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana.

— Dios está en todas partes — dijo Jaime.

— Dios es Amor — dijo Cristóbal.

— Muy bien — respondió la mamá—. Por lo tanto, el Amor está en todas partes. No importa dónde esté Tiki, el Amor está allí también, cuidando de él. Podemos ayudar a Tiki sabiendo que él no está perdido para Dios. Y eliminando nuestros pensamientos de temor y aferrándonos a los pensamientos verdaderos que Dios nos está enviando.

Cuándo llegaron de regreso a casa era ya la hora de la siesta. Pero no podían dormir sin saber dónde estaba su perrito. De modo que la mamá se quedó con ellos en el dormitorio y les habló acerca de lo que la Sra. Eddy dice en Ciencia y Salud: “La Mente divina mantiene todas las identidades, desde una brizna de hierba hasta una estrella, como distintas y eternas”.Ciencia y Salud, pág. 70.

Como eso es verdad, nada puede quedar fuera del cuidado protector de la Mente, ni siquiera por un instante. Cristóbal recordó la historia de Daniel, que fue echado en el foso de los leones por su lealtad a Dios. Aunque Daniel pasó toda la noche con los leones, no sufrió ningún daño. Él sabía que el Amor estaba con él. A la mañana siguiente le dijo al rey, que se había quedado despierto y preocupado por él: “Mi Dios envió su ángel, el cual cerró la boca de los leones, para que no me hiciesen daño”. Dan. 6:22.

“Daniel no se quedó en el foso de los leones”, les explicó la mamá. “Su comprensión de la presencia del Amor lo liberó del foso. Y nuestra comprensión de que el Amor está presente también va a liberar a Tiki”.

Los niños dejaron de sentir temor, y se quedaron dormidos. Un par de horas después, los despertó el sonar del teléfono. Era un hombre que vivía en otra cuadra. Él y su esposa habían visto a Tiki dando vueltas por allí y decidieron fijarse si tenía en su collar el nombre de su dueño.

Cuando la mamá y los muchachos llegaron a la casa del hombre, encontraron a Tiki jugando con sus nuevos amigos. ¡Hasta le habían dado de comer! Se sintieron muy agradecidos por la gentileza de la pareja que lo había encontrado y así se lo hicieron saber.

Pero más que nada, le agradecieron a Dios por estar en todas partes.

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