Hace algunos años, el servicio telegráfico de Prensa Asociada publicó una información sobre un hombre que fue descubierto después de haber estado escondido durante más de tres décadas. Temeroso de sufrir posibles represalias tras la victoria de fuerzas contrarias en Yugoslavia durante la Segunda Guerra Mundial, este hombre se sentenció a sí mismo prácticamente al exilio y al aislamiento en la buhardilla de la granja de su hermana. El temor lo había separado de la sociedad durante la mitad de su vida.
La Biblia, sin embargo, describe una clase de “refugio” diferente. Uno que libera en lugar de aprisionar. Uno que protege e infunde valor para enfrentar los problemas de la vida en vez de permitir que se evada la responsabilidad. Es la clase de “refugio” que proporciona seguridad espiritual contra las influencias agresivas y corruptoras de la materialidad y el pecado. Nos permite separarnos de lo mundano pero no nos hace aislarnos del mundo.
Un amado Salmo dice que esta seguridad espiritual significa habitar “al abrigo del Altísimo”, a salvo “bajo la sombra del Omnipotente”. Aquí, Dios es nuestro “refugio” y “fortaleza”. Y Él “a sus ángeles mandará acerca de ti, que te guarden en todos tus caminos”. Salmo 91:1, 2, 11.
Un escritor del Nuevo Testamento dice sencillamente: “Vuestra vida está escondida con Cristo en Dios”. Col. 3:3. J.B. Phillips ofrece esta interpretación: “Vuestra vida verdadera es una que está escondida en Dios, mediante el Cristo”.The New Testament in Modern English, ed. rev. (New York: The Macmillan Company, 1972).
El Cristo, la actividad omnipresente del Amor divino, actúa en nuestra experiencia para elevar y redimir, para guiarnos en el camino hacia la unidad consciente con Dios. El Cristo revela a todo corazón el hecho espiritual de que la vida verdadera del hombre es la expresión de la Vida divina. El hombre existe como idea de la Mente infinita. Y esta manifestación de Dios, Su imagen y semejanza exacta, coexiste eternamente con el creador. Cuando reconocemos esta verdadera relación con Dios, vemos que el hombre creado por el Espíritu no puede sufrir daño o enfermedad, ser objeto de abuso o explotación, ni ser privado de su alegría y vitalidad naturales. Habitando cerca de nuestro Padre-Madre, Dios, lo natural será gozar de inocencia, pureza y espontaneidad.
No obstante, en medio del ruido y alboroto de los asuntos humanos, a menudo sentimos la necesidad de encontrar un santuario, un lugar tranquilo para la oración y el refrigerio espiritual. Puede ser que estemos haciendo frente a cambios inquietantes en nuestra carrera profesional o a problemas en la familia, o a una enfermedad crónica que deprime nuestras energías mentales y físicas. El “refugio” de comunión con Dios provee un puerto seguro donde podemos entrar para protegernos de la tormenta y recurrir humildemente a la Mente divina para saber qué es menester hacer. Entonces, reconociendo atentamente el gobierno de la Mente divina, somos abastecidos de la verdad espiritual y renovada inspiración; el Cristo emerge en la consciencia y calma la turbulencia.
Cuando sentimos y vivimos la presencia inmediata del Amor divino tenemos una armadura impenetrable: una maravillosa abundancia de bien que nos rodea. La Sra. Eddy escribe: “Revestido con la panoplia del Amor, el odio humano no podrá alcanzarte”.Ciencia y Salud, pág. 571. Ni la enfermedad ni el pecado podrán alcanzarnos. A medida que nos elevamos hasta la consciencia que sólo conoce y expresa el Amor divino, nada puede contaminar nuestra pureza y bondad. Y podemos probar que la enfermedad no es contagiosa, que la discordia no puede transmitirse o comunicarse de una persona a otra. En realidad, cada uno de los hijos de Dios habita al abrigo del amor del Padre, donde ninguna plaga puede acercarse.
Es necesario, sin embargo, ejercer cierto grado de cuidado a medida que procuramos encontrar el “refugio” especial de nuestra unidad con Dios. Tenemos que estar alerta para no confundir el habitar “al abrigo del Altísimo” con el subirse a una torre de marfil mental, inalcanzable e inaccesible para la humanidad y muy apartada de sus necesidades. Un falso sentido de aislamiento religioso algunas veces es concomitante de un concepto exagerado de importancia propia. La humildad genuina y el deseo desinteresado de estar siempre listo para responder al llamado de nuestro vecino cuando necesita consuelo o curación indica que la religión es vivida.
El cristiano que se esfuerza por seguir a Cristo Jesús no se separará de la humanidad. Ciertamente necesitamos momentos a solas en la cima de la montaña, momentos para hablar sinceramente con nuestro Hacedor, para escuchar las direcciones del Amor, para calmar el clamor de la confusión y las tentaciones del mundo material, para renovar nuestra inspiración espiritual. Jesús necesitó esos momentos de tranquilidad, y los tuvo. Pero escondernos entre las rocas e ignorar las necesidades de la humanidad, pensando solamente en las penurias y angustias personales, esto Jesús jamás lo hizo. Ni debemos hacerlo nosotros.
Nuestro Maestro usó su “refugio” como una oportunidad de prepararse para extender su ministerio sanador. Su amor era demasiado verdadero, era demasiado impulsado por Dios, para que él se retirara de un mundo que necesitaba de su amor. En su Sermón del Monte, el Salvador proclamó que sus discipulos serían la “luz del mundo” y que la luz no era para ser escondida. Dijo: “Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa”. Mateo 5:14, 15.
De manera que el amor es la clave para encontrar nuestra vida escondida con Cristo, pero sin esconder nuestra luz. Sentir un amor puro hacia Dios y el hombre — amor desinteresado — es la esencia de las enseñanzas y obras de la vida de Jesús. Cuando amamos el bien y lo vivimos, aquí y ahora, no existe un lugar sobre la superficie de la tierra — o en ninguna otra parte — donde se esté más a salvo. El Amor divino es supremo, gobernando y protegiendo cada paso que damos. La Sra. Eddy señala: “Entendiendo el dominio que el Amor mantenía sobre todo, Daniel se sintió seguro en el foso de los leones, y Pablo probó que la víbora era inofensiva”.Ciencia y Salud, pág. 514.
En ambas de estas circunstancias en que la vida se vio amenazada, hubo prueba de que el verdadero ser del hombre está escondido en Dios. Pero la demostración del poder protector del Amor tuvo un efecto de mucho mayor alcance que el proporcionar seguridad a dos personas. En el caso de Daniel, la Biblia nos dice, el resultado fue la concesión de libertad religiosa, en toda una nación, para los que adoraban al único e infinito Dios. La experiencia de Pablo estableció la base para el extraordinario ministerio sanador que realizó durante los tres meses que pasó en la isla de Malta después de su naufragio.
Todo aquel que vislumbra el poder sanador y redentor del Cristo, la Verdad, tiene hoy por realizar una misión impelida por Dios: un ministerio sanador, un ejemplo viviente de pureza y ánimo espiritual, un tierno interés por la humanidad. Cuando demostramos que nuestra vida está escondida con Cristo, el Cristo brilla a través de ella. Y el espíritu del Cristo siempre encuentra respuesta en el corazón que sinceramente anhela conocer a Dios. El amor de Dios que todo lo abarca nos proporciona un refugio imperturbable a medida que abrazamos libremente a todos Sus seres queridos. ¿Y no es cierto que todo el mundo es amado de Dios?