Hace algunos años, el servicio telegráfico de Prensa Asociada publicó una información sobre un hombre que fue descubierto después de haber estado escondido durante más de tres décadas. Temeroso de sufrir posibles represalias tras la victoria de fuerzas contrarias en Yugoslavia durante la Segunda Guerra Mundial, este hombre se sentenció a sí mismo prácticamente al exilio y al aislamiento en la buhardilla de la granja de su hermana. El temor lo había separado de la sociedad durante la mitad de su vida.
La Biblia, sin embargo, describe una clase de “refugio” diferente. Uno que libera en lugar de aprisionar. Uno que protege e infunde valor para enfrentar los problemas de la vida en vez de permitir que se evada la responsabilidad. Es la clase de “refugio” que proporciona seguridad espiritual contra las influencias agresivas y corruptoras de la materialidad y el pecado. Nos permite separarnos de lo mundano pero no nos hace aislarnos del mundo.
Un amado Salmo dice que esta seguridad espiritual significa habitar “al abrigo del Altísimo”, a salvo “bajo la sombra del Omnipotente”. Aquí, Dios es nuestro “refugio” y “fortaleza”. Y Él “a sus ángeles mandará acerca de ti, que te guarden en todos tus caminos”. Salmo 91:1, 2, 11.
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