El deseo de usar drogas procede básicamente de un falso sentido de identidad. En realidad, la identidad de cada uno es perfecta, espiritual, perpetuamente armoniosa. Esta identidad existe en perfecta unidad con la Mente, Dios, y con todo Su universo de ideas. Sin embargo, la mente mortal (el término que la Ciencia Cristiana adopta para definir una supuesta mente aparte de la Mente) trataría de argüir que poseemos una incompleta identidad material que debe completarse ingiriendo alguna forma de materia. Las drogas pretenden ofrecer alegría, relajación, o una forma de escape — hasta mayor audacia en los deportes — que los mortales anhelan.
Esta búsqueda de una identidad completa en la materia es el resultado de permitir que nos limiten las creencias mortales, opuestas a nuestra verdadera identidad, nuestra identidad semejante al Cristo. El deseo de vernos “completos” materialmente ante los ojos de un grupo de compañeros, da a las drogas cualquier encanto (y la palabra “encanto” significaba originalmente “hechizo mágico”) que parezcan tener. Este “hechizo” ha de verse como carente de poder para afectar la identidad verdadera y perfecta del hombre, puesto que Dios es todo poder.
El reino de las ideas de Dios es ese estado de bienaventuranza en que el hombre refleja creatividad, belleza, satisfacción, la gloria del Espíritu, del Alma. La sociedad ofrece sólo ocasionalmente vislumbres de este ideal. Pero a menos que rechacemos el cuadro que presenta una sociedad humana imperfecta y lo reemplacemos con la realidad — la familia de las ideas perfectas de Dios en la que eternamente estamos incluidos — podríamos sentir la tentación de recurrir a alguna forma de materia para que nos provea de lo que parece faltar en nuestro diario vivir. El hombre es la idea completa del Espíritu, del Alma, y por ser reflejo incluye eternamente todo lo que pueda necesitar. Sólo una percepción más clara de este hecho puede llenar el vacío que acompaña la inmersión en un falso sentido material de las cosas.
Ya sea en forma de heroína, alcohol, marihuana, tabaco, LSD, cocaína, anfetaminas, o cualquier otra cosa, las drogas pretenden perpetuar su influencia ejerciendo una atracción material e ilusoria. Podemos contrarrestar esto comprendiendo las siguientes palabras de la Sra. Eddy que se encuentran en Ciencia y Salud: “Sólo hay una atracción real, la del Espíritu”.Ciencia y Salud, pág. 102. La consciencia verdadera es impecable, santa, inocente. Sólo puede ser atraída hacia el bien; es inseparable del bien. Únicamente el Espíritu, que es eternal y, por consiguiente, no contiene elemento destructivo alguno, puede ser bueno. Y porque el bien es Dios y posee todo el poder, no existe en realidad ninguna otra atracción. Aceptar este hecho como la verdad acerca de nosotros mismos y de todo el mundo contribuirá a negar el supuesto poder de la materia para ejercer una atracción mesmérica sobre cualquier persona.
Algunas personas justifican el uso de drogas arguyendo que éstas nos ayudan a sentirnos relajados, tanto en privado como durante alguna actividad social. Creer esto sólo refuerza la creencia en la inaptitud individual o social, puesto que estaríamos aceptando que la tensión o la inhabilidad para comunicarnos es parte del verdadero ser. Cualesquiera que sean las cualidades que las drogas pretendan ofrecer — inspiración, compañerismo, armonía — es menester ver que estas cualidades son ya tanto parte de nosotros como de los demás. Cuando hacemos esto, desempeñamos un importante papel al rechazar la creencia general de que tales cualidades requieren un medio material para su expresión y que la gente necesita drogas para relajarse o para ser sociables. A medida que se vea más claramente que las drogas más bien impiden que promueven el desarrollo de cualidades deseables, la dependencia en las drogas disminuirá progresivamente.
En realidad, el hombre es el reflejo del Alma y, por lo tanto, la armonía y la serenidad son inherentes a él. Al afirmar que esto es un hecho actual, encontramos que no necesitamos de una ayuda material para relajarnos, ni en privado ni en público. Poco después de haber yo aceptado la Ciencia Cristiana, hice grandes esfuerzos por dejar de fumar, pero sin éxito. Logré mi liberación cuando decidí tratar el deseo de fumar como una sugestión hipnótica. Siempre que me venía al pensamiento que deseaba un cigarrillo, declaraba que esta sugestión carecía de poder, origen o realidad puesto que Dios es la única fuente verdadera del pensamiento y de Él sólo pueden provenir buenos pensamientos. Pronto desapareció no tan sólo el deseo de fumar, sino el de ingerir bebidas alcohólicas y otras drogas.
La gente a veces afirma que las drogas producen una experiencia mística o casi religiosa. Se dice que la droga LSD produce un estado de consciencia imposible de describir en lenguaje corriente. En los estados mentales extremos producidos por esta droga, el que la usa puede experimentar una sensación de horror existencial, de que el cuerpo se disuelve en electricidad o un sentido de que la naturaleza de todo el mundo material es ilusoria.
Hace unos diez años yo usé LSD. En varias ocasiones el experimento fue aterrorizador. El mundo entero parecía disolverse en un caos. Lo que la gente normalmente acepta como realidad era visto como una ilusión descomunal, como una forma de autodecepción cósmica. Pero no tenía nada que poner en su lugar, y mi condición mental se volvió intolerable. Cuando estas sensaciones se repitieron sin haber tomado la droga sentí que había perdido toda esperanza.
Lo extremo de mi situación, sin embargo, me forzó a desarrollar un interés en filosofía y religión, a tratar de descubrir si realmente había algún sentido bajo la falta de sentido que tan intensamente me agobiaba. Esta búsqueda me condujo a la Ciencia Cristiana. Una de las cosas que alentaron mi interés es que esta religión, ciertamente, enseña la naturaleza ilusoria de una existencia mortal. Sin embargo, no deja el asunto ahí, sino muestra que más allá de esta ilusión existe una realidad, una realidad ideal de la que el mundo material es una distorsión, una parodia. Muchos grandes pensadores, desde los antiguos filósofos griegos hasta el presente, han explorado conceptos que van más allá de la materia; pero la Ciencia Cristiana verdaderamente prueba la realidad de la perfección, de la totalidad de Dios, por medio de la curación. A medida que obtenemos un sentido más claro del universo ideal, la objetivación del pensamiento mortal, llamada el universo material, se mejora. El resultado de mi estudio de la Ciencia fue el logro de una paz mucho más profunda de la que jamás había sentido.
Una de las consecuencias del problema de las drogas es que podría obligar a la humanidad a percibir cuán perjudiciales son las drogas, incluso las que son aceptadas por la sociedad. Hasta cierto punto ya ha llevado a la gente a ver la futilidad de reprender a un niño por fumar marihuana mientras que los adultos beben alcohol y fuman cigarros. Es alentador ver que en las últimas décadas más y más personas han comenzado a rebelarse contra el prolongado e ignominioso reino del tabaco. Manteniendo en la consciencia la identidad pura y completa del hombre real, la humanidad progresivamente se liberará de tener que recurrir a la materia en cualquier forma para sentirse satisfecha.
Cuando sintamos la tentación de condenar a otros por usar drogas, deberíamos prestar atención a estas palabras de Cristo Jesús: “Saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano”. Mateo 7:5. ¿Se ha convertido la televisión en un narcótico? ¿Estamos permitiendo que nos domine y manipule, en lugar de ser selectivos al usarla prestando atención a su calidad? ¿Estamos dejando que nuestro trabajo se convierta en una actividad tediosa que nos hace olvidar nuestra verdadera naturaleza en vez de ser un medio para descubrir y expresar esa naturaleza? ¿Se ha convertido nuestro trabajo en la iglesia en una rutina carente de inspiración? ¿Es nuestra vida social una serie de compromisos sin sentido en lugar de una manera de expresar el Cristo a otros? En otras palabras, ¿tenemos dominio sobre nuestra vida? Si no, ¿no somos, en cierto modo, tan adictos como el toxicómano de la esquina?
Si se quedan sin descubrir y tratar, los hábitos ocultos de la vida diaria podrían minar tanto la sociedad como la iglesia. A medida que expresamos el gozo, la creatividad, la inspiración y el dominio con los que cuenta nuestra verdadera naturaleza, aquellos aspectos de la vida cultural, industrial, religiosa y social, que apoyan la dependencia en las drogas, desaparecerán en cierta medida. El mundo se asemejará más a la realidad espiritual, donde se percibe cabalmente que la naturaleza verdadera, intacta e impecable del hombre es nuestra única naturaleza.