El deseo de usar drogas procede básicamente de un falso sentido de identidad. En realidad, la identidad de cada uno es perfecta, espiritual, perpetuamente armoniosa. Esta identidad existe en perfecta unidad con la Mente, Dios, y con todo Su universo de ideas. Sin embargo, la mente mortal (el término que la Ciencia Cristiana adopta para definir una supuesta mente aparte de la Mente) trataría de argüir que poseemos una incompleta identidad material que debe completarse ingiriendo alguna forma de materia. Las drogas pretenden ofrecer alegría, relajación, o una forma de escape — hasta mayor audacia en los deportes — que los mortales anhelan.
Esta búsqueda de una identidad completa en la materia es el resultado de permitir que nos limiten las creencias mortales, opuestas a nuestra verdadera identidad, nuestra identidad semejante al Cristo. El deseo de vernos “completos” materialmente ante los ojos de un grupo de compañeros, da a las drogas cualquier encanto (y la palabra “encanto” significaba originalmente “hechizo mágico”) que parezcan tener. Este “hechizo” ha de verse como carente de poder para afectar la identidad verdadera y perfecta del hombre, puesto que Dios es todo poder.
El reino de las ideas de Dios es ese estado de bienaventuranza en que el hombre refleja creatividad, belleza, satisfacción, la gloria del Espíritu, del Alma. La sociedad ofrece sólo ocasionalmente vislumbres de este ideal. Pero a menos que rechacemos el cuadro que presenta una sociedad humana imperfecta y lo reemplacemos con la realidad — la familia de las ideas perfectas de Dios en la que eternamente estamos incluidos — podríamos sentir la tentación de recurrir a alguna forma de materia para que nos provea de lo que parece faltar en nuestro diario vivir. El hombre es la idea completa del Espíritu, del Alma, y por ser reflejo incluye eternamente todo lo que pueda necesitar. Sólo una percepción más clara de este hecho puede llenar el vacío que acompaña la inmersión en un falso sentido material de las cosas.
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