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Me enteré de la Ciencia Cristiana en 1950.

Del número de octubre de 1982 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Me enteré de la Ciencia Cristiana en 1950. En ese tiempo un amigo me dio un ejemplar de Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, prometiéndome que si yo devoraba este mensaje sanador, el libro podía cambiar mi vida. Estuvo en lo cierto. Finalmente lo hizo, pero no hasta que una falsa y obstinada actitud fue completamente desarraigada.

Al principio, leí el libro ávidamente. Pero sin saberlo, bebí solamente la letra de esta obra, desatendiendo el espíritu del Principio divino, el Amor, el cual impregna las enseñanzas de este extraordinario libro de texto. Con la ayuda de practicistas de la Ciencia Cristiana en diferentes ocasiones, recibí muchas pruebas de que la Ciencia Cristiana verdaderamente cura. Sin embargo, mis propias oraciones para sanar parecían ser infructuosas, porque aún no había yo practicado, ni había en efecto, aprendido “la parte vital” de la Ciencia. La Sra. Eddy nos dice en (Ciencia y Salud, pág. 113): “La parte vital, el corazón y el alma de la Ciencia Cristiana, es el Amor”.

Como no estaba firmemente arraigado en el espíritu de la Palabra, gradualmente comencé a perder interés en la Ciencia. El estudio diario de la Lección Bíblica en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana, se volvió una tarea ritualista más que un medio de obtener inspiración y revelación espiritual, y frecuentemente lo posponía. A menudo cuando estudiaba esta lección tenía la idea de que ya había oído todo esto antes. Pronto, movido por una serie de sucesos, me retiré totalmente de la Ciencia Cristiana. Después fui de una iglesia a otra, tratando en vano de captar un elemento de verdad; pero ninguna me satisfizo.

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