El tratamiento sanador de la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens) procede de una vida que concibe la inmensidad y supremacía del Amor divino, una vida que expresa profundamente al Amor. Tal ayuda espiritual recibe su poder del Amor. Una comprensión mayor de que Dios es Amor siempre presente es la base para dar tratamiento con convicción absoluta. Nuestro propio cuidado, o el provisto a un paciente, no tiene jamás que descansar sobre la incertidumbre, la duda o el temor.
Si la curación verdadera fuera simplemente un procedimiento para reparar la materia, entonces cualquier método de tratamiento materialmente físico o hasta materialmente mental que se escoja, podría ser lógico. Pero la oración que genuinamente sana es resultado de la certeza de que Dios es Amor ilimitado, de que Él cuida de Su hijo, el hombre. El hombre es espiritual; refleja la perfección de Dios. Sentir un amor sincero por este hecho, juntamente con la compasión natural que tal amor inspira, es lo que conduce a la curación cristiana. Cuando nos sometemos al hecho trascendental de la entereza propia del hombre como el representante de Dios, amado por Él, estamos dejando entrar en nuestra vida el poder regenerador del Cristo, un poder que transforma el pensamiento del pecador y alivia el dolor del enfermo.
La Biblia nos asegura: “En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor”. 1 Juan 4:18. Es ésta la verdad sólida que capacita al practicista para liberar al paciente de la enfermedad. Es también una norma profunda para que el practicista observe en su propio pensamiento.
El hecho de que el practicista está recurriendo al Amor divino para que lo motive; que siente aprecio espiritual por su prójimo; y que ha demostrado consecuentemente en su vida la Ciencia Cristiana, lo cual le ha dado plena confianza en su validez, todo esto abre el camino para el tratamiento sin temor. Cuando verdaderamente amamos nuestro trabajo y nos interesamos profundamente por la persona por la cual estamos orando, ya sea que se ore por otra persona o por uno mismo, estamos sobre una plataforma edificada por encima del temor. El sanador que discierne su propia relación pura con el Amor está trabajando desde un punto de vista verdaderamente científico, y así se demuestra que el hombre existe completamente libre de ansiedad.
El médico, que basa la curación de la enfermedad sobre la suposición de que la materia es la sustancia del ser del hombre, ha colocado su trabajo sobre una base floja. Pero el practicista de la Ciencia Cristiana reconoce que sólo el Amor es sustancia, y que el hombre está abrazado por el tierno cuidado del Amor. Con esta base el sanador es fortalecido y siente un valor divinamente impulsado.
Mary Baker Eddy contrasta un enfoque médico y otro espiritual para sanar, e ilustra los dos estados subyacentes de pensamiento, el temor y el valor. Refiriéndose como ejemplo a un caso de enfermedad de los huesos, escribe: “El cirujano, convencido de que la materia forma sus propias condiciones y las vuelve fatales en ciertas ocasiones, abriga temores y dudas acerca del resultado final de la lesión. No sintiéndose con el poder suficiente para dominar el caso, cree que algo más poderoso que la Mente — es decir, la materia — lo gobierna. Su tratamiento por lo tanto es tentativo. Tal estado mental invita el fracaso”.Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, págs. 422–423.
Por muy seguro que uno pueda estar de cierta teoría de la medicina material, cualquier cosa que se base sobre una creencia en la materia es intrínsecamente tentativa; es incierta, está arraigada en la duda. La materia, juntamente con el estado de pensamiento que intenta manipularla, simplemente carece del apoyo del Principio divino. Tal tratamiento es básicamente incierto e indefinido.
La Sra. Eddy escribe a continuación sobre un enfoque científicamente espiritual: “El metafísico, que hace de la Mente su base de operaciones sin tomar en cuenta la materia, y considerando la verdad y la armonía del ser como superiores al error y la discordancia, se ha hecho a sí mismo fuerte, en lugar de débil, para hacer frente al casa; y de acuerdo con eso fortalece también a su paciente con el estímulo del valor y del poder consciente”.Ibid., pág. 423. A medida que adquirimos una convicción más profunda de que el Amor divino es omnipotente y que su poder no puede deteriorarse, no nos sentiremos intimidados por los intentos, sutiles u obvios, que la mente mortal haga para atemorizarnos.
En ciertos casos es posible que surjan dudas debido a que el mundo de la medicina ha dado por sentado que cierta enfermedad determinada es incurable. O es posible escuchar la sugestión de que la familia, los amigos o los vecinos del paciente se resisten a la Ciencia Cristiana o que le tienen resentimiento. Pero cuanto más profundamente arraigue el metafísico sus oraciones en la totalidad del Amor divino, tanto más lejos estará de sentirse abrumado por proposiciones tales como incurabilidad o resistencia. Agradece la ocasión de desafiar y derrotar toda mentira que la mente mortal intente presentar.
El sanador cristiano ama, por ejemplo, la oportunidad para aportar al caso de un niño el poderoso efecto curativo del cuidado prodigado por la Ciencia Cristiana. Regocija ver la manera en que responden los niños a las verdades sanadoras del Amor divino. A medida que el sanador cristiano crezca en su amor para con Dios — y esté más consciente del amor que Dios siente por él — las condiciones humanas no lo atemorizarán. Pero no las desatenderá; se encarará al mal y lo sanará. Sentirá la supremacía del Amor porque la ha demostrado una y otra vez. Esta consecuente y firme demostración fomenta confianza y seguridad que están basadas en lo espiritual. El tratamiento impulsado por el Amor no tiene igual. La convicción que el sanador tiene de la totalidad de Dios, de Su bien infalible, le permite llevar el caso a una conclusión sanadora.
La enfermedad no es parte de Dios; por tanto no puede reclamar con validez que tiene realidad. La armonía es la ley inviolable de Dios. Estas profundas verdades metafísicas pueden demostrarse y están siendo demostradas en todas partes del mundo. Fueron demostradas por Cristo Jesús. Él no tenía temor de afianzarse en las verdades que dieron pruebas de ser válidas. La Sra. Eddy escribe: “La irrealidad del pecado, de la enfermedad y de la muerte, estriba en la verdad exclusiva de que la existencia, para ser eterna, tiene que ser armoniosa. Toda enfermedad debe curarse — y sólo puede curarse — sobre esta base. Todos los verdaderos Científicos Cristianos están vindicando, honradamente y sin temor, el Principio de esta gran verdad de la curación por la Mente”.No y Sí, págs. 4–5.
El metafísico cristiano de hoy en día, difícilmente puede estar lo suficientemente agradecido por el ejemplo de valor expresado por el Maestro. La comprensión tan clara que Cristo Jesús tenía de que Dios es Amor infinito, lo capacitó para pasar por una tras otra circunstancia adversa, demostrando paso a paso que ningún poder puede agobiar a quien conoce su unidad con Dios. El tratamiento que Jesús daba al enfermo y al pecador tenía éxito no sólo porque liberaba a sus pacientes del temor, sino porque él mismo no tenía genuinamente ningún temor a la mentalidad materialista del mundo que resistía sus esfuerzos.
En esta época tenemos la oportunidad especial de seguir el ejemplo de Jesús, de fortalecer nuestra convicción de que el tratamiento tiene el impulso del Amor divino, y de demostrar que el poder insuperable del Amor sana.