Era una adolescente cuando me interesé en la Ciencia Cristiana. Las primeras curaciones sobresalientes que tuve fueron las de un oído infectado, una enfermedad del corazón y un crecimiento en un dedo del pie.
La enfermedad del corazón, que fue diagnosticada antes que yo conociera la Ciencia Cristiana, desapareció mientras asistía a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristina. A medida que comencé a darme cuenta de la totalidad de Dios — de Su omnipotencia y omnipresencia — la confianza como la de un niño que desarrollé me liberó del temor a la enfermedad del corazón. Aprendí a orar a Dios como a un Dios que se encuentra presente aquí mismo y no arriba en algún lugar del cielo. Empecé a sentirme más feliz y a estar más activa. Fue una hermosa demostración. A medida que crecía en entendimiento espiritual sané del problema del corazón y pude disfrutar de una vida normal.
En otra ocasión sufrí de una dificultad interna. Durante varios días había estado dando realidad a un dolor que sentía en mi costado. Pronto me dio fiebre. ¡Pero no debemos consentir en el error! La Sra. Eddy nos dice (Ciencia y Salud, pág. 376): “Destruíd el temor y acabaréis con la fiebre”. Llamé a un practicista de la Ciencia Cristiana, quien me preguntó: “¿Qué estás creyendo acerca del hijo de Dios? ¿Te dijo Dios que tienes fiebre y dolor?” Por supuesto yo sabía que Dios no causa ni conoce la enfermedad, ya que la Biblia nos dice refiriéndose a Él: “Eres de ojos demasiado puros para ver el mal, y no puedes contemplar la iniquidad” (Habacuc 1:13, según versión King James). Comprendí que tenemos que vigilar los pensamientos que abrigamos. ¡Me sentí muy feliz! Sané allí mismo en el preciso momento en que el pensamiento fue corregido. Di gracias a Dios y proseguí “con regocijo [mi] camino” (Hechos 8:39, según versión King James).
Estoy muy agradecida por éstas y muchas otras curaciones. Puedo verdaderamente decir: “Mi copa está rebosando” (Salmo 23:5). Cuando aprendemos a escuchar a Dios y confiamos completamente en Él, el Cristo sanador se pone de manifiesto en nuestra vida.
Estoy agradecida a Dios por todas las bendiciones obtenidas, incluso la de haber recibido instrucción en clase en esta Ciencia. Esto me ha ayudado a verme como una idea en la Mente, la hija perfecta de Dios, libre de las falsas pretensiones de que hay vida en la materia. ¡Cuán agradecida estoy por la Sra. Eddy, quien hizo prácticas para nosotros las enseñanzas del Maestro, Cristo Jesús, por medio de su libro Ciencia y Salud! Verdaderamente, la Ciencia Cristiana está divinamente autorizada.
Hace cerca de tres años, de repente comprendí que ciertos resentimientos que yo había estado abrigando me estaban consumiendo. Un día descubrí un gran bulto en mi seno. El cáncer se había llevado la vida de mi hermana, y ahora temía que se llevara la mía. Yo sabía que la enfermedad es una mentira porque Dios no la conoce, y si Dios no la conoce no puede ser la verdad acerca del hombre. Pero todavía sentía que necesitaba ayuda.
De modo que llamé a una practicista de la Ciencia Cristiana y juntas rechazamos el temor a la muerte aprendiendo más acerca de la Vida que es Dios. Estudié la Biblia y los escritos de la Sra. Eddy para adquirir un mejor entendimiento de Dios y de la relación que el hombre tiene con Él. Aprendí a vigilar lo que yo pensaba que el hombre era para no dejar entrar en mi pensamiento nada aparte de lo que Dios sabe.
La Sra. Eddy nos dice en Ciencia y Salud (pág. 66): “Las pruebas son señales del cuidado de Dios”. Y ella también dice en la página 419: “Cada prueba de nuestra fe en Dios nos hace más fuertes. Mientras más difícil parezca la condición material que haya que vencer por el Espíritu, más fuerte debería ser nuestra fe y más puro nuestro amor”. Éstas no son sólo lindas palabras. Son hechos espirituales con un profundo significado que puede ser comprobado. ¡Y comprobarlo fue lo que hice! En la medida en que vencí el resentimiento, el bulto fue gradualmente desapareciendo. Pasaron varios meses durante los cuales me dediqué a un estudio consagrado, además de continuar recibiendo ayuda de la practicista, antes que me sintiera completamente libre. Durante ese tiempo aprendí a amar a Dios y a mis semejantes como nunca antes los había amado. Mi pensamiento se asemejó más al del Cristo y la conmiseración propia fue reemplazada con la gratitud. Con la consciencia purificada y espiritualizada, oré más a menudo por el universo y pensé menos y menos en un yo mortal.
Estoy muy agradecida por la amorosa ayuda que recibimos de los practicistas de la Ciencia Cristiana. Ya sea que trabajemos diligentemente con ellos o por nuestra propia cuenta, no tenemos por qué dudar de que Dios está gobernando, y podemos esforzarnos por no tener otra Mente sino la Mente divina. La Mente divina es el único poder, y el dar poder a cualquier otra cosa es quebrantar el primer mandamiento. Como nos dijo Jesús (Juan 15:7): “Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho”.
San Petersburgo, Florida, E.U.A.