Durante mi adolescencia me sentía convencida de la presencia de Dios, pero estaba insegura en cuanto a la naturaleza de Su poder. Mi madre y yo estábamos interesadas en el espiritismo, y habíamos asistido a algunas sesiones. Estaba convencida de que lo que yo veía y oía en estas sesiones en verdad era real. Luego estuve dos años en un colegio privado en donde la lectura de la Lección Bíblica en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana era parte de la rutina diaria de las mañanas; además los alumnos asistíamos a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana.
Yo dudaba de que alguna vez pudiera aceptar una religión que parecía ser tan “drástica” como la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens). Pero un día escuché una explicación del espiritismo que era muy lógica. Era obvio que mi madre y yo habíamos visto y oído en las sesiones únicamente lo que queríamos oír y ver. En el capítulo “La Ciencia Cristiana contra el espiritismo”, Mary Baker Eddy dice (Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, pág. 80): “Es la mente mortal la que convulsiona su estrato inferior, la materia. Estos movimientos se originan en la volición de la creencia humana, pero no son científicos ni racionales. La mente mortal produce el movimiento de la mesa en la sesión espiritista tan ciertamente como mueve la mano al poner la mesa de comer, y luego cree que esta maravilla emana de los espíritus y de la electricidad”. Y previamente ella declara (pág. 71): “Cuando la Ciencia de la Mente sea comprendida, se verá que el espiritismo es esencialmente erróneo, sin base ni origen científico, sin prueba ni poder, fuera del testimonio humano”.
Pronto encontré muchas otras explicaciones y aclaraciones para mis preguntas acerca de Dios y del hombre. Fue así que la levadura de la Verdad hizo su trabajo. Mi creencia en el misticismo fue reemplazada con una prometedora comprensión de la Ciencia del ser.
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