La historia de Jonás habla del gran amor de Dios para con nosotros, y de que inevitablemente debemos ceder a la tierna fuerza que todo lo sana, el Amor divino. Más que la anécdota de Jonás y la ballena, este libro de la Biblia abre el corazón y la mente a la gloria del Principio divino, el Amor, que todo lo sostiene y todo lo abarca.
Jonás fue elegido por Dios para salvar al viejo enemigo de Israel, Nínive, predicando allí el arrepentimiento. Pero pensó que le habría agradado más lo opuesto, ver descender la venganza y la destrucción sobre la ciudad. Sin embargo, todo esfuerzo por anticiparse al plan de Dios le falló. Finalmente predicó, y la ciudad se arrepintió. Después se alejó de las multitudes para observar a corta distancia y ver si tal vez la ciudad aún podría ser destruida por sus pecados.
Mientras tanto, Dios había provisto una calabacera para que le diera sombra. Jonás se encariñó con esta calabacera, pero Dios envió un gusano para destruirla — según dice la historia — y el pesar de Jonás, combinado con los desagradables efectos del sol, lo hicieron desear la muerte. Entonces vino el mensaje de Dios: “Tuviste tú lástima de la calabacera, en la cual no trabajaste... ¿Y no tendré yo piedad de Nínive, aquella gran ciudad donde hay más de ciento veinte mil personas que no saben discernir entre su mano derecha y su mano izquierda... ? ” Jonás 4:10, 11.
Así Jonás tuvo una vislumbre del significado del Amor absoluto y un ejemplo gráfico del destino inevitable de la humanidad: ser reformada, rodeada y elevada por el Amor.
¿Quién de nosotros no se esfuerza por sentirse realizado? Pero poco a poco podemos vernos forzados a abandonar nuestros ideales presentes por ideales más elevados. Quizás, como Jonás, nos enfrentemos a luchas y desilusiones a lo largo del camino; pero Dios nos sigue guiando, revelándonos la sustancia de Su amor ilimitado. Y la Ciencia Cristiana pone a la vista lo que el ojo no puede ver, o sea, Dios y la realidad espiritual.
Esta Ciencia habla del tiempo no como una verdad sino como una medida limitativa que produce el concepto de evolución material. Dios es Verdad, que siempre fue y siempre es Amor. En la Ciencia (donde el tiempo no existe), aquello que ha de ser ya ha sido, y lo que fue es ahora, según nos dice la Biblia. Ver Ecl. 3:15. La totalidad de la bendición de Dios es por siempre completa.
La Ciencia Cristiana dice: Reclama tu herencia ahora. Abandona tu sentido imperfecto de la realidad y somételo a la realidad de la que no podemos escapar, de las bendiciones ilimitadas que provienen de nuestro Padre. Nada puede impedir el definitivo desarrollo de nuestro hogar en Dios, mas la percepción espiritual inteligente puede hacer que lo veamos. “El propósito del Amor divino es el de resucitar el entendimiento, y el reino de Dios, el reino de la armonía ya dentro de nosotros”,Escritos Misceláneos, pág. 154. explica la Sra. Eddy.
No siempre es la obstinación lo que nos mantiene en el camino equivocado. A veces el temor o las creencias falsas pretenden atarnos al hechizo de un destino material. Pero no tenemos que consentirlo.
El estar alerta en todo momento hace que estemos conscientes del cuidado del Amor divino y nos impele a negar lo que nos sugiere la despótica mente mortal. Mediante el conocimiento obtenido en la Ciencia podemos discernir la falsedad del error y negarla y negarla. Mediante el entendimiento de lo que ya es nuestro destino eterno, podemos afirmar y declarar la verdad que sabemos, sentenciar lo falso y destruirlo. Podemos reclamar nuestro destino ahora, porque está siempre dentro de la consciencia. No hay necesidad de resistir hasta que el fuego purificador del Amor divino finalmente nos fuerce a aceptar lo que siempre tenemos. El Amor es nuestra luz ahora; su inspiración divina cumple la oración que busca a Dios, la Verdad, ahora mismo.
Hay muchos engaños hipnóticos que nos impiden reclamar la herencia que tenemos en Dios por ser Su imagen. Por ejemplo, las pretensiones de la astrología, que tratan de definir nuestro porvenir en la vida por la posición de las estrellas. Tal vez nosotros no creamos en esas cosas, pero millones de personas creen, y ellas quisieran trazar para nosotros un destino finito que debe negarse estando activamente consciente de lo que está sucediendo en realidad — a saber — que el hombre está reflejando las cualidades de Dios. La verdad es nuestro destino ahora.
Someternos a nuestro verdadero destino no es, por tanto, un proceso pasivo sino conscientemente activo. Y a menos que sigamos con firmeza este proceso activo, podemos hundirnos en el magnetismo de un concepto erróneo del destino. En otras palabras, es preciso que mantengamos el pensamiento concentrado en la realidad del ser espiritual para no ser atrapados por la red de las creencias médicas o biológicas y el destino que ellas prescriben, tal como enfermedad, vejez, decadencia o ambición personal y fracaso.
Aceptar nuestro verdadero destino incluye abandonar la complacencia y elevar nuestro concepto acerca de nosotros mismos por encima de toda escala mortal de medición, hacia el Espíritu. La Palabra inspirada de las Escrituras señala este destino. Nuestro Maestro, Cristo Jesús, lo enseñó y demostró. Y la Sra. Eddy nos transmitió la Ciencia mediante la cual podemos reclamarlo aquí y ahora y abandonar las sombras del pasado. Ella escribe: “Cuando comprendamos plenamente nuestra relación con lo Divino, no podremos tener ninguna otra Mente que la Suya, — ningún otro Amor, sabiduría o Verdad, ningún otro concepto de la Vida, y ninguna consciencia de la existencia del error o de la materia”.Ciencia y Salud, págs. 205–206.
Elijamos ceder a la Mente, porque la Mente es el verdadero hogar de nuestra consciencia por toda la eternidad. La Mente no es hipnotizada para que crea. La Mente, la consciencia verdadera, sabe.
