Siento una gran felicidad por haber asistido a una Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, y estoy agradecida por los dedicados maestros de la Escuela Dominical quienes alentaron mi progreso durante mis primeros años en la Ciencia.
Una vez, cuando todavía era joven, tuve un fuerte resfriado, y mucha tos. Esa semana durante la hora de la Escuela Dominical, estuve tosiendo mucho y me disculpé con mi maestra. Su respuesta compasiva, ahora me doy cuenta, indicaba que ella no aceptaba que la evidencia material fuese verdadera acerca de mí. Ése fue el fin del resfriado.
Mi casamiento con un hombre afectuoso, así como todo lo que había que enfrentar para criar a nuestros tres niños, me han proporcionado amplias oportunidades para aplicar las enseñanzas de la Ciencia Cristiana. Un día, durante su primer año en la escuela, a nuestro hijo mayor accidentalmente lo golpearon en la cabeza al estar jugando, y el golpe lo dejó inconsciente. Me llamaron por teléfono de la escuela diciéndome que llevarían a nuestro hijo en una ambulancia al hospital y que en el trayecto pasarían por mí. Apenas tuve tiempo de llamar a una practicista para pedirle ayuda. Más tarde, al tener a mi hijo en brazos camino al hospital, pensé: ¿Quién me está diciendo todo eso acerca de mi niño? Por cierto que Dios no. Dios sostiene a Sus hijos por siempre a salvo y perfectos. Mientras íbamos a gran velocidad hacia el hospital, recibí más inspiración y cuando llegamos ya había perdido todo temor por el estado de mi hijo. En esos momentos, recordé parte del Himno 148 (Himnario de la Ciencia Cristiana):
Presiento verdes prados
que aún no logro ver,
y en vez de negras nubes
los cielos brillarán.
Después oí al médico decir: “Éste no es el niño que me dijeron que iba a venir”. Y allí estaba nuestro hijo, sentado, con los ojos brillantes y perfectamente bien. No hubo efectos posteriores.
En los primeros años de su adolescencia, nuestro segundo hijo tartamudeaba mucho, y esto lo turbaba. Parecía no poder decir una sola frase sin interrumpirse a sí mismo. Como era sólo un año menor que nuestro hijo mayor, algunos maestros le preguntaban si era tan “listo” como su hermano. Esto nos alertó a reclamar para este niño su definida identidad como manifestación espiritual de Dios.
En esa época se le permitió a este hijo ingresar a un equipo de debates. Antes de la primera competencia oramos para entender que, así como los rayos del sol derivan luz de su origen, así nuestro hijo derivaba su habilidad de su origen, Dios, el único Padre-Madre. Ninguna circunstancia podía privarlo de estos talentos dados por Dios, porque la identidad del hombre es totalmente espiritual y eterna. Camino a la competencia cantamos el Himno 304 del Himnario de la Ciencia Cristiana el poema de la Sra. Eddy “ ‘Apacienta mis ovejas’ ”. Contiene esta línea, la cual le pareció a mi hijo especialmente apropiada: “Fiel Tu voz escucharé”.
Durante el debate no hubo señal de tartamudeo, y después el adjudicador lo felicitó. Más adelante en sus cursos universitarios, este joven estudió japonés; aprendió a hablarlo con fluidez, sirviendo de intérprete en varias ocasiones.
En cierta ocasión nuestra hija faltó a la escuela durtante dos días por una enfermedad. Al tercer día mientras leía algunos testimonios de un ejemplar del The Christian Science Journal, encontré el relato de una curación de la misma enfermedad. Depués de haberle leído el testimonio a mi hija, juntas razonamos que este hecho era prueba de que esa enfermedad — cualquier enfermedad — era irreal y por tanto podía ser sanada. Aceptamos la perfección divina del hombre como un hecho, en ese momento. Repetimos en voz alta el Padre Nuestro, y pronto ella se quedó dormida. Temprano a la mañana siguiente, la niña se paró al lado de nuestra cama, diciendo que quería desayunar. Estaba perfectamente bien.
Algún tiempo después esta jovencita sufrió un colapso de los músculos faciales; pero en una semana, al ir obteniendo nosotros una mejor comprensión de que el hijo de Dios es una idea espiritual, animada y alimentada por El, su cara recuperó su apariencia normal. Nuevamente se probó que la Mente divina era la única influencia presente.
En cierto momento pareció que nuestra familia, tan unida, iba a perder sus lazos de unión. Sin embargo, a medida que mi pensamiento se elevó por encima del sentido humano de familia, y mi comprensión de la verdad de que el Amor es el único padre de todos era más firme, gradualmente me fui liberando de la falsa responsabilidad. El temor y el orgullo injustificado desaparecieron y tuve una vislumbre del hombre como imagen del Amor divino, expresando eternamente las cualidades puras del Amor. Este desprendimiento de conceptos erróneos soltó “los lazos que unen”, pero no deshizo a nuestra familia. Más bien esta regeneración del pensamiento nos acercó más al tener un nuevo concepto del verdadero valor de unos y otros.
Durante un largo viaje en ómnibus en 1973, muchos de los que íbamos en el mismo paseo se enfermaron de influenza. Una noche cuando llegamos al hotel al anochecer, parecía que yo iba a ser la próxima en enfermarme, pues no me sentía bien. Al entrar en mi cuarto, busqué el artículo “ ‘Me he resfriado’ ” en Escritos Misceláneos por la Sra. Eddy. En la página 240 ella explica: “Si un resfrío pudiera entrar en el cuerpo sin el consentimiento de la mente, la naturaleza lo quitaría con la misma facilidad con que quita la escarcha del suelo, o dejaría que permaneciera sin hacer daño como pone el frío en la crema helada para satisfacción de todos”.
Esto me hacía sentido, y vi que era verdad. En ese mismo momento toda sensación de enfermedad desapareció, y fui a cenar pues me sentía perfectamente bien. Ésta ha sido la curación más rápida que he tenido.
La clase de instrucción en Ciencia Cristiana, impartida por un maestro comprensivo, y la preparación para nuestra asociación anual, han abierto nuevas perspectivas en mi estudio acerca de Dios, el Cristo, y la verdadera naturaleza del hombre. Después de las dos semanas de instrucción en clase, me sentía vivificada con la totalidad de Dios. La semilla había sido sembrada. Hoy, estudio con esperanza llena de felicidad.
Manly, Queensland, Australia
