Siento una gran felicidad por haber asistido a una Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, y estoy agradecida por los dedicados maestros de la Escuela Dominical quienes alentaron mi progreso durante mis primeros años en la Ciencia.
Una vez, cuando todavía era joven, tuve un fuerte resfriado, y mucha tos. Esa semana durante la hora de la Escuela Dominical, estuve tosiendo mucho y me disculpé con mi maestra. Su respuesta compasiva, ahora me doy cuenta, indicaba que ella no aceptaba que la evidencia material fuese verdadera acerca de mí. Ése fue el fin del resfriado.
Mi casamiento con un hombre afectuoso, así como todo lo que había que enfrentar para criar a nuestros tres niños, me han proporcionado amplias oportunidades para aplicar las enseñanzas de la Ciencia Cristiana. Un día, durante su primer año en la escuela, a nuestro hijo mayor accidentalmente lo golpearon en la cabeza al estar jugando, y el golpe lo dejó inconsciente. Me llamaron por teléfono de la escuela diciéndome que llevarían a nuestro hijo en una ambulancia al hospital y que en el trayecto pasarían por mí. Apenas tuve tiempo de llamar a una practicista para pedirle ayuda. Más tarde, al tener a mi hijo en brazos camino al hospital, pensé: ¿Quién me está diciendo todo eso acerca de mi niño? Por cierto que Dios no. Dios sostiene a Sus hijos por siempre a salvo y perfectos. Mientras íbamos a gran velocidad hacia el hospital, recibí más inspiración y cuando llegamos ya había perdido todo temor por el estado de mi hijo. En esos momentos, recordé parte del Himno 148 (Himnario de la Ciencia Cristiana):
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