¿Qué es lo que hace que la gente se sienta cansada? ¿Cómo es que una tarea nos fatiga más que otra, y por qué la gente se siente extenuada sin motivo aparente?
Actualmente los médicos están investigando las razones para esto. Es sumamente común quejarse de fatiga, independientemente de la edad, el sexo o la ocupación que se tenga. Los estudios realizados demuestran que el ejercicio físico excesivo sólo raras veces es la causa del agotamiento. También revelan que los conflictos emocionales, la depresión y la ansiedad son en mayor grado las causas más frecuentes de la fatiga prolongada. Ver The New York Times, 23 de enero de 1980.
Poner la fatiga en el ámbito mental o no físico puede ser un primer paso para abordar este problema. Pero es sólo el comienzo para resolver eficazmente la dificultad tan común del cansancio crónico o inexplicable.
La Descubridora y Fundadora de la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens), Mary Baker Eddy, plantea estas preguntas: “Decís: ‘El trabajo me fatiga’. Pero ¿a qué se refiere este me? ¿Al músculo o a la mente? ¿Cuál es el que está cansado y habla así? Sin la mente ¿podrían los músculos estar cansados? ¿Hablan los músculos, o habláis vosotros por ellos?” Y ella contesta: “La materia carece de inteligencia. La mente mortal es la que habla erróneamente; y lo que afirma el cansancio, produjo ese cansancio”.Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, págs. 217–218. Lo que la Sra. Eddy denomina “la mente mortal” es la fuerza mental falsa que parece dirigir toda la acción del cuerpo. Ella declara axiomáticamente: “La mente y el cuerpo mortales son una misma cosa”.Ibid., pág. 177.
Para tratar científicamente la mente mortal y así vencer la fatiga, debemos poner al descubierto la naturaleza de esta falsificación de la inteligencia real que no tiene poder. La mente mortal es una inversión de la Mente divina, que es Dios. La Mente divina es infinita; la mente mortal es finita. La Mente divina es incansable; la mente mortal siempre, en algún punto, vacila y falla. La Mente divina es omniactiva; la mente mortal empieza y se detiene. En fin, la Mente divina significa energía y poder reales, mientras que la mente mortal es sinónimo de impotencia.
Aun un destello de estas verdades espirituales puede ayudarnos a aprender a revitalizar energías debilitadas. Como Ciencia y Salud lo explica: “El remedio científico y permanente para la fatiga es aprender el poder de la Mente sobre el cuerpo o sobre cualquier ilusión de cansancio físico, destruyendo así esta ilusión, porque la materia no puede estar cansada y agobiada”.Ibid., pág. 217.
En lugar de concentrarnos en todo el trabajo que hemos realizado y luego llegar a la conclusión de que tenemos derecho a sentirnos cansados, podemos comprender que debido a que el hombre es la expresión misma del poder de la Mente, sus reservas de fortaleza son ilimitadas. En vez de cansarnos preocupándonos por alguna tarea abrumadora que tenemos que realizar en un espacio de tiempo limitado, podemos romper las barreras del tiempo y de la capacidad, prescritas por la creencia humana, con la verdad de que en la atmósfera de la Mente nuestra capacidad es infinita. Y en lugar de extenuarnos con la ansiedad y la tensión emocional enervante, podemos cultivar el bienestar, la paz y la tranquilidad a medida que comprendemos que somos en verdad las manifestaciones del Alma serena.
Puede que se nos exija mucho de nuestro tiempo, nuestra energía, habilidad y emociones, pero esas exigencias son satisfechas con gracia cuando reconocemos que estamos gobernados y activados por el poder absoluto del Alma, Dios. Aun cuando parece que vivimos en un mundo caótico, lleno de tensiones (cuya perspectiva basta para privarnos de nuestras energías), deberíamos reconocer que en el preciso lugar en que la debilidad, el cansancio y la ansiedad parecen estar, está la omnipotencia del Espíritu, irradiando incesantemente su bondadoso poder sobre el hombre y el universo.
La actividad del hombre demuestra la naturaleza de Dios. Podríamos hasta decir que “hombre” es en realidad un término referente a la actividad de Dios, la Vida. Por consiguiente, trabajar y movernos con eficiencia, paz y alegría constituye nuestra verdadera naturaleza. Como dice la Biblia: “Los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán”. Isa. 40:31.
En esta era, tan consciente de la energía, conviene recordar que una crisis de energía personal no es un fenómeno moderno. Moisés se sentía agotado por la pobreza de visión y la vacilación de los hijos de Israel. Elías, huyendo de la ira de Jezabel, y sintiéndose solo en sus esfuerzos por despertar a su pueblo del letargo del materialismo, una vez se sentó bajo un enebro y dijo: “Basta ya, oh Jehová, quítame la vida”. 1 Reyes 19:4. Su devoción incansable parecía decaer. Aun Cristo Jesús demostró sentirse extremadamente fatigado a causa de su prueba en el Huerto de Getsemaní. Sin el apoyo de los discípulos en quienes confiaba, los cuales dormían, anheló ser liberado de la ordalía a que se enfrentaba. En sus crisis individuales de energía ¿a dónde recurrieron estos gigantes espirituales? Siempre al Dios Todopoderoso. Deben haber reconocido la absoluta inhabilidad de la mente humana para apoyar las misiones que ellos debían realizar. Si hubieran confiado en el poder de la voluntad o la resistencia humana para sacarlos de dificultades, hubieran fracasado. La humildad y la obediencia a Dios revitalizaron a estos dedicados hombres al prevalecer sobre sus deseos temporales de ser relevados de las obligaciones descomunales que pesaban sobre ellos. Fortalecidos por Dios, vigorizados por la oración, echaron a un lado las barreras de la fatiga y la desesperación, y triunfaron.
La oración nos pone en armonía con la Mente real, la única fuerza verdaderamente revitalizadora. Se considera generalmente que el alimento, el ejercicio y el descanso son necesarios para mantener la fortaleza y el vigor. Si bien es cierto que es sabio seguir una dieta adecuada, tener actividad equilibrada y descanso, la atención excesiva a medios materiales para conservar el vigor tiende a esclavizar. El pensamiento que supone que la vida y la identidad son primordialmente materiales está mucho más cargado de las limitaciones inherentes a la corporalidad. La consciencia que reconoce el poder de la Mente nos eleva por encima de la fragilidad de la materia. En lugar de confiar en alguna propiedad intrínseca de los alimentos, los estimulantes o el sueño para reponernos, podemos aprender a “vivificar” nuestra experiencia con la energía pura del Espíritu. Entonces el procedimiento y el mecanismo se superan progresivamente.
Apartarse de la materia y de las teorías materiales sobre la salud es el primer paso en la oración revitalizadora. También debemos reconocer la unidad del hombre — su completa inseparabilidad — con la Vida, Dios. Debemos entender que en verdad ahora estamos viviendo la única Vida que existe y que la Vida está suministrándonos absolutamente todo lo que constituye el ser. De hecho, el Espíritu constituye nuestro ser mismo. El estímulo del Espíritu es constante. Orar consistentemente reconociendo estas verdades fundamentales y rechazando la materia y sus teorías sobre la salud, amplía nuestra capacidad y aumenta nuestra resistencia. Y de esta libertad surge el dominio.
Ninguna atracción del materialismo puede engañar a la persona de ánimo espiritual para que admita las creencias populares llamadas fatiga crónica, síndrome del ama de casa cansada, presiones en los negocios, y así por el estilo. La regeneración se origina en el reconocimiento de nuestra unidad con la omnipotencia. En proporción a la comprensión que tengamos de nuestra inseparabilidad del poder del Principio divino, el Amor, demostraremos energía en acción productiva. Como nos asegura la Sra. Eddy: “El conocimiento de que podemos realizar el bien que deseamos estimula el organismo a actuar en el sentido que señala la Mente”.Ciencia y Salud, pág. 394.
Nuestro universo — nuestra esfera de actividad — visto a través de la lente del Amor infinito, se convierte en un lugar de real aventura y oportunidades continuas. Nuestro sincero deseo de participar en esta aventura divina nos dará todo el incentivo, la vitalidad y el entusiasmo prolongado necesarios para cumplir con nuestro singular propósito.
