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El desarme unilateral que es eficaz

Del número de agosto de 1982 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La verdad, la rectitud, el evangelio de la paz, la fe, la salvación, la palabra de Dios, todo esto constituye el armamento requerido por el autor de la Epístola a los Efesios cuando nos ordena: “... tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes”. Ver Efesios 6:13–17. La armadura auténticamente impenetrable es espiritual y constituye la mejor defensa. A medida que nos revestimos de ella, podemos poner de lado la armadura material.

Siempre que los planes militares exigen que se dé preferencia a las armas antes que al pan, y cuando se exhibe el espantoso poder de las “armas” de la tecnología moderna, no debemos sorprendernos del clamor de la gente por que se ponga fin a la carrera armamentista. Sin embargo, la historia nos enseña que los débiles son atropellados. Aun en el plano personal hay discrepancia de juicios respecto a la posesión de armas de fuego. Hay quien se desprende de la antigua escopeta familiar como un símbolo de protesta, en tanto que otro miembro de la misma familia solicita un permiso para portar armas. ¿Cabe sorprenderse, pues, de que las conversaciones sobre el desarme procedan a paso de tortuga? ¿Y es acaso del todo sorprendente que la frustración y el temor se introduzcan en las alianzas tradicionales y confundan las lealtades?

Comentando acerca de las recientes demostraciones que tuvieron lugar en Europa en favor de la paz, uno de los escritores en la publicación Foreign Affairs dice así: “En vez de creer que los Estados Unidos proporcionan seguridad y que la U.R.S.S. crea inseguridad, muchos jóvenes europeos creen ahora lo contrario”. Y agrega más adelante: “... en Europa Occidental el sentimiento público es uno de temor a la guerra, de creer que la acumulación de armas sólo puede conducir a la guerra...” Stanley Hoffman, “NATO and Nuclear Weapons: Reasons and Unreason,” Foreign Affairs, Vol. 60, No. 2 (Invierno de 1981–82), págs. 330–331.

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