La Ciencia Cristiana jamás combina la curación espiritual con modos y prácticas materiales. Ni puede su teología ser diluida jamás por doctrina alguna que atribuya menos que todo el poder a Dios. Pero los Científicos Cristianos no están en contienda con quienes adoptan otros sistemas de curación o religión. La Sra. Eddy aclara esto: “La autora aconseja a sus alumnos que sean caritativos y bondadosos, no sólo con formas distintas de religión y medicina, sino también con los que mantienen tales opiniones divergentes”. Y continúa: “Seamos fieles en señalar el camino por medio de Cristo, según lo entendamos, pero tengamos también cuidado siempre de ‘juzgar con criterio justo’, y de no condenar jamás precipitadamente”.Ciencia y Salud, pág. 444.
La mayoría de los Científicos Cristianos, en una u otra ocasión, han tenido contacto con varios sistemas de religión o medicina. Obedeciendo siempre el precepto de ser caritativos y bondadosos, los Científicos Cristianos pueden ayudar a demostrar que el respeto mutuo y la cooperación, y un reconocimiento de la sinceridad de todas las personas interesadas, promueven la armonía en lugar de la fricción cuando sistemas discrepantes se encuentran unos con otros. La integridad, la compasión y un deseo de bendecir — aun cuando los métodos sean distintos — actúan como unificadores.
Hay ocasiones en que los Científicos Cristianos se ven asociados a personas de otras creencias mientras ayudan a alguien que necesita curación. Tal vez un amigo íntimo o pariente sea un paciente en un hospital u hogar de ancianos. Mantener una atmósfera armoniosa para el paciente, sin dejarse influir por el ambiente, requiere que el Científico Cristiano exprese gran discernimiento. Su meta debe ser apreciar el bien que expresan todos los interesados sin dejarse mesmerizar por los acompañamientos materiales.
En ninguna parte es más necesario defendernos contra sugestiones erróneas que en los ambientes donde la evidencia de enfermedad o deterioro se acepta como inevitable y donde los remedios materiales se consideran normales. La práctica médica corriente trata la materia con materia. La Ciencia Cristiana no toma en cuenta la materia. Su oración sanadora reconoce solamente la individualidad espiritual del hombre y parte de la base de Dios perfecto y hombre perfecto.
Para defender su pensamiento, el Científico Cristiano puede y debe reconocer que Dios, la Mente divina, no conoce enfermedad, senilidad, lesión o muerte. Éstos no son parte de Su perfección que todo lo abarca. El Científico debe proteger su pensamiento contra cualquier sugestión insidiosa sobre lo aconsejable de remedios materiales. Al mismo tiempo puede estar agradecido por toda manifestación de compasión, de tierno interés y afectuoso cuidado expresado por médicos, enfermeras y otros ayudantes médicos. Esta dedicación a una humanidad más elevada no está confinada a la práctica de la Ciencia Cristiana. Aun cuando esa dedicación no está a la altura del ánimo de la curación espiritual, puede ayudar a unir a todos aquellos que expresen cualidades divinas.
Algunas veces un Científico Cristiano se ve obligado a estar en contacto con prácticas médicas por razones sobre las cuales no tiene control. Por ejemplo, un examen físico exigido por la ley o como requisito previo para obtener un empleo, un examen de la vista para renovar una licencia de manejar, una vacuna para viajar. Cuando las exenciones no son válidas, ¿cómo puede una persona reconciliar tales requisitos con su convicción de que el hombre no puede ser afectado por sugestiones materiales y que uno manifiesta esta libertad en la proporción en que rehusa aceptar que el cuerpo físico es parte de su individualidad verdadera y espiritual? Los dos puntos de vista opuestos no pueden reconciliarse, y, por cierto, no necesitamos intentar reconciliar-los y no deberíamos hacerlo.
A los Científicos Cristianos se les enseña que deben cumplir con la ley. Ellos no buscan voluntariamente medios materiales de diagnosis y curación, ya sea en forma de pruebas, exámenes físicos o tratamiento médico de ninguna clase. Sin embargo, no tienen por qué estar temerosos del resultado de un examen físico que se les exija. Estar temerosos sería una admisión implícita de que se duda de nuestro estado como el hijo perfecto de Dios. “No se preocupe. No pueden encontrar nada malo”, es posible que digamos a alguien. Cuánto mejor es saber: “Nadie puede encontrar nada malo en usted porque en su individualidad verdadera como idea de Dios no hay nada malo que encontrar”; ninguna condición enferma de la mente o del cuerpo, ninguna función u órgano anormal. Las condiciones erróneas solamente tienen que ver con el concepto equivocado acerca del hombre, llamado un mortal.
El tratamiento en la Ciencia Cristiana no es para encubrir algo. No ignora ni intenta pasar por alto ninguna pretensión de función defectuosa. En vez, corrige esa pretensión equivocada mediante la comprensión de que el cuerpo físico es simplemente la objetivación del pensamiento mortal, el cual tiene que someterse a la Verdad. El cuerpo expresa armonía cuando la creencia falsa es reemplazada con el reconocimiento de la identidad del hombre como el hijo de Dios.
Supongamos que apareciera una condición anormal al hacer un examen físico obligatorio. La condición no debe aceptarse como verdadera ni por un momento. Puede ser sanada, a pesar de cualquier creencia que haya sido expresada en cuanto a su realidad, su presencia o su supuesto peligro, y a pesar de cualquier opinión que pese sobre el caso proveniente de teorías médicas.
A veces Jesús se apartaba de la multitud solo o con sus discípulos. Pero también efectuó notables curaciones ante la presencia de críticos hostiles. “No es más difícil conseguir que vuestros pacientes os oigan mentalmente, mientras que otras personas estén pensando en ellos o conversando con ellos”, escribe la Sra. Eddy, “si entendéis la Ciencia Cristiana — la unidad y la totalidad del Amor divino; pero es conveniente estar a solas con Dios y los enfermos durante el tratamiento de la enfermedad”.Ibid., pág. 424. Cuando el Maestro se mezclaba con las multitudes, su método de curar era del todo inclusivo.
En la época de Jesús, la gente de Samaria representaba una mezcla de razas y prácticas religiosas y, en general, eran menospreciados por los judíos. No obstante, cuando Jesús sanó a los diez leprosos, uno era samaritano. Cuando Jesús se detuvo para descansar en el pozo de Jacob, fue a una samaritana a quien él se reveló como el Mesías y quien lo aceptó como el Salvador prometido. Y en una de las parábolas más amadas del Maestro fue un samaritano el elegido para ilustrar lo que significa amar a nuestro prójimo. Ciertamente no podía haber duda del amor todo inclusivo de Jesús.
Esa caridad y bondad que Jesús enseñó y demostró bendijeron al mundo entonces y continúan aún bendiciéndolo. Al ser practicadas hoy en día por quienes conocen a Dios como Espíritu, Amor divino, todavía pueden ayudar a elevar el pensamiento humano hacia el reconocimiento de la perfección espiritual que sana.
