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“Me levantaré e iré a mi padre”

[Original en alemán]

Del número de agosto de 1982 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La Ciencia Cristiana nos ofrece un remedio seguro para el egotismo, el egoísmo, la obstinación y el amor propio, porque corrige las debilidades del carácter humano con la comprensión de los hechos espirituales. Esta Ciencia revela a Dios como la Mente única que todo lo abarca, como el centro y origen absoluto de un universo de ideas espirituales. Este reconocimiento cambia nuestro punto de vista de una base material a una base espiritual, de un ego mortal a Dios, de un amor egoísta al hecho de que Dios es el Amor infinito. Nos permite olvidar una identidad finita y desarrollar un interés vital en el bienestar de nuestro prójimo a medida que nos esforzamos por demostrar el amor y la solicitud que Dios prodiga a todos.

Nada es más importante para nuestro progreso espiritual que el comprender que Dios es el punto de partida — el Principio creativo — de toda existencia verdadera. La humanidad tiene que aprender que el hombre y el universo emanan de esta fuente única y que existen solamente para manifestar la luz pura del ser — la Mente divina — en toda su gloria. La verdadera vida no tiene como centro un cuerpo físico, o personalidad material, alrededor del cual gira, sino a Dios. “La Mente demuestra omnipresencia y omnipotencia”, escribe la Sra. Eddy, “pero la Mente gira sobre un eje espiritual, y su poder se despliega y su presencia se siente en quietud y Amor inamovible”.Retrospección e Introspección, págs. 88–89. Si el pensamiento gira alrededor del ser mortal, no refleja el poderío central del Amor divino, que gobierna el universo.

¡Cuán importante es tener presente este hecho cuando la enfermedad, el dolor, la desilusión o el pecado parecen impedir la acción con cadenas de obstinación y egoísmo! El sentido material del ser no constituye el hombre, no es el hombre tal como Dios lo creó. La identidad del hombre verdadero, la semejanza de Dios, está incluida en la consciencia de Dios, en quien todo ser real está contenido. El hombre verdadero expresa la Mente única, cuyo gobierno es supremamente justo.

Repetidamente debemos pedir en oración a nuestro Padre celestial que nos ilumine. Es Su voluntad que la verdad, mediante el Cristo salvador, ilumine nuestros pensamientos. La Sra. Eddy nos dice en Ciencia y Salud: “Dios es a la vez el centro y la circunferencia del ser” Ciencia y Salud, págs. 203–204.. De nuestro ser. Es esencial para todos nuestros esfuerzos por hacer la voluntad de Dios y por glorificar Su nombre, que moremos en la mansión del Padre, la consciencia divina.

Esto lo vemos claramente expresado en la parábola de Cristo Jesús sobre el hijo pródigo (ver Lucas 15:11–32). Cuando el pródigo lo hubo gastado todo y se encontró en extrema necesidad, recordó la casa de su padre. Después de eso, sintió un deseo profundo, que sobrepasaba todo lo demás: volver a su padre y pedir perdón. Y esto hizo. “Me levantaré e iré a mi padre”. No dejó que nada obstaculizara este propósito. Y la Biblia nos dice que el padre ya estaba listo esperándolo y “fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó”. El padre se ocupó entonces de que todos sus derechos como hijo le fueran inmediatamente restituidos. Le dio un anillo, calzado y un precioso manto nuevo; como lo dice el profeta: “Porque me vistió con vestiduras de salvación, me rodeó con manto de justicia”. Isa. 61:10. Se preparó una fiesta. “Y comenzaron a regocijarse”. Por doquier hubo gozo con motivo del retorno del hijo que se había extraviado.

Esta parábola muestra claramente que el pródigo se liberó a sí mismo del egoísmo y de la infructífera condenación propia en el instante en que con corazón humilde decidió volver a su padre. Cuando enfáticamente rechazó la mentira acerca de una identidad pecadora, alrededor de la cual su vida había girado, y estuvo dispuesto a obtener el perdón de su padre, entonces todo el amor de su padre, en su ilimitada abundancia, le fue aparente. Su padre “le besó”. Dios está siempre dándonos el “beso” de la aprobación, por cuanto somos Sus preciados hijos. Es nuestro deber demostrar, mediante la curación en nuestra vida, tanto la impecable identidad que Dios ha otorgado al hombre, como la eterna relación que el hombre tiene con Dios como Su hijo bienamado.

Me levantaré e iré a mi padre. Éste también puede ser el pensamiento principal en nuestro diario vivir. Dondequiera que nos hallemos, cualquiera que sea el problema que tengamos que enfrentar, podemos elevarnos mentalmente por sobre la apariencia material hasta la identidad del hombre, perfecta y espiritual en Dios, en la Mente verdadera, en la cual el mal que los sentidos disciernen se pierde en el bien que trasciende más allá de los sentidos. Podemos dedicarnos por completo a ir al Padre. Nuestro Padre celestial asegura que vayamos hacia Él. ¿Recuerda usted todavía los momentos en que de niño corría a echarse en los brazos de su madre o de su padre? Estábamos tan seguros, tan convencidos, de que nuestra madre o nuestro padre nos recibiría en sus brazos, que simplemente nos dejábamos abrazar. ¡Y qué júbilo cuando ellos nos alzaban en sus brazos!

Nuestro Padre celestial está siempre esperándonos. Sus brazos están abiertos. “Su brazo nos rodea con amor”Himnario de la Ciencia Cristiana, No. 207., escribe la Sra. Eddy. El Amor divino penetra nuestra consciencia entera, y sentimos esta santa presencia del Cristo, la Verdad, que nos trae curación, redención, vivificación, iluminación, resurrección: el nuevo nacimiento. Mediante el Cristo, Dios nos alienta, una y otra vez, al asegurarnos: “Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas”. Lucas 15:31. El Padre celestial no priva de nada bueno a Sus hijos. Él nos ha abierto las ventanas del cielo, y nos derrama bendiciones en abundancia.

En la medida en que demostramos mediante la Ciencia el verdadero lugar que ocupamos en la casa del Padre — en el universo del Amor — abandonamos el egoísmo y la obstinación. Dejamos de abrirnos paso a codazos en la vida sin consideración alguna hacia nuestro prójimo. Estamos agradecidos y contentos por reflejar las cualidades del Amor, y dejamos que el Amor nos guíe hacia donde el pensamiento espiritual sea más necesario y pueda dar fruto. Nuestro más recóndito deseo inspirado por el Cristo es demostrar que bajo el supremo control y gobierno del Padre celestial cada identidad tiene su propia utilidad. No hay intereses ni funciones en pugna en el reino de la realidad. No hay allí personalidades humanas incorporando la fuerza de voluntad, reclamando reconocimiento personal o magnetizadas por la vanidad. Un reconocimiento sincero del orden divino a menudo ha acabado con la devastadora tiranía del egoísmo humano.

“Me levantaré e iré a mi padre”. La Ciencia Cristiana nos capacita para desechar los pensamientos que de continuo se concentran en nosotros mismos y en vez los enfoca en Dios, el creador y Soberano de todo ser verdadero. Humildemente regresamos a la casa del Padre y nos identificamos como los queridos hijos del Padre celestial, quienes armoniosamente están comprendidos en los sistemas de la Mente divina. Con gozoso corazón reconocemos que el Amor divino es el origen, el centro, de toda acción, y comprendemos que cada idea cumple con una función individual en su expresión del único e infinito Dios, el bien.

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