La Ciencia Cristiana nos ofrece un remedio seguro para el egotismo, el egoísmo, la obstinación y el amor propio, porque corrige las debilidades del carácter humano con la comprensión de los hechos espirituales. Esta Ciencia revela a Dios como la Mente única que todo lo abarca, como el centro y origen absoluto de un universo de ideas espirituales. Este reconocimiento cambia nuestro punto de vista de una base material a una base espiritual, de un ego mortal a Dios, de un amor egoísta al hecho de que Dios es el Amor infinito. Nos permite olvidar una identidad finita y desarrollar un interés vital en el bienestar de nuestro prójimo a medida que nos esforzamos por demostrar el amor y la solicitud que Dios prodiga a todos.
Nada es más importante para nuestro progreso espiritual que el comprender que Dios es el punto de partida — el Principio creativo — de toda existencia verdadera. La humanidad tiene que aprender que el hombre y el universo emanan de esta fuente única y que existen solamente para manifestar la luz pura del ser — la Mente divina — en toda su gloria. La verdadera vida no tiene como centro un cuerpo físico, o personalidad material, alrededor del cual gira, sino a Dios. “La Mente demuestra omnipresencia y omnipotencia”, escribe la Sra. Eddy, “pero la Mente gira sobre un eje espiritual, y su poder se despliega y su presencia se siente en quietud y Amor inamovible”.Retrospección e Introspección, págs. 88–89. Si el pensamiento gira alrededor del ser mortal, no refleja el poderío central del Amor divino, que gobierna el universo.
¡Cuán importante es tener presente este hecho cuando la enfermedad, el dolor, la desilusión o el pecado parecen impedir la acción con cadenas de obstinación y egoísmo! El sentido material del ser no constituye el hombre, no es el hombre tal como Dios lo creó. La identidad del hombre verdadero, la semejanza de Dios, está incluida en la consciencia de Dios, en quien todo ser real está contenido. El hombre verdadero expresa la Mente única, cuyo gobierno es supremamente justo.
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