Cristo Jesús comparó el reino de los cielos con “un mercader que busca buenas perlas, que habiendo hallado una perla preciosa, fue y vendió todo lo que tenía, y la compró” (Mateo 13:45, 46). Hace unos diez años conocí la Ciencia Cristiana por medio de un amable amigo, quien percibió mi anhelo de ser más espiritual. Por esto sabía que había encontrado la perla preciosa. ¡Y no la iba a perder!
Devoré los escritos de la Sra. Eddy. La Biblia era para mí la voz viviente del Amor, la Verdad y la Vida. Busqué diligentemente soluciones para los problemas de la vida, y por medio de mi estudio de la Ciencia Cristiana obtuve extraordinarias curaciones y regeneración.
No había una manera mejor de expresar mi gratitud a Dios por su gracia salvadora que compartir la Ciencia Cristiana con quienes estaban cerca de mí. Mi estudio de las Escrituras y de los escritos de la Sra. Eddy me liberaron de varios hábitos malos. Pronto le dije adiós al alcohol y al cigarrillo. Mientras leía el libro de la Sra. Eddy, Ciencia y Salud, me recuperé de una severa enfermedad que había sido diagnosticada como hepatitis.
Un día, al regresar a casa, supe que mi hermana pequeña tenía sarampión. Algunas amistades me aconsejaron, de buena fe, que la mantuviéramos en casa. Prontamente rechacé el pensamiento de que una hija de Dios pudiera manifestar alguna característica que no fuera derivada de Dios, el bien. Parte de la respuesta de la Sra. Eddy a la pregunta: “¿Qué es el hombre?” (Ciencia y Salud, pág. 475) me ayudó. Ella escribe sobre el hombre: “es lo que no tiene ni una sola cualidad que no se derive de la Deidad”. Yo también afirmé que sólo hay una Mente, Dios, y no existe otra mente para creer en la enfermedad. Esta verdad fue eficaz pues trajo paz a mi pensamiento y ahuyentó todo temor de contagio. Poco tiempo después, oí a alguien decir que la erupción que tenía mi hermana había desaparecido. Muchos de los miembros de la familia se reunieron para ver por ellos mismos el cambio en la apariencia de mi hermana.
Ésta fue mi primera prueba de la eficacia y el resultado inmediato del tratamiento en la Ciencia Cristiana. Aunque yo no le había dicho a nadie que la curación de mi hermana había sido por medio de la oración científica, miembros de mi familia atribuyeron la curación a la Ciencia Cristiana. Esto cambió su actitud. En lugar de ser hostiles o indiferentes, empezaron a mostrar interés en las enseñanzas de esta Ciencia.
En una ocasión, mis relaciones con mi jefe estaban empeorando, a pesar de trabajar mucho y de todos mis esfuerzos por complacerlo. Un día se enojó y me pidió que me fuera a casa. Tomé un ejemplar del The Christian Science Journal que estaba en mi escritorio y me fui a la planta baja. Pero entonces me di cuenta de que realmente no sabía si había sido despedido o no.
La palabra “casa” hacía eco en mi mente. Recordé que la Sra. Eddy dice (Ciencia y Salud, pág. 254): “Peregrino en la tierra, tu morada es el cielo; extranjero, eres el huésped de Dios”. También recordé que parte de la definición de “Jerusalén” en el Glosario de Ciencia y Salud, dice (pág. 589): “Hogar; cielo”. Pensé, en un sentido espiritual, si alguien me dijera que me fuera al cielo, ¿tendría algo de malo? Di gracias a Dios por Su amor, y me fui a casa. Sentí una gran paz, sabiendo que estaba en el cielo y que nada malo podía suceder allí.
Al poco tiempo de haber llegado a casa vino un joven mensajero que mi jefe había enviado para llamarme. Regresé al trabajo, y mi jefe se disculpó. Después de esto nuestra relación fue muy cordial, y cuando conseguí un nuevo empleo, nos separamos amistosamente.
Como prefería depender de la Ciencia Cristiana para la curación, decidí no afiliarme al centro médico de la universidad donde me había inscrito. Todo salió bien durante el período escolar, hasta la mañana en que debía dar mi primer examen en la materia de mi especialización. Desperté con intensos dolores en el pecho, y me era difícil respirar. Sentí como si fuera a explotar. Comprendí que el dolor era sólo una creencia mortal, que trataba de poner a prueba la confianza que durante todo un año había tenido en el poder sanador de la Verdad. Entonces recordé este pasaje de Ciencia y Salud, (pág. 565): “Después de cantar unidas las estrellas y ser todo armonía prístina, la mentira material hizo guerra a la idea espiritual; pero esto sólo impulsó la idea a remontarse al cenit de la demostración, destruyendo el pecado, la enfermedad y la muerte, para ser arrebatada hasta Dios, — es decir, para ser hallada en su Principio divino”. Más adelante en el mismo capítulo la Sra. Eddy escribe (pág. 570): “¿Qué importa si el viejo dragón arrojara un nuevo diluvio para ahogar la idea del Cristo? No podrá ni ahogar vuestra voz con sus rugidos, ni volver a hundir el mundo en las profundas aguas del caos y la antigua noche”.
¡Ya había ganado la victoria! Mi persistencia en reconocer esto, trajo curación. Y fui capaz de escribir el examen, por el cual más tarde recibí una alta calificación.
Estoy sumamente agradecido a la Sra. Eddy, por su amor y valor al restablecer esta religión primitiva que sana.
Ogbete Enugu, Nigeria