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La base espiritual para la paz

Del número de septiembre de 1982 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Mientras escribo este artículo, estoy sentado en la playa observando un mar muy turbulento. Si decidiera nadar bien lejos, zambullirme y bucear en lo hondo, encontraría que el agua está tranquila y en calma. No habría evidencia alguna de la turbulencia de la superficie.

Al escuchar los noticieros y leer los diarios, nos informamos de un mundo que está en disturbio continuo, un mundo agitado por revoluciones, invasiones, conflictos laborales y enfrentamientos políticos. Los Científicos Cristianos no deben ignorar estos problemas, pero tampoco deben permitir que éstos les cierren los ojos y no puedan ver la creación de Dios. La Sra. Eddy nos dice: “Tenemos que escudriñar la realidad más hondamente, en lugar de aceptar sólo el significado exterior de las cosas”.Ciencia y Salud, pág. 129. Cuando invertimos la apariencia de disturbio y contemplamos “la realidad más hondamente”, descubrimos que el universo de Dios está perpetuamente en paz. Al reconocer esta realidad, no sólo desaparecerán progresivamente las discordias que nos enfrentan, sino también se beneficiará el mundo.

No existen divisiones ni conflictos en la única Mente, Dios. El es Amor universal, que jamás varía ni conoce el odio. Él es el Principio que todo lo gobierna, expresándose a Sí mismo con firmeza y exactitud, no dejando lugar para la menor desviación de la justicia absoluta. Él es el Alma armoniosa, que irradia belleza, hermosura y tranquilidad, en cuyo reino no existe la turbulencia.

El universo que Dios creó, refleja la naturaleza de su creador y está lleno de amor. La inteligencia perfecta se expresa en todas partes. Sólo reina la armonía, y la paz es su única condición. Las imágenes de Dios que habitan en este universo manifiestan constantemente la acción de la Mente. Como la Sra. Eddy, escribe: “Todo es la Mente infinita y su manifestación infinita, porque Dios es Todo-en-todo”.Ibid., pág. 468.

En realidad, este universo espiritual se está expresando en este momento. El mundo material es un concepto erróneo de la existencia, que falsifica al mundo de la creación de Dios. Al aceptar lo falso, ocultamos de nuestra visión lo verdadero. A medida que aprendemos y vivimos lo que es verdadero, y desechamos de nuestro pensamiento lo irreal, vemos las cualidades de lo real expresadas donde la ilusión pretende estar. De esta manera, el mundo que vemos adquiere el aspecto de lo divino, y cuanto más claramente percibamos lo verdadero, más pronto desaparecerá lo falso.

Para que esta transformación se efectúe, debemos comenzar con nosotros mismos. A fin de elevarnos sobre lo mortal, a fin de percibir nuestra identidad espiritual como hijos de Dios, debemos rechazar la creencia de que tenemos mentes propias y aceptar el hecho de que Dios es la única Mente. Debido a que la Mente conoce y ve sólo el universo espiritual, el hombre, como el reflejo de la Mente, también puede conocer únicamente esto.

Este conocimiento científico ayuda a eliminar de nuestra consciencia las varias creencias de mortalidad que corren desenfrenadas en un universo material. El elevarnos sobre la creencia de que poseemos una mente mortal contribuye a destruir la creencia del mundo de que hay muchas mentes que actúan fuera del gobierno de Dios y están en conflicto unas con otras.

Comprendiendo que en realidad podemos conocer, sentir y expresar solamente el amor espiritual — pues como reflejos del Amor no podemos expresar otra cosa — destruimos la creencia de que el odio pueda estar presente en algún lugar. Comenzamos a percibir que en la totalidad del Amor, el odio no existe. No hay nada que lo origine, active o perpetúe.

La turbulencia del mundo exige que los pensadores espirituales utilicen su entendimiento conferido por Dios para establecer la paz. He aprendido que si me entero de un conflicto ocurrido a unos diez mil kilómetros de distancia, en realidad, ya no está más a esa distancia, está en mi pensamiento para que lo sane. Por tanto, no puedo ignorarlo.

Todo problema del mundo del cual estemos conscientes significa la creencia de que algo aparte de la bondad de Dios está presente. Si no desafiamos las creencias de disturbios mundiales, estamos propensos a que éstos afecten nuestra vida. Está bien claro, entonces, que nuestra tarea es destruir estas creencias viendo la imposibilidad de que algún disturbio pueda ocurrir en el universo de Dios, en el cual todos realmente existimos. En la proporción en que estos problemas sean eficazmente sanados en nuestro pensamiento, disminuirán en el mundo.

No tratamos de sanar o cambiar un universo material. Ni tampoco ignoramos los problemas, sino que elevamos nuestro pensamiento a la realidad, nos aferramos a esto hasta que percibimos la evidencia de la paz de Dios expresándose allí mismo donde la discordia pretende estar, pero que, en realidad, nunca ha estado. Tal como el Maestro, Cristo Jesús, lo dijo: “En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo”. Juan 16:33. A medida que nos superemos — nos elevemos — por encima del mundo, conoceremos la armonía. No hay otra manera de traer una paz permanente.

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