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Después de diez y ocho años de lo que yo había considerado un matrimonio...

Del número de septiembre de 1982 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Después de diez y ocho años de lo que yo había considerado un matrimonio feliz, mi esposo me informó que ya no me amaba y que deseaba disolver nuestro matrimonio. Esto fue para mí un choque terrible, y no podía creer que él hablaba en serio. Hice todo lo humanamente posible para convencerlo de que se quedara conmigo, pero no quiso cambiar su decisión.

Una vez sola, me sentí desamparada. Mi esposo y yo con frecuencia habíamos hablado de todos los lugares que visitaríamos y de las cosas que haríamos después que nuestra hija y nuestro hijo hubiesen terminado sus estudios en la escuela secundaria. Ahora parecía como si hubiera sido privada de todas mis esperanzas, planes, y de mi seguridad. Sentí que me hundía en la depresión, y luché por liberarme de los problemas a que me enfrentaba.

Me comuniqué con una practicista de la Ciencia Cristiana en una ciudad que estaba a 240 kilómetros de distancia y le pedí su apoyo. ¡Cuánta gratitud siento por la paciencia, percepción y amor de esta practicista! Durante más de un año sostuve conversaciones telefónicas a diario con ella. A veces el temor me impulsaba a llamarla dos y tres veces durante el día y la noche.

La palabra “liberar” con todas sus implicaciones espirituales fue un tema principal de estudio y oración. Debido a que me era difícil expresar felicidad, inicié un “diario de gratitud”. Después de hacer una lista de todo lo que sucedía cada día, comprendí cuánto tenía que agradecer.

Durante el año y medio que tardé en resolver este problema pude continuar trabajando sin faltar más de un día y medio. Aunque dormía sólo tres y cuatro horas diarias, pude cumplir con todas mis obligaciones y aún así mantenerme alerta. Todas mis necesidades económicas fueron satisfechas; mi hija se casó muy felizmente, y poco más tarde mi hijo entró a formar parte de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos.

Mi oración diaria, a veces cada hora, era para poder asemejarme más a Cristo, y de esa manera liberarme de tales cargas como el temor, el menosprecio de mí misma, la impaciencia, la conmiseración propia y la justificación propia. La Biblia nos dice (Salmo 46:10): “Estad quietos, y conoced que yo soy Dios; seré exaltado entre las naciones; enaltecido seré en la tierra”. Tenía que acallar el sentido mortal de mí misma, dejar de anhelar el regreso del que había sido mi esposo, y aprender a dejar en manos de Dios los resultados.

Las Lecciones Bíblicas del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana, las publicaciones de la Ciencia Cristiana y todos los escritos de la Sra. Eddy me beneficiaron en gran manera. El Himnario de la Ciencia Cristiana fue para mí una fuente de paz, entendimiento y fortaleza. El Himno 148 adquirió un profundo significado, especialmente estas palabras del último verso:

Presiento verdes prados
que aún no logro ver;
y en vez de negras nubes
los cielos brillarán.
Inmensa es mi esperanza,
la senda libre está;
Dios mi tesoro guarda,
conmigo Él andará.

La Sra. Eddy nos asegura en Ciencia y Salud (pág. 494): “El Amor divino siempre ha respondido y siempre responderá a toda necesidad humana”. En otra parte ella afirma (ibid., pág. 66): “Las pruebas son señales del cuidado de Dios”. Puedo testificar que la Ciencia Cristiana fue eficaz para hacer que me volviera a Dios en busca de ayuda y que cosechara los beneficios de confiar en Él. Estoy agradecida por las numerosas lecciones que aprendí a medida que los síntomas del colapso nervioso fueron destruidos. Al final, exactamente en el momento apropiado, conocí a un hombre excelente y ahora tengo un matrimonio más satisfactorio y equilibrado.

Para terminar, quisiera expresar mi gratitud por haber crecido en un hogar amoroso, en donde la espiritualidad y el cuidado alerta de mi querida madre me proporcionaron una niñez casi libre de enfermedades, así como rápidas curaciones de las que tuve. Mi madre es para mí todavía un luminoso ejemplo del verdadero cristiano, y fue un gran consuelo durante ese tiempo de desarrollo espiritual.

Mis propias demostraciones incluyen curaciones de los efectos del contacto con hiedra venenosa, orzuelos, quemaduras, cortaduras y pequeños tumores. También he tenido partos fáciles y rápidos. Y en más de veinticinco años de manejar, incluso durante los ocho años en que trabajé para el Servicio Postal de los Estados Unidos conduciendo vehículos, no he tenido accidentes. Al fallecer mi padre, no sufrí pena alguna. Esto se debió al estudio que había emprendido sobre la irrealidad de la muerte cuando recibí instrucción en clase Primaria. Esta inspirada instrucción fue de tremenda importancia, pues aumentó mi capacidad para vencer el temor al tener que dominar la depresión. El resultado fue una bendición para todos los involucrados. “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados” (Romanos 8:28).


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