¿Estoy preparado para dar tratamiento mental si alguien me lo pidiera? podría preguntarse un Científico Cristiano. Cualquiera que esté espiritualmente convencido de la totalidad de Dios, que sea sincero en su estudio de esta Ciencia y obediente a sus enseñanzas y que esté viviendo las cualidades cristianas tan bien como su habilidad le permita, es capaz de ayudar a quien le pida tratamiento en la Ciencia Cristiana.
¿Pero exactamente cómo debe uno proceder para dar un tratamiento? Dios, la Mente divina, nos muestra la manera de hacerlo, y cada caso es individual. No obstante, podríamos descubrir que nuestro enfoque se fortalece si somos fieles a la Regla de Oro. Si a usted le piden que ore por otra persona, la obediencia al espíritu de esta regla puede ser una buena y confiable guía a seguir al estructurar su tratamiento. Podría preguntarse, por ejemplo, algo así: “¿Si yo fuera quien estuviera pidiendo tratamiento en la Ciencia Cristiana, de qué manera me gustaría que oraran por mí si me hallara en semejantes circunstancias?”
¿No querría acaso que quien lo esté ayudando ore para vencer el temor? Jesús siempre calmaba el temor de aquellos que recurrían a él en busca de curación. No siempre lo hacía de la misma manera, pero, según estudiamos sus curaciones, se ve claramente que él siempre enfocaba la situación de manera que el pensamiento humano cambiara de un estado de temor a uno expectativa expectativa del bien. Jesús jamás consideraba una situación discordante como un hecho establecido. Conocía demasiado acerca del amor que Dios siente por el hombre como para dejar que cualquier sugestión del mal se disfrazara como realidad, o sea, que pretendiera pasar por un hecho divinamente establecido. Demostró que la única verdad ordenada por Dios respecto a la existencia del hombre es que Dios creó al hombre para que representara Su propia armonía y perfección infinitas.
Cuando Jairo — un principal de la sinagoga — solicitó la ayuda de Cristo Jesús para su hija, que se hallaba gravemente enferma, Jesús dijo (y esto, después de haber llegado la noticia de que la niña había muerto): “No temas; cree solamente, y será salva”. Lucas 8:50. Entonces, cuando Jesús llegó a la casa del principal, rápidamente devolvió la vida a la niña.
La Sra. Eddy nos instruye: “Comenzad siempre vuestro tratamiento, apaciguando el temor de los pacientes”. Y en el mismo párrafo añade esta orientación específica: “La gran verdad de que Dios con Su amor lo gobierna todo, sin castigar jamás nada excepto el pecado, es vuestro punto de partida, desde el cual podéis avanzar y destruir el temor humano a la enfermedad”.Ciencia y Salud, págs. 411–412. Uno puede orar concienzuda y profundamente, sabiendo que el amor que Dios siente por el paciente es infinitamente más poderoso que cualquier sugestión de discordancia. La identidad que participa de la naturaleza del Cristo es la verdadera identidad del paciente, identidad que es reflejo de Dios. Y este ser verdadero está aquí y se encuentra circundado por la plenitud del Amor divino. Cualquier cosa que contradiga esta verdad acerca del ser individual no tiene validez, ni Principio, ni poder, ni autoridad, ni realidad. Al reconocer verdades como éstas uno está orando por el paciente tan cuidadosamente como uno desearía que oraran por uno.
¿Debería el requisito de vencer el temor del paciente provocar un gran sentido de responsabilidad personal en quien da la ayuda? Francamente, tal actitud entorpecería la curación en la Ciencia, porque esta curación es el resultado de expresar la Mente divina, en la cual no existen preocupaciones temerosas.
Nuevamente, aplicando la Regla de Oro: Si fuera usted quien estuviera solicitando ayuda, ¿no preferiría que la persona que lo ayuda depositara su confianza en el poder de Dios, en lugar de sentir que la responsabilidad de sanario recae toda sobre ella? Vemos, entonces, que la pregunta es: ¿Cómo puede uno evitar un sentido de responsabilidad personal? Evitamos la falsa responsabilidad sabiendo que la Ciencia — la ley misma de Dios — constituye la autoridad del tratamiento. Es la Ciencia misma la que consigna a la nada, a su no existencia, la creencia en el temor. La consciencia divina es la fuente de la consciencia verdadera y pura del paciente. La Sra. Eddy nos ofrece esta alentadora explicación: “La Ciencia dice al temor: ‘Tú eres la causa de toda enfermedad; pero eres una falsedad autoconstituida — eres oscuridad, nada. Estás sin “esperanza y sin Dios en el mundo”. No existes y no tienes derecho de existir, porque “el perfecto Amor echa fuera el temor” ’ ”.Retrospección e Introspección, pág. 61.
La persona que presta ayuda en la Ciencia Cristiana se puede revestir y revestir a su paciente de una dulce seguridad, semejante a la que hallamos en esta declaración bíblica: “No nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio”. 2 Tim. 1:7. ¿No indica esto, acaso, una manera eficaz de dar tratamiento semejante al que uno quisiera recibir de otro?
El espíritu de la Regla de Oro se puede aplicar tanto a las relaciones entre practicista y paciente como a cualquier otro aspecto de las relaciones humanas. Tenemos que observar su sencilla admonición: “Como queréis que hagan los hombres con vosotros [que oren por vosotros], así también haced vosotros con ellos”. Lucas 6:31. Recuerde esta regla cuando alguien le pida ayuda; encontrará que le proporciona la manera correcta de iniciar su trabajo. A medida que va negando el error, abrigue tiernamente en su corazón el gran amor que Dios siente por el paciente. Y la curación se manifestará.
Donde está el Espíritu del Señor,
allí hay libertad.
2 Corintios 3:17