Cristo Jesús demostró una y otra vez el poder sanador y regenerador de Dios. En las colinas, en las calles, ayudó a individuos y a multitudes. El número de ellos nunca fue un obstáculo. Pero en una ocasión Jesús exigió que la interferencia y el escepticismo humanos fueran aplacados y eliminados totalmente.
El evangelio según San Lucas relata que la hija única de Jairo estaba gravemente enferma. Ver Marcos 5:21–24, 35–43. Jairo, un principal de la sinagoga, fue personalmente a rogarle al Maestro que viniera y sanara a su hija. Al volver Jesús con él, llegó un mensajero diciendo que la niña había muerto. Para cuando llegaron a la casa, los familiares y las plañideras profesionales ya estaban de duelo.
Mas Jesús nunca fue de los que aceptaban las apariencias exteriores como veredicto final. Él mantuvo la verdad espiritual de la vida eterna, la vida siempre sostenida por el Amor divino, Dios que todo lo abarca. Jesús contrarrestó el cuadro de muerte y dolor con la afirmación inspirada por la Verdad: “Por qué alborotáis y lloráis? La niña no está muerta sino duerme”.
Pero los presentes no comprendieron la gran verdad del ser y la inquebrantable continuidad de la existencia espiritual que respaldaban las palabras de Jesús. Ellos expresaron abiertamente su desprecio al reírse y ridiculizar lo que, para su limitado entendimiento de la vida inmortal, parecía una declaración absurda.
Claramente, como lo discernió Jesús, estas personas todavía no estaban preparadas para aceptar al Cristo. Comprendiendo esto: echó fuera “a todos”, como lo relata Marcos. Luego fue hacia la niña y le devolvió totalmente el conocimiento, la hija de Jairo estaba viva.
En la actualidad cuando encaramos situaciones difíciles o problemas físicos que requieren curación, una pregunta básica que quizás debamos hacernos es: ¿Hay visitantes importunos en nuestra consciencia? ¿Estamos albergando, por ejemplo, enojo, frustración, temor, resentimiento, duda y demás? Si éste es el caso, debemos echar fuera “a todos” de la misma manera que Jesús echó fuera a quienes estaban de duelo en casa de Jairo, porque esos estados mentales nos impiden establecer la pureza de pensamiento y propósito tan fundamentales para la curación en la Ciencia Cristiana. Debemos asegurarnos de que ningún elemento en nuestro pensamiento se burle despreciando al Cristo y su efecto redentor.
El arrepentimiento y la regeneración son esenciales en la curación. Por cierto que nuestro pensamiento manifestará con mayor claridad el gobierno del Principio divino a medida que pesemos cada pensamiento y deseo en la balanza de la Verdad. Necesitamos ser espiritualmente precisos en nuestra manera de pensar sobre nuestra naturaleza, nuestro prójimo, sobre Dios y Su creación. Necesitamos un cambio radical, aun una transformación completa de nuestra consciencia humana. Ésta es la medida de nuestro verdadero arrepentimiento.
¿Están nuestras percepciones basadas firmemente en lo espiritual, en el bien, en lo que tiene valor perdurable, en lo puro, lo progresista y lo recto? Si no es así, el arrepentimiento y discernimiento que se obtienen mediante la oración sincera pueden revelar el hecho espiritual opuesto que es necesario para corregir el concepto erróneo, como, por ejemplo, cuando se sana un problema como la envidia mediante un reconocimiento sincero de la individualidad del hombre, de su valía espiritual y de su innata compleción. En lugar de ver a otra persona como la causa de nuestro problema o limitación, o adjudicarle algo de valor que nosotros no poseemos, llegamos a reconocer que el hombre ya incluye todo lo necesario por reflejo. El hombre, la emanación del Alma, refleja la totalidad de la belleza y la gracia de Dios. Es la emanación del Espíritu que expresa abundancia de bien, sustancia ilimitada. La manifestación de la Vida nunca está privada de las alegrías de la vida espiritual. Y cuando nos aferramos a estas verdades, ellas adquieren un significado mucho mayor que las meras palabras. Permanecer en la verdad — viviéndola — transforma y redime el carácter y la experiencia humanos, elevando los motivos y propósitos.
A medida que nos liberamos de las percepciones deformadas, tales como la envidia, a través del entendimiento espiritual de la verdadera individualidad del hombre, nos damos cuenta de que todo sentido de limitación o carencia, frustración o desesperación, se desvanece. Pero la Ciencia requiere más que sólo afirmar las verdades del ser del hombre; además debemos reconocer sinceramente el pecado dondequiera que aparezca. Entonces lo combatimos; porque si el pecado permanece sin ser descubierto ni vencido, existe el peligro de que nos ceguemos a sus efectos destructores en nuestra vida. La Sra. Eddy dice directamente: “Examinaos y ved qué y cuánto pretende de vosotros el pecado; y hasta qué punto admitís como válida esta pretensión o la satisfacéis. El conocimiento del mal que da lugar al arrepentimiento es la etapa más prometedora de la mentalidad mortal. Aun la equivocación más leve tiene que ser reconocida como una equivocación a fin de corregirla; ¡cuánto más debiéramos entonces reconocer nuestros pecados y arrepentirnos de ellos, antes de que puedan ser reducidos a su nada original!” Escritos Misceláneos, pág. 109.
En realidad, no podemos identificarnos legítimamente como imagen y semejanza de Dios a menos que lo hagamos en el contexto cristiano de tratar de sanar el pecado no sanado y proceder a vencerlo. Sólo entonces estamos estableciendo una base sólida para afirmar y comprender que Dios, el bien, es Todo y que el mal no tiene lugar, ni poder ni sustancia. Llegamos a reconocer más claramente cómo eliminar con firmeza y a través de la oración el pecado que nos confronta mediante la humildad, el arrepentimiento, el entendimiento científico y la aceptación de que la influencia redentora del Cristo está siempre presente. Pero es el arrepentimiento radical que requiere un cambio de vida lo que debemos poner en práctica. Como también lo observa la Sra. Eddy: “Cuando el hombre está gobernado totalmente por la Mente única y perfecta, no tiene pensamientos pecaminosos y no tendrá deseo de pecar”.Ibid., pág. 198.
A menudo se nos exige perseverancia. No solamente debemos corregir nuestro pensamiento; debemos estar seguros de que nuestras acciones estén a la altura de nuestros ideales. Siempre podemos hacer más para seguir en la dirección que señaló Jesús. A medida que lo seguimos, la luz del Cristo se abre paso y vemos al hombre cada vez más en el resplandor de su ser verdadero, la imagen del Alma. Esto sana.