No hace mucho tiempo, muchas personas tenían gran interés en adquirir oro por su alto valor y por creer que el poseerlo les daría seguridad económica.
Esto me hizo recordar la conducta de Moisés cuando tuvo que decidir a quién servir: a Dios o a las riquezas. El autor de Hebreos, al hablar de los héroes de la fe del Antiguo Testamento, escribió: “Por la fe Moisés, hecho ya grande, rehusó llamarse hijo de la hija de Faraón, escogiendo antes ser maltratado con el pueblo de Dios, que gozar de los deleites temporales del pecado”. Hebr. 11:24, 25.
Moisés hizo su decisión durante una época en que el pueblo hebreo vivía oprimido en Egipto, mientras que Faraón, a quien ellos servían, tenía extensos recursos. Pero las promesas de Dios tenían más valor para Moisés que todas las riquezas y comodidades de la corte de Faraón. Él debe de haber vislumbrado que la verdadera sustancia no es la materia, sino el Principio divino, completo, infinito, eterno.
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