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El cuento de la abuela

Del número de septiembre de 1982 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cuando era pequeña, solía jugar un juego que me asustaba. Después que me acostaban por la noche y la puerta estaba cerrada, la única luz que penetraba en mi habitación venía del farol de la calle. Brillaba a través de las hojas de un roble enorme que estaba justo delante de mi ventana creando diseños de hojas sobre la pared de mi dormitorio. Cuando una brisa movía las hojas del árbol, hacía que las sombras de las hojas bailaran. Estaba contenta de tener esta luz porque gracias a ella podía ver todo el cuarto.

Pero de vez en cuando, simplemente para entretenerme cuando no me podía dormir, me imaginaba que veía figuras en las sombras de las hojas, como una cara o un animal. Cuando la brisa soplaba, hacía que la cara abriera y cerrara la boca o que el animal moviera la cola.

Ahora bien, la mayor parte del tiempo me acordaba que tenía un lindo dormitorio empapelado en rosado. Me encantaba ese viejo roble y la alegre luz del farol. Pero algunas veces, cuando me había imaginado ver leones y tigres o la arrugada cara de una vieja bruja sacudiendo su escoba, me daba miedo. Si no corregía esta imagen temible al recordar que sólo estaba formada por sombras de hojas, tenía que llamar a mi mamá para que viniera y encendiera la luz de mi cuarto. Entonces, naturalmente, todas esas figuras desaparecían inmediatamente porque ninguna sombra de árbol podía permanecer en la pared con una luz grande encendida en el techo. Mi mamá no tenía que decir: “Ahora, señor león, ¡váyase!” Realmente no había ningún león allí. Ella no tenía que decir: “Señora Bruja, usted está asustando a mi hijita. Tenga la amabilidad de irse”. No, el único lugar en que el león o la bruja existieron alguna vez fue en mi propia imaginación, y realmente yo tenía dominio sobre ella.

Pero la única manera de estar segura de no asustarme era viendo lo que era cierto acerca de mi cuarto: lindas paredes, sombras de hojas que bailaban, y uniforme luz que venía de la calle. Era tonto inventar figuras espantosas y después creer que eran reales y temerlas.

Ahora bien, probablemente piensas que te voy a decir que ése es exactamente el modo de actuar de la mente mortal; que esta creencia inventada, lo opuesto de Dios, nos tienta a pensar que podemos estar asustados o heridos cuando siempre estamos realmente a salvo en el hogar de Dios, donde no hay nada más que amor y ternura. Probablemente piensas que te voy a decir que esas figuras aterradoras no pueden asustarnos si recordamos lo que es realmente verdadero.

Bien, ¡tienes razón! Eso es justamente lo que voy a decirte. Y tú sabes y yo sé que Dios es Amor. Él es tu Padre y tu Madre, y el Padre y la Madre de tu mamá y de tu papá, el Padre y la Madre de tu amigo y el Padre y la Madre de todos. Él mantiene la luz encendida todo el tiempo. Su luz es la verdad. Y tú reflejas esa verdad porque eres la imagen y semejanza de Dios.

¿Recuerdas la oración que Mary Baker Eddy dio a los niños? Aquí está:

Padre-Madre Dios,
En Tu amor,
Guárdame al dormir,
Guía mis pies al ir
De Ti en pos.Escritos Misceláneos, pág. 400.

Así que eres amado. Debes saberlo, y te sentirás seguro y feliz dondequiera que estés.

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