Nada de lo que la mente humana hace, conoce o cree tiene poder curativo verdadero. Pero cuando el pensamiento humano se somete a lo que Dios conoce y es, la influencia todopoderosa de Dios, el Espíritu, sana. Esta sumisión al Espíritu es oración, y la curación mediante la oración es algo que todo estudiante de la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens) es capaz de efectuar.
Por tanto, es muy importante descubrir lo que Dios, la Mente divina, sabe. Porque lo que Dios sabe es lo que es espiritualmente cierto acerca del hombre y del universo. De la Biblia, y de Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, aprendemos que Dios se ve a Sí mismo como el único poder, la única consciencia, la única fuente de acción y de existencia. Se podría pensar que Él dice: “Todo lo que soy es el bien, y eso es todo lo que existe”.
¿Y cómo ve Dios al hombre? Puesto que el hombre es la idea de Dios, todo lo que el hombre es o tiene procede de Dios. Por consiguiente, el hombre sólo puede ser bueno y tener lo que es bueno. La armonía es la ley de su ser.
“¿Pero cómo me ve Dios a mí, ahora mismo?”, nos podríamos preguntar. La Biblia presenta a Dios diciendo de Jesús: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia”. Mateo 3:17. Así es como Dios también te ve a ti. Por eso siempre puedes contar con la dirección, la protección y el cuidado de Dios.
¿Es este razonamiento mental lo que sana? No. Pero la aceptación de estos hechos pone nuestro pensamiento en armonía con el poder omnipotente que sana. La Sra. Eddy, Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, explica en Ciencia y Salud: “La curación física en la Ciencia Cristiana resulta ahora, como en tiempos de Jesús, de la operación del Principio divino, ante la cual el pecado y la enfermedad pierden su realidad en la consciencia humana y desaparecen tan natural y tan inevitablemente como las tinieblas ceden lugar a la luz y el pecado a la reforma”.Ciencia y Salud, pág. xi.
Puesto que los hechos espirituales del ser están fundados sobre el Principio divino, ellos son el único agente sanador verdadero. Este Principio actúa constantemente en bien del hombre, preservando sin esfuerzo la salud y perfección de toda identidad espiritual.
¿Pero cómo actúa este poder para sanar un problema físico? ¿Qué hace que esta ley de perfección espiritual sea aplicable a nuestra situación humana? Volviéndonos hacia lo que Dios es y conoce, podemos ver que, en realidad, un problema físico realmente no es físico, sino materialmente mental. Es decir, es una proyección de la creencia de que la vida y la sustancia son materiales. El abandonar esta creencia material en favor de lo que Dios conoce (todo es Espíritu y espiritual) disipa o ajusta todo lo que pueda perturbar. Cambia el concepto de lo que es sustancial, y su expresión, mental y física, tiene que cambiar.
Cristo Jesús explicó: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí”. Juan 14:6. El “mí” al que Jesús se refería no es un mortal; es el Cristo, o Verdad, que Jesús representaba. Y como él da a entender, la curación se efectúa cuando se acepta al Cristo como “el camino”.
Las palabras de verdad en la Biblia y en Ciencia y Salud no tienen de por sí ningún poder sanador especial, por mucho que se lean o repitan. Para que la curación se efectúe, estas palabras deben ser comprendidas, no sólo con la cabeza y el corazón, sino espiritualmente.
Por mucho que anhele y luche, la mente humana por sí sola jamás podrá adquirir comprensión. Sólo mediante la acción del Cristo se puede comprender espiritualmente la Ciencia divina.
Así que, ¿dónde podemos encontrar al Cristo? ¡Está aquí, ahora! El Cristo es el mensaje divino que viene de Dios, revelando constantemente su naturaleza a la comprensión humana. El Cristo, la Verdad, inspira nuestras acciones cuando lo reconocemos y lo discernimos. Sentimos más libertad, pureza, honradez y generosidad. El Cristo destruye la resistencia de la mente humana a la Verdad y su confianza en los sentidos físicos. Entonces emerge la confianza en el gobierno inequívoco del Amor.
A medida que reconocemos al Cristo, la misma poderosa fuerza curativa que Jesús expresó, y le damos lugar supremo en nuestro pensamiento, encontramos que nada — ni el temor ni la ignorancia ni la maldad — puede escapar a su toque sanador. Entonces, al escuchar con el sentido espiritual que el Cristo imparte, actuamos conforme a la dirección de la Verdad, incluso si nuestras acciones están en completa oposición al testimonio de los sentidos físicos.
El temor es una causa predominante en todas las enfermedades. Con frecuencia se impone cuando las conclusiones acerca de las condiciones del hombre se deducen de los cinco sentidos físicos o de las opiniones de otras personas. Este destructivo hábito de pensamiento podrá contrarrestarse cuando empecemos a aprender los hechos espirituales acerca de la condición verdadera del hombre.
¿Cómo empezamos? Con frecuencia es útil empezar rechazando las conclusiones del pensamiento humano, diciendo “no” a los testimonios y temores físicos. Si los sentidos dicen: “Acuéstate, estás enfermo”, podemos levantarnos porque sabemos que Dios es la Vida del hombre. Por tanto, el hombre es activo, saludable y libre. Si los sentidos se lamentan: “Te han perjudicado. !Toma represalias!”, podemos perdonar, porque sabemos que el Amor es la fuente de la identidad del hombre, y la idea del Amor nunca perjudica ni es perjudicada. Si los sentidos gritan: “Este problema es muy serio. ¡Estás en un peligro terrible!”, podemos sentirnos a salvo sabiendo que el Cristo está siempre cuidando de nosotros, de modo que podemos vencer el problema con confianza absoluta.
La curación en la Ciencia Cristiana no es meramente un procedimiento para corregir problemas. Su propósito es revelar al Cristo, la luz de la Verdad y el Amor, como nuestra condición verdadera y espiritual, que no necesita ser corregida. Esta revelación sana con el poder puro de la Mente ya que no conoce ninguna mente humana vacilante y limitada. Todos tenemos el mismo acceso al Cristo, y todos podemos curarnos.
No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que
ve hacer al Padre; porque todo lo que
el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente.
Porque el Padre ama al Hijo,
y le muestra todas las cosas que él hace;
y mayores obras que estas le mostrará,
de modo que vosotros os maravilléis...
Porque como el Padre tiene vida en sí mismo,
así también ha dado al Hijo el tener vida en sí mismo.
Juan 5:19, 20, 26
