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Revisando la historia

Del número de octubre de 1983 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


De la manera como el mundo ve las cosas, lo pasado, pasado está. Nada puede remediarlo. La historia parece definitiva. Pero de vez en cuando suceden cosas que perturban esta cómoda forma de mirar el pasado. La Biblia nos habla de la resurrección de Jesús, y de cómo él volvió a la vida a gente que había muerto.

Algunos mantienen el punto de vista de que aquellos que fueron resucitados habían recibido una nueva vida. Sin embargo, Cristo Jesús dijo a la gente que lamentaba la muerte de la hija de Jairo: “No lloréis; no está muerta, sino que duerme”. Lucas 8:52. Luego la despertó, reconociendo el hecho de su vida ininterrumpida en Dios.

Nadie, incluso Jesús, ha tenido o tiene poder para alterar la realidad. La realidad está fija en el Principio divino, Dios, en la Verdad eterna. Mas las palabras de Jesús indican su rechazo a atribuir a un Padre amoroso, Dios, la tragedia mortal de sucesos pasados. En este asunto, la historia no reflejaba la verdad de los hechos, por ello él actuó para corregir esta historia falsa armonizando lo humano con lo divino.

En cierta ocasión, antes de sanar a un hombre ciego de nacimiento, Jesús rechazó la sugestión de que esa condición era el resultado de una historia de pecado. Él trató el caso como una oportunidad para anular la aparente historia de pecado que pesaba sobre ese hombre: “para que las obras de Dios se manifiesten en él”. Juan 9:3.

Jesús tenía una clara percepción del hombre, no contaminado por falsas predicciones de anticuados conceptos erróneos. Él podía descartar perjudiciales creencias ancestrales acerca de Dios y el hombre, que habían desfigurado la existencia humana. Contra todas las reglas del desarrollo biológico, Jesús restauró sus cuerpos.

La Sra. Eddy hace referencia al desarrollo embrionario y a la teoría de Darwin sobre la evolución, y su contraste con la realidad divina. Luego ella continúa: “Las Escrituras son muy sagradas. Nuestro objetivo debe ser el de contribuir a que se las comprenda espiritualmente, porque sólo mediante esa comprensión se puede llegar a la verdad. La teoría verdadera del universo, incluso el hombre, no se encuentra en la historia material sino en el desarrollo espiritual. El pensamiento inspirado renuncia a una teoría material, sensual y mortal del universo y adopta la espiritual e inmortal.

“Es esa percepción espiritual de las Escrituras lo que saca a la humanidad de la enfermedad y la muerte e inspira fe”.Ciencia y Salud, pág. 547.

Es también nuestra responsabilidad individual revisar la historia falsa basada en la materialidad y desterrar de nuestra vida su influencia sofocadora. La historia humana puede registrar que la enfermedad es común, que ha sucedido antes o que las enfermedades crónicas han tenido una larga historia de desarrollo. Pero éstos no son los hechos de acuerdo con la Verdad. La realidad descansa en Dios. En Él ningún incidente de enfermedad o decrepitud ha sucedido jamás. La Ciencia presenta a Dios como Mente: Verdad, Vida y Amor conscientes. Jesús de Nazaret, reflejando esta consciencia divina, confiaba en la autoridad de ella para corregir el cuadro mortal y falso del mundo, sacando a luz los hechos espirituales de la existencia.

Jesús permitió que el mundo lo clavara en la cruz. Para sus seguidores que aceptaron el cuadro humano como un hecho desastroso, esos días fueron de inmensa tristeza. Para Jesús los hechos debieron tener una apariencia diferente. Él sabía que su unidad con Dios nunca había sido interrumpida; su expresión de la Vida nunca se había extinguido. Así fue como pudo escribir de nuevo la historia mortal cambiando la crucifixión en resurrección, gozo y victoria.

El escribir de nuevo la historia espiritual, no es, en realidad, dar nueva forma a los acontecimientos presentes; más bien representa una nueva orientación de nuestro concepto de identidad. Necesitamos comprometernos profunda, consciente e inteligentemente a los hechos espirituales. La Ciencia Cristiana presenta los hechos espirituales como las únicas realidades, la eterna sucesión de las manifestaciones de la Mente, señalada por la bondad y la impecable belleza del Amor. Una sucesión de condiciones enfermizas, discordantes y perturbadoras nunca ocurre realmente.

Pensemos lo que significa esto. Si estamos amenazados por tumores, úlceras o crecimientos cancerosos, podemos aferrarnos al hecho de que en toda la continuidad eterna del ser espiritual, jamás ha existido ni un tumor, ni un cáncer, por consiguiente, tampoco puede haber uno ahora. Aquello que parece que uno ha estado sufriendo, no tiene historia, ni pasado, ni presente, ni futuro. No tiene ni la más mínima validez, fuera de la supuesta validez que nosotros y el mundo, equivocadamente, le atribuimos.

La historia pinta cuadros impresionantes de una raza humana corrupta. Pequeños conceptos erróneos crecen cuando se le permite al pensamiento dedicar atención por siglos a ciertos individuos, creando así monstruos que más tarde pueden aparecer como realidades monumentales. Todos sabemos cómo los derechos de la mujer y de varios grupos étnicos han sido cruelmente reprimidos, aun cuando ninguna ley moral o espiritual apoye tal degradación. Y también hemos visto esfuerzos vigorosos para corregir estos antiguos errores. Sin embargo, la victoria final no se ha alcanzado. Solamente el Cristo puede representar al hombre correctamente como el hijo de Dios.

Entre sus narraciones de historia humana, la Biblia nos da vislumbres de esta verdadera idea divina, el hombre. Se nos habla acerca de grandes pioneros espirituales que fueron más allá de las ilusiones mortales, dando al mundo muestras de la capacidad y la gloria del hombre verdadero tal como lo percibieron mediante su consciencia inspirada. Fue el espíritu del Cristo el que brilló a través de Moisés, los patriarcas y los profetas, mediante las grandes obras de Jesús y de los apóstoles, y que otra vez, hoy en día, está sanando la enfermedad por medio de la Ciencia divina del Cristo.

El hombre, la idea espiritual de Dios, no tiene una triste historia, no se desarrolla de la inmadurez a la perfección, sino que siempre es uno con Dios, reflejando a Dios en eterna y constante plenitud, expresando a la Mente en un dinámico y eterno ahora.

¡Qué gran promesa se nos ha dado, y qué inmensa libertad! Aun el pasado tiene que ceder a medida que el Cristo, la verdadera idea de la Vida eterna alboree sobre la humanidad.

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