Al enfrentarnos a problemas difíciles, es útil preguntarnos si estamos tratando de hacer que la salud sea una realidad justo donde hemos creído que ha estado ausente. Nuestro remedio está a la mano. A la realidad no hay que hacerle nada.
Nuestro Mostrador del camino, Cristo Jesús, sanaba sobre la base de la convicción espiritual. Él conocía a Dios, la única Mente divina, como Verdad. Lo que es verdadero está a salvo dentro de la Mente que todo lo sabe. Por lo tanto, lo que Dios conoce constituye la verdad en cualquier situación. Sintiendo profunda compasión ante la escena humana, Jesús pudo decir: “Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”. Juan 8:32.
La Ciencia Cristiana, la Ciencia divina que Jesús enseñó y vivió, nos trae la maravillosa revelación de que el hombre refleja a Dios. Por lo tanto, el hombre refleja la Verdad. El hombre no puede dar origen a la Verdad; el hombre no es responsable de hacer que la Verdad sea verdadera. La Verdad — con su bondad, su integridad, su salud — ya está establecida, ya es la sustancia de toda identidad real. Dios, la Mente, ha declarado la verdad de nuestro ser. La Verdad ya está actuando. No tenemos que ponerla a funcionar o hacer que actúe más de prisa. La Verdad está eternamente aquí, y su ley funciona espontáneamente en beneficio de nuestra genuina identidad.
¿Qué hacemos, entonces, con los problemas? La Sra. Eddy hace esta penetrante declaración: “Una mentira tiene sólo una oportunidad de engañar, — que se la tenga por veraz. El mal intenta imputar todo error a Dios, para que así la mentira parezca ser parte de la Verdad eterna”.La Unidad del Bien, pág. 17. Podemos invertir la mentira con las verdades específicas y saber que Dios, o la Verdad, es la ley divina en el caso: la única ley.
Una mentira no puede cambiar los hechos; sólo puede intentar engañar. Si aceptamos una mentira, esto es en realidad una autodecepción, nunca la verdad sobre nuestro ser. Cobramos valor cuando nos damos cuenta de que lo que estamos tratando de demostrar ya está establecido en el reino de Dios.
Por ejemplo, la salud existe como una idea divina. Entonces, el concepto mortal de mala salud en realidad ni siquiera puede aparentar existir. Y al invertir la mentira podemos usar su pretensión en nuestro beneficio. ¡Podemos desenmascararla, invertirla y obtener una bendición!
Un buen ejemplo sobre esto de invertir las pretensiones del error, lo encontramos en la narración bíblica referente a la experiencia de Moisés cuando Dios le mandó que echara su vara en tierra. Moisés obedeció, y la vara se convirtió en una culebra. Dios le ordenó entonces tomar la culebra, y nuevamente ésta se volvió una vara. Ver Éx. 4:1–4. Moisés tuvo que hacer frente a la sugestión mentirosa de que la Verdad podía ser invertida y convertida en algo malvado, perverso y mortífero. La comprensión espiritual de Moisés le mostró que allí donde la culebra reclamaba tener poder y presencia, sólo la Verdad estaba actuando.
La Sra. Eddy ha escrito una maravillosa descripción de este inspirador episodio: “Guiado por la sabiduría, Moisés echó en tierra su vara y vio que se convirtió en una culebra, y huyó de ella; pero la sabiduría le mandó volver y tomar a la culebra, y entonces desapareció el temor de Moisés. En ese incidente se vio la realidad de la Ciencia. Se demostró que la materia es sólo una creencia. La culebra, o el mal, bajo el mandato de la sabiduría, fue destruida mediante la comprensión de la Ciencia divina, y esa prueba llegó a ser para él un báculo en que apoyarse. La ilusión de Moisés perdió el poder de alarmarle cuando descubrió que lo que aparentemente había visto no era realmente sino una fase de la creencia mortal”.Ciencia y Salud, pág. 321.
Al percibirse la realidad, ¿dónde estaba la culebra? No tuvo que “irse” a ningún lugar, porque era irreal para empezar. Si estamos luchando con la enfermedad, ésta no tiene que irse a parte alguna. Cuando se comprende que la salud es el estado natural y espiritual del hombre, y mediante este conocimiento el cuerpo responde y recobra su normalidad, ¿dónde está la enfermedad?
La verdad es que el hombre, por ser la imagen de Dios, es perfecto e inmortal. Debido a que éste es el hecho espiritual, el hombre no puede, en ningún momento y bajo ninguna circunstancia, cambiar a un estado opuesto de mortalidad, pecado, enfermedad o muerte. No hay vacíos en la Mente. Si nos encontramos temporariamente bajo la ilusión de enfermedad, esto no significa que Dios, la Verdad, ha desaparecido y que la salud ya no es normal. Allí mismo donde la enfermedad pretendería dictar la condición del hombre, por inversión encontramos la ley divina de Dios manteniendo eternamente al hombre en su estado de perfección y salud. La Sra. Eddy escribe: “La Ciencia invierte el falso testimonio de los sentidos físicos, y por esa inversión los mortales llegan a conocer los hechos fundamentales del ser. Entonces inevitablemente se presenta la pregunta: ¿Está un hombre enfermo si los sentidos materiales indican que está bien de salud? ¡No! porque la materia no puede determinar el estado del hombre. Y ¿está sano si los sentidos dicen que está enfermo? Sí, está sano en la Ciencia, en la cual la salud es lo normal y la enfermedad lo anormal”.Ibid., pág. 120.
Esto fue comprobado por una mujer que tuvo necesidad de hacer frente a un serio problema físico. Al principio trató de no prestar atención a una tuberosidad que le apareció debajo de un seno. No obstante, después de unas cuantas semanas la condición había empeorado considerablemente. Una amiga de ella había sido hospitalizada y operada de una condición similar. El temor se apoderó de la mujer, así que pidió a una practicista de la Ciencia Cristiana que la ayudara por medio de la oración.
La practicista reconoció que precisamente donde una mentira pretendía estar actuando en la experiencia de la mujer, allí precisamente estaba la idea de Dios, dando testimonio de Su perfección. La practicista afirmó que en todo el universo de Dios no existe tal cosa como un mortal temeroso y enfermo, y que ni ella ni la paciente estaban obligadas a creer una mentira y ni tan siquiera eran capaces de creerla. La obligación de ambas, como en el caso de Moisés, era expulsar la mentira fuera de la consciencia y percibir la presencia de la salud, la santidad y la perfección de Dios y del hombre como la única verdad sobre la creación.
La mujer obtuvo un nuevo concepto de sí misma como la amada idea de Dios. Tanto la practicista como la paciente se regocijaron de que su amado Padre-Madre mantenía a la paciente en un estado ideal de salud y bienestar; que su única identidad era el reflejo de Dios; su única sustancia la sustancia del Espíritu; su única vida la Vida que es Dios. Una declaración de la Sra. Eddy en su obra Escritos Misceláneos, cobró especial significado: “La voluntad de Dios, o poder del Espíritu, se manifiesta como Verdad, y mediante la justicia — no como materia o por medio de ella — y quita a la materia toda pretensión, capacidad o incapacidad, dolor o placer”.Esc. Mis., pág. 185.
En la primera visita que hizo a la practicista, todas las mentiras que clamaban reconocimiento fueron invertidas, el temor se disipó y la paz mental fue restablecida. Un día, encontrándose la mujer sola en su casa, sintió en su consciencia — como si las palabras hubieran sido pronunciadas por alguna persona — “Esto [el error] no es nada”. Tal intuición fue, ciertamente, la “voz callada y suave” de la Verdad. Pronto la condición desapareció por completo.
¿A dónde se fue? Desde el punto de vista de la Verdad, a ningún lugar. Nunca había sido una realidad.
Sea cual sea la situación no hay por qué desesperarse. Dios eternamente mantiene al hombre perfecto. Y ésta es la verdad comprobable acerca de nuestro ser.
