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Hace algunos años, mientras el dentista me hacía pequeños arreglos...

Del número de octubre de 1983 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hace algunos años, mientras el dentista me hacía pequeños arreglos dentales, me dijo que tenía un grave caso de piorrea y que sería necesario hacer un tratamiento especial para salvarme los dientes. Esto me perturbó bastante.

Más tarde, al volver a casa con mi esposo, le mencioné lo que el dentista me había dicho, y acordamos que no teníamos que aceptar el diagnóstico del dentista. En vez, declaramos las verdades espirituales que venían a nuestro pensamiento, y oramos durante toda la tarde para obtener una perspectiva correcta de la situación. Me sentí confiada y en paz. Sin embargo, a la mañana siguiente sentía mucho temor. Traté de llamar por teléfono a mi maestro de quien recibí instrucción en clase de Ciencia Cristiana,Christian Science (crischan sáiens) pero me enteré que estaba de viaje y que por unos días sería imposible comunicarme con él. De modo que le escribí una nota.

Al cabo de unos días recibí su respuesta. Yo esperaba una carta larga conteniendo referencias de la Biblia o de los escritos de Mary Baker Eddy, y con verdades sobre las cuales meditar. Sin embargo, la carta contenía sólo dos breves frases: “Querida alumna: No existe tal cosa. Reciban ambos mi afecto”, y su firma. ¡Qué desilusión! Pero cuando leí nuevamente la nota, sencillamente me senté a reír de alegría. Era tan simple; en realidad, no existe tal cosa llamada enfermedad. Comprendí la verdad y el poder de la declaración de la Sra. Eddy que dice: “Dios está en todas partes, y nada fuera de Él está presente ni tiene poder” (Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, pág. 473). ¡Dios es Todo!

Cuando volví a ver al dentista para que me hiciera una limpieza dental, no mencionó para nada los rayos X ni la piorrea. Hoy, después de casi treinta años, todavía tengo mis dientes.

Hace unos pocos años, mientras visitaba a unos amigos en otra ciudad, accidentalmente me salpiqué los ojos con un rociador para cabello. Esto me produjo dolor y me afectó la vista. No obstante, pude continuar mi visita.

Tan pronto como llegué a casa, llamé a una practicista de la Ciencia Cristiana, quien enseguida se puso a orar por mí. A la semana siguiente, un ojo ya estaba normal pero el otro aún estaba inflamado. El trabajo del practicista en esa oportunidad aclaró mi pensamiento, permitiendo una mayor receptividad de la Verdad. Estudié la conversión de Pablo en el libro de los Hechos (capítulo 9), las curaciones de la vista relatadas en la Biblia, y las citas de los escritos de la Sra. Eddy sobre vista, visión, sentidos, y especialmente percepción. Al cabo de algunas semanas, durante las cuales vi cambios positivos en mi actitud y adquirí un amor más profundo por Dios, y, en consecuencia, un amor más grande por la humanidad, la curación fue completa.

Alrededor de esa misma época, también sané de la sensación de pérdida y separación que tuve cuando mi marido falleció. Estas líneas del Himno N° 135 en el Himnario de la Ciencia Cristiana, fueron de gran ayuda y consuelo: “No sé de alguna vida/ que no descanse en Ti”. A medida que me adaptaba a hacer las cosas por mí misma, los problemas se fueron solucionando, algunas veces de manera inesperada. Por ejemplo, en cierta oportunidad una amiga necesitaba dinero. Yo tenía muchos deseos de ayudarle, pero la cantidad que necesitaba era mayor de la que yo podía aportar. Un negocio de la zona me había dado un número para entrar en un sorteo que se iba a llevar a cabo, y noté que el premio llegaba a la suma de dinero que mi amiga necesitaba. Decidí depositar el número en la caja que para tal fin tenía el negocio. Ese día, más tarde, al razonar me di cuenta de mi error. Me acordé de una conversación con un amigo que me advirtió que si queremos que la suerte influya “en nuestras billeteras”, tenemos que aceptar que también influya en el resto de nuestra vida. Rompí el número del sorteo y comprendí lo que dice Ciencia y Salud: “El Amor es imparcial y universal en su adaptación y en sus dádivas” (página 13). No podría haber un verdadero ganador si todos los demás fueran perdedores.

Al poco tiempo recibí un cheque a raíz de una inversión que mi marido había hecho. La cantidad era un poco mayor que la que mi amiga necesitaba. (Yo no esperaba recibir este dinero; en realidad, no sabía nada acerca de él). Mi amiga y yo reconocimos la verdad de las palabras de la Sra. Eddy: “El Amor divino siempre ha respondido y siempre responderá a toda necesidad humana” (ibid., página 494).

Habiendo recibido bendiciones de Dios mediante el estudio de Ciencia Cristiana durante casi cuarenta años, he aprendido que nuestras necesidades son satisfechas siempre que las reglas de la Ciencia se apliquen con comprensión. Estoy profundamente agradecida a Dios por Su Cristo; por la Sra. Eddy y su descubrimiento de la Ciencia Cristiana; por el amor de La Iglesia Madre hacia sus miembros; y por el privilegio de servir en una iglesia filial de Cristo, Científico, y en la Escuela Dominical. Realmente todos tenemos nuestra vida “escondida con Cristo en Dios” (Colosenses 3:3).


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