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Ojos que no se oscurecen

Del número de octubre de 1983 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La vista no tiene por qué oscurecerse con el correr de los años. A medida que aceptamos que Dios, el Amor divino, es la fuente de toda percepción y discernimiento verdaderos, nuestras facultades humanas se agudizan, la vista permanece clara, la visión defectuosa se corrige.

En la Ciencia Cristiana, se ve al hombre como la expresión del Amor divino. El cuerpo material, incluso todas las condiciones anatómicas, es una creencia fundamental en lo opuesto del ser espiritual. La Sra. Eddy escribe: “¡Cómo se amplifica el hombre, visto a través de la lente del Espíritu, y cómo se contrapesa su origen del polvo, y cómo se abre paso hacia su original, jamás separado del Espíritu!”The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, pág. 129. Asemejándose a la Mente divina, el Espíritu, el hombre verdadero está continuamente incluido en el universo de sustancia perfecta e incorpórea. Esta unidad inseparable entre Dios y el hombre significa una sola presencia poderosa que preserva la visión intacta del hombre por toda la eternidad.

Por supuesto, esta verdad se refiere al hombre espiritual, el hijo de Dios, revelado en la Biblia desde el Génesis hasta el Apocalipsis. Él es la imagen de Dios y tiene pleno dominio, incluyendo el dominio sobre la creencia de visión defectuosa. En conformidad con este testimonio verdadero, las facultades del hombre permanecen eternamente tan perfectas como su creador.

Pero los mortales consideran que la corporalidad es lo que determina la visión buena, mala o regular; y mucha gente se ve impedida por esta creencia. El testimonio material, presentando su propio fenómeno, oscurece la unidad que existe entre Dios y el hombre. Pero éste es un velo temporario, una sugestión que se disuelve cuando hacemos suficiente uso de la verdad eterna en cuanto a la verdadera identidad del hombre como la idea del Amor divino.

Muchos han aprendido a afirmar que el Espíritu infinito es la única fuente de las facultades verdaderas, y este conocimiento mejora y preserva su concepto humano de la vista. La Biblia da este notable ejemplo: “Era Moisés de edad de ciento veinte años cuando murió; sus ojos nunca se oscurecieron, ni perdió su vigor”. Deut. 34:7.

Si un problema de la vista persiste, puede ser evidencia de que se tiene un falso concepto en cuanto a quién es el que realmente realiza la función de ver. La Sra. Eddy hace esta pregunta: “¿Vive alguien que haya encontrado el Alma en el cuerpo o en la materia, que haya visto la sustancia espiritual con los ojos, que haya encontrado vista en la materia, oído en la oreja material o inteligencia en la no inteligencia?”Rudimentos de la Ciencia Divina, pág. 5. Si estamos luchando con un problema de visión defectuosa, podemos sustituir esta lucha por la convicción permanente de que Dios, el Espíritu, todo lo ve; el Espíritu no depende de la materia. Cuando razonamos partiendo de la premisa de que Dios es Todo-en-todo, comprendemos que Su capacidad natural para verlo todo es impartida al hombre en forma intacta; nuestro discernimiento de esta comunicación de visión espiritual corrige la vista que falla.

Como reflejo de Dios, el hombre ve con vista prestada, por así decirlo. La visión espiritual es de Dios para ser expresada, y Él la comparte con todas Sus ideas universalmente..Así es que la vista del hombre continúa tan permanente como Dios, la fuente de toda imagen reflejada. Cuando comprendemos que solamente Dios irradia la identidad individual del hombre, los elementos nebulosos y distorsionados de nuestra manera de pensar desaparecen. Dudas, temores y fantasías matizadas de sensualidad desaparecen cuando establecemos una natural expectativa de bien inevitable en nuestros asuntos diarios.

Así que empezamos a ver a través del espejismo cambiante de la materia y aprendemos a aceptar la creación como Dios la conoce: un todo unificado de sustancia espiritual que ni envejece ni se deteriora. Este reconocimiento abre el camino para el efecto correctivo de Dios sobre la creencia mortal de vista defectuosa u oscurecida.

Si estamos contentos con ver materialmente — y con vivir materialmente — necesitamos ir más lejos en reconocer nuestro linaje divino, en percibir el universo de sustancia espiritual en que el hombre vive y ve. La meta no es meramente mejorar el sentido físico de la vista; podemos tener el deseo de ver aquí el reino de los cielos dentro de nosotros. Deberíamos esforzarnos por dar testimonio de nuestra única identidad verdadera como reflejo de Dios. El pensamiento mortal sugiere y acepta su propia versión material y empequeñecida de todo. Pero podemos penetrar esta aparente inversión de la realidad y discernir las vistas ilimitadas y la ordenada belleza del Espíritu. A medida que la creencia de que la visión se origina en la materia ceda cada vez más a la inteligencia divina del Espíritu, en ese grado, el reino de los cielos — ya aquí presente — se hará aparente.

La sustancia del Amor divino, que lo mantiene todo al alcance de su vista, no puede deteriorarse ni en causa ni en efecto. Si una condición nerviosa o un accidente parece haber alterado la visión normal, allí mismo el hombre, como el reflejo invulnerable de Dios, continúa unido al Padre. La lente del Espíritu no puede ni comunicar ni proyectar daño o pérdida. Por consiguiente, toda creencia en lo contrario no tiene origen verdadero, es infundada e irreal.

Las Escrituras relatan varios casos en que Cristo Jesús demostró mediante la curación la presencia de Dios que todo lo ve. En cierta ocasión, el Maestro preguntó a un ciego: “¿Qué quieres que te haga?” La Biblia prosigue: “Y él dijo: Señor, que reciba la vista. Jesús le dijo: Recíbela, tu fe te ha salvado”. Lucas 18:41, 42. ¿Qué clase de fe se necesita hoy en día para que la vista debilitada sea restaurada? Fe en la verdad de que el hombre es la idea expresada de la Mente divina, que él no es ni jamás ha sido una entidad física; fe basada en la comprensión de que, debido a que Dios es el único que todo lo ve, la vista no puede originarse en ninguna otra parte.

Con tal comprensión de la unicidad omnímoda de Dios, podemos comprender la verdad de que el hombre como Su imagen no está sujeto a facultades que se deterioran. De esta manera demostramos la visión perfecta en nuestras vidas. Hay una sóla verdad en cuanto a las facultades inviolables del hombre, un juicio divino que cada uno de nosotros puede aceptar ahora mismo como verdadero en nuestras presentes circunstancias: “El oído que oye, y el ojo que ve, ambas cosas igualmente ha hecho Jehová”. Prov. 20:12. Y todo lo que Dios ha hecho es siempre espiritual, eternamente perfecto, sano, intacto y sin oscuridad.

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