¿Dónde empieza realmente el gobierno justo, eficaz, correcto? ¿En las capitales del mundo? En el sentido más profundo, puede pensarse que el buen gobierno comienza con los esfuerzos dedicados, persistentes, de cada uno de los ciudadanos para disciplinar sus pensamientos y acciones; para espiritualizar su perspectiva de la vida y centrarla en Dios.
El Apóstol Pablo hace hincapié en nuestra necesidad de emprender una especie de guerra “llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo”. O, como lo dice The New English Bible (La Nueva Biblia Inglesa): “Compelemos a todo pensamiento humano a someterse en obediencia a Cristo”. 2 Cor. 10:5. El cumplir cada vez más con este mandato cristiano abre la puerta para ejercer uno de los derechos más preciados: el derecho otorgado por Dios al gobierno propio.
De acuerdo con las Escrituras, Dios es Amor infinito, todo el Amor que existe o que siempre existirá. Este Amor es tanto el único creador y preservador del universo como la fuente inagotable de todas las bendiciones. El hombre es la idea expresada de este Amor, totalmente espiritual en carácter y sustancia. El hombre refleja lo que es el Amor. El aceptar estos hechos divinos, dejando que ellos gobiernen nuestros conceptos, motivos y experiencias, nos conduce a un sentido cada vez mayor de gobierno propio, de dominio sobre el dolor y la injusticia.
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