Y he aquí que los cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y venía sobre él. Y hubo una voz de los cielos que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia (Mateo 3:16, 17).
He aquí una sencilla pero magnífica declaración del amor del Padre por el Cristo, la naturaleza verdadera del hombre que Jesús reveló. Según la Biblia, en ese momento de su carrera, el Maestro estaba todavía preparándose para la gran obra del ministerio que le había sido encomendado: sanar, redimir y alimentar a las multitudes de corazones que tienen hambre de obtener una certeza más profunda de la presencia de Dios.
El Salvador había venido para dar evidencia perfecta de la capacidad infinita del Amor divino para responder a las grandes necesidades de la humanidad. Su advenimiento no tiene paralelo; nadie ha entrado jamás a la escena humana de igual manera ni con una promesa tan especial y sagrada. Él ciertamente era el ungido de Dios.
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