Cuando Jesús sanaba a los enfermos, él hablaba con autoridad. “¡Cállate, y sal de él!” Marcos 1:25. dijo al hombre que estaba mentalmente perturbado, y el hombre sanó inmediatamente. En otras ocasiones sus palabras eran sencillas, mas potentes expresiones del poder espiritual que él reflejaba: “Levántate...”, “Extiende tu mano...”, “Sé abierto...” Ver Juan 5:8, Mateo 12:13 y Marcos 7:34.
Si hablamos a la enfermedad (o a cualquier condición anormal) con verdadera autoridad, derivada de Dios, nosotros también podemos curar, y hasta instantáneamente algunas veces. Cristo Jesús prometió que quienes creyeran en él, podrían hacer las obras que él hizo y aun mayores (ver Juan 14:12).
La autoridad, o sea la capacidad para actuar e imponer la obediencia, depende de la claridad de visión que ve lo que es menester hacer y del poder decisivo que lo lleva a cabo. ¿De dónde proceden el poder y la claridad? De la comprensión espiritual, el “río limpio de agua de vida, resplandeciente como cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero”. Apoc. 22:1. La comprensión tiene autoridad porque se origina en la Mente omnipotente, la Verdad absoluta. Los esfuerzos humanos por distinguir entre lo correcto y lo incorrecto, entre lo importante y lo no importante, en una situación humana — por muy bien intencionados que sean — son debilitados por la aceptación del poder y realidad del error. Tal visión oscurecida genera indecisión e inestabilidad, y éstos son defectos que socavan la autoridad.
La claridad mental sobre la cual está basada la capacidad para curar consecuentemente, no se obtiene, por tanto, meramente por estar de acuerdo, intelectual o emocionalmente, con las verdades absolutas, o por desear las metas correctas. La claridad viene a medida que aprendemos a ponernos del lado del gobierno de Dios y a confiar firmemente en la práctica de valores morales. Asumir esa posición y expresar esa confianza nos dan la estabilidad mental necesaria para rechazar la pretensión del error de que posee existencia o poder.
Que la totalidad del Amor establece la nada del odio es absolutamente cierto; pero si no podemos pasar el día sin irritarnos o inquietarnos por el comportamiento de nuestro prójimo, es señal de que no hemos comprendido claramente esa declaración y no podemos depender de su autoridad. Nos encontramos en la misma situación del marinero que intelectualmente conoce el lugar de su destino y que tiene vivo deseo de llegar a él, pero que, desconociendo la posición en que se encuentra en ese momento, no puede trazar un curso exacto para ir de un punto a otro. En el grado en que desconocemos dónde estamos — nuestra posición — con respecto a los valores humanos no absolutos que parecen rodearnos, nuestra visión y propósito están oscurecidos. El que estemos de acuerdo con las verdades absolutas y con el valor de las metas espirituales puede, en ese caso, no bastar para comunicar el genuino timbre moral de la autoridad del Cristo.
Humanamente hablando, ¿dónde estamos?
Bajo el encabezamiento “Traducción Científica de la Mente Mortal”, la Sra. Eddy indica cómo la mente mortal — que es esencialmente la creencia errónea de que la materia inicia, contamina y limita la vida, la salud y la inteligencia — se atenúa a medida que la disciplina del cristianismo aplicado científicamente eleva a la humanidad por encima de las pretensiones falsas y depravadas del sentido físico (el primer grado), hacia el reino verdadero de la comprensión espiritual (el tercer grado), donde la mente mortal desaparece. Al lado del encabezamiento marginal “Cualidades de transición”, la Sra. Eddy describe el segundo grado como “Las creencias malas en vías de desaparecer”. Continúa: “Moral. Humanidad, honradez, afecto, compasión, esperanza, fe, mansedumbre, templanza”.Ciencia y Salud, pág. 115. Sólo a medida que expresamos cualidades morales, es decir, que aprendemos a obedecer la ley moral en nuestra vida, sin reparos ni dudas, es que llegamos a saber dónde estamos con respecto de la comprensión espiritual que lo gobierna todo e imparte autoridad sanadora.
Los cristianos verdaderamente sinceros no son inducidos a robar, a mentir o a hacer trampas. ¿Por qué? Porque esto oscurecería su creciente reconocimiento del Principio absoluto y de su unidad con él, reduciría su confianza en recurrir al poder espiritual, y los desviaría de su rumbo, alejándolos en dirección opuesta a su meta.
El punto de vista de la persona con integridad posee autoridad y ejerce una influencia palpable aun sin tener que hablar. Tal persona no puede ser separada de su base espiritual. Desde ese punto de vista, la preparación cristiana del pensamiento que se requiere para entrar en el reino de la comprensión espiritual y reclamar la autoridad que destruye el pecado y la enfermedad, viene a ser lógica y natural.
¿Significa esto que no podemos sanar o ser sanados hasta que hayamos alcanzado normas morales elevadas? Dios, el Amor infinito, está siempre presente; y Dios y Su poder absoluto para hacer bien jamás pueden ser separados de Sus hijos por ninguna creencia de la mente mortal. Él no conoce error (no podría ser Verdad infinita si lo conociera), pero sí conoce a Sus hijos y la perfección sin mancha que les corresponde por ser Su linaje. El conocimiento que la Mente divina posee de nuestra verdadera naturaleza siempre se manifiesta, hasta en una consciencia oscurecida por las aseveraciones irreales, mas no negadas, del sentido corporal; hasta en lo más profundo de una experiencia que aparentemente está muy alejada de Su divinamente ordenada perfección. Cuando recurrimos a Él con el urgente anhelo de obtener paz espiritual, incluso cuando nace de una comprensión rudimentaria de Su totalidad y de la desilusión con las falsas pretensiones del sentido corporal, vemos que, como el padre en la parábola del hijo pródigo, Él no permanece apartado o espera hasta que nosotros lleguemos a Su perfecta morada. Se podría decir que Él viene a recibirnos. Es decir, Él restaura la herencia que creíamos haber malgastado, mostrándonos que jamás hemos perdido algo real. Su llegada, Su presencia en la consciencia, es el Cristo: “La divina manifestación de Dios, la cual viene a la carne para destruir al error encarnado”,Ibid., pág. 583. como la Sra. Eddy describe al Cristo.
En realidad, Dios jamás ha estado separado de nosotros. En el sueño de una vida carente de disciplina moral, puede parecer que Él está ausente. Hasta cuando estamos sumergidos en la ilusión de la materialidad, erróneamente convencidos de la realidad y poder de los falsos rasgos de carácter asociados con el primer grado de la mente mortal, es posible ser sanados. Pero para poder cerrar el abismo mental que parece separarnos de la armonía permanente del tercer grado, para adquirir la autoridad cristiana que nos capacita para lograr nuestra salvación y sanar a otros, tenemos que tomar nuestra cruz y trabajar para anular la falsa influencia del sentido corporal. A medida que aceptamos la disciplina de adherirnos al espectro total de las cualidades morales, la dirección que debemos seguir hacia nuestra meta de armonía se hace más clara, y percibimos que el Cristo está más cerca. Lo que nos incite a caer en los rasgos falsos de carácter que, en creencia, nos separan de nuestro dominio, no encontrará nada en nosotros que pueda responder. Empezamos a comprender las profundas implicaciones de las palabras de Pablo: “Salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré, y seré para vosotros por Padre, y vosotros me seréis hijos e hijas”. 2 Cor. 6:17, 18.
¿Podemos desechar efectivamente la tentación de creer que o la enfermedad o el pecado tiene poder para dirigir equivocadamente o perturbar nuestra vida? Si podemos, nuestro dominio aparece. Si no podemos, necesitamos evaluar nuestro progreso moral. ¿Estamos examinando y reclamando todas las cualidades morales descritas por Jesús en su Sermón del Monte (ver Mateo, capítulos 5–7)? ¿Estamos lo suficientemente dedicados a apartarnos de la insistencia de la mente mortal en el poder sugestivo de envejecer, juzgar, temer, dudar, justificar, odiar, condenar y reaccionar?
“Enteramente separada de la creencia y del sueño de la existencia material”, escribe la Sra. Eddy, “está la Vida divina, que revela la comprensión espiritual y la consciencia del señorío que el hombre tiene sobre toda la tierra. Esa comprensión echa fuera el error y sana a los enfermos, y con ella podéis hablar ‘como quien tiene autoridad’ ”.Ciencia y Salud, pág. 14. Cuando destacamos la belleza moral y la santidad en el carácter que prefiguran la perfección absoluta de nuestra verdadera identidad, encontramos que nos acercamos cada vez más al limpio río de comprensión espiritual y autoridad sanadora que Cristo Jesús ejemplificó.