La victoria más grande que una persona puede lograr es la victoria sobre la identidad mortal. Esta conquista no consiste en renunciar a nuestra identidad real sino en renunciar a un concepto material y personal del yo y de su justificación propia.
Debido a la capacidad aparentemente ilimitada de la identidad mortal para justificarse a sí misma, no es fácil detectar los pensamientos egocéntricos y egoístas. El orgullo, la vanidad, la arrogancia, la envidia y el egoísmo se presentan como nuestros propios pensamientos que ordenamos y justificamos nosotros mismos. Por consiguiente, en la batalla que libramos para vencer la justificación propia, la oportuna reconvención por parte de otras personas puede ayudarnos a discernir los pensamientos que tenemos que rechazar y las actitudes que debemos abandonar. La Sra. Eddy escribe: “Durante muchos años la autora se ha sentido muy agradecida por reprensiones merecidas”.Ciencia y Salud, pág. 9.
En consecuencia, toda reprensión que recibamos no debería contestarse inmediatamente con la justificación propia. En vez, deberíamos hacer una autocrítica honesta para saber en qué dirección la reprensión tiene algo de verdad. Todo lo que sea legítimo en la reprensión o en la crítica identifica una falsa pretensión de identidad mortal, que no pertenece a nuestra identidad real espiritual. Conociéndonos a nosotros mismos y con un entendimiento a la manera del Cristo de que la identidad espiritual del hombre es la expresión de Dios, podemos, entonces, encarar las falsas pretensiones y vencerlas.
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