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Mi padre trajo la Ciencia Cristiana a nuestro hogar cuando yo tenía...

Del número de marzo de 1983 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Mi padre trajo la Ciencia Cristiana a nuestro hogar cuando yo tenía dieciséis años. Me dediqué a estudiarla seriamente porque estaba sufriendo de bronquitis. (Me habían llevado a ver varios médicos pero no encontraba alivio.) Durante un período de estudio y oración profundos comencé a mejorar, y luego sané. Después que me casé, en 1930, me afilié a una iglesia filial de la Iglesia de Cristo, Científico, y, más tarde, a La Iglesia Madre. Durante los años que siguieron tuve muchas curaciones.

Hace unos tres años tuve una curación. Sufría de una dolorosa molestia en la garganta, lo cual me había quitado el sueño muchas noches. Era Primera Lectora en la iglesia filial a la cual pertenecía entonces, y para este cargo se requería una voz clara y fuerte. A pesar del mal de mi garganta, nunca tuve dificultad alguna cuando tenía que leer, por lo cual estaba muy agradecida. Sin embargo, me venían muchas sugestiones mortales al pensamiento. Una de ellas fue: “Tu padre sufrió así, y, como resultado de ello, falleció. Esto me hizo ver que la idea de que este problema era hereditario estaba influyendo en mí. Inmediatamente lo refuté orando, y sabiendo que mi padre era y siempre había sido la idea de Dios, el Espíritu, y no de la materia. Por tanto, ahora él estaba libre, como en realidad siempre lo había estado.

Esa noche en particular estaba sufriendo de un fuerte dolor y angustia, así que me esforcé por acercarme a Dios. Me vinieron al pensamiento las palabras de la Sra. Eddy en Ciencia y Salud (pág. 14): “Enteramente separada de la creencia y del sueño de la existencia material, está la Vida divina, que revela la comprensión espiritual y la consciencia del señorío que el hombre tiene sobre toda la tierra. Esa comprensión echa fuera el error y sana a los enfermos, y con ella podéis hablar ‘como quien tiene autoridad’ ”. Poco después, sentí una profunda paz y un sentido maravilloso de seguridad y amor. Repetí el Padre Nuestro con más confianza que nunca, y di gracias a Dios por Su cuidado y amor por mí y por todos. Me quedé dormida, y ese fue el fin del problema. Como resultado de esta curación obtuve una gran paz y permaneció así durante muchos días.

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