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La limitación es un pecado

Del número de marzo de 1983 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La palabra “pecado” puede sugerir una cantidad de cosas — adulterio, inmoralidad, el entregarse a falsos apetitos, acciones criminales, para mencionar unas pocas... y con razón. Pero ¿ha pensado usted alguna vez en la limitación como un pecado?

En una provocante y aclaratoria declaración, la Sra. Eddy revela una dimensión adicional de esa palabra tan a menudo escuchada: “La primera manifestación inicua del pecado fue una finitud”.Retrospección e Introspección, pág. 67.

Finitud. Limitación. Lo diametralmente opuesto del Todo infinito que llamamos Dios. A juzgar por el mundo actual, podríamos aceptar fácilmente los límites como realidades ineludibles; parece que la provisión de demasiadas necesidades está restringida. Pero a medida que empezamos a clasificar la insuficiencia como una barrera ilegítima que obstaculiza el que expresemos plenamente la abundancia de la Vida — a clasificarla como pecado — podemos tratar ese problema eficazmente adoptando en oración la posición mental del dominio que el Cristo tiene sobre el pecado.

El diccionario Webster define el “pecado” como “transgresión a la ley de Dios... un estado corrupto de la naturaleza humana en el cual el yo está separado de Dios”. Tener escasez de cosas necesarias por cierto que nos haría sentir separados de Dios y de Su bondad infinita. Las limitaciones pueden presentarse de distintas formas: limitaciones físicas, fondos inadecuados para satisfacer necesidades legítimas, escasa provisión de las comodidades necesarias, limitaciones de edad, sexo, educación, habilidades y oportunidades; la lista podría continuar indefinidamente. Sin embargo, ¡ni una de estas formas es legítima!

El hombre es la expresión ilimitada de Dios. Como la emanación de Dios, no podemos estar distanciados de Su abundancia espiritual. Si paredes de limitación parecen encerrarnos, es preciso estar más conscientes de la relación sin obstáculos que tenemos con nuestra fuente divina, el Amor infinito. La visión que tenemos de nosotros y de nuestro mundo tiene que hacerse más precisa reemplazando la lente distorsionada del sentido personal por la lente clara del sentido espiritual.

Cristo Jesús, el hombre que mejor entendió la filiación divina, demostró la existencia interminable y nos instó a seguir sus pasos. Él, más que ningún otro, rompió barreras mortales, barreras que todavía asedian a la humanidad. Ver cómo Jesús, el cristiano por excelencia, trató la limitación — el pecado — puede fortalecer nuestra demostración de dominio sobre ella.

Tomemos la edad, por ejemplo. Mientras muchas personas sienten que los años son un impedimento y creen que son demasiado jóvenes o demasiado viejas para alcanzar logros que valgan la pena, Jesús permanecía impávido ante la edad. Cuando tenía tan sólo doce años, María y José lo encontraron en el templo conversando con los doctores de la ley. “Y todos los que le oían, se maravillaban de su inteligencia y de sus respuestas”. Lucas 2:47.

El ejemplo que Jesús dio de dominio sobre la edad no fue milagroso (aunque bien podría haberlo parecido, de acuerdo con las normas humanas). Fue, en vez, el resultado natural del pensamiento que obedece a la Mente divina. La inteligencia, la fortaleza, la salud, la percepción, son cualidades ilimitables de la Mente, que nuestra consciencia verdadera refleja. Al entender esto, podemos probar que las revoluciones de la tierra alrededor del sol no quitan ni agregan nada a nuestra expresión de la Vida divina. Las limitaciones de la edad son superadas en la medida en que percibimos nuestra filiación divina, que continua y totalmente expresa lo que la Vida quiere que seamos.

La edad es tan sólo uno entre muchos aspectos limitativos de los cuales Jesús probó que el hombre está exento. Otro fue el de recursos limitados. ¿Cómo respondería el Maestro a las premuras económicas de nuestros días? ¿Cómo respondió a la carencia en su propia época?

El Evangelio según San Marcos nos da un ejemplo notable de cómo Jesús superó la escasez cuando alimentó a las cuatro mil personas en el desierto. Debido a que su provisión de panes y peces parecía tan inadecuada, los discípulos respondieron con consternación cuando Jesús expresó su deseo de alimentar a la multitud hambrienta. Pero la carencia en cualquier forma implica una separación entre el hijo y el Padre, y Jesús la rechazó. Estaba agradecido por lo que en ese momento era visible de la provisión abundante de Dios y actuó sobre esa base. Jesús tomó los siete panes y “habiendo dado gracias, los partió, y dio a sus discípulos para que los pusiesen delante”. Y nos dice la Biblia: “Tenían también unos pocos pececillos; y los bendijo, y mandó que también los pusiesen delante. Y comieron, y se saciaron; y recogieron de los pedazos que habían sobrado, siete canastas”. Marcos 8:6–8.

Piensen: el conocimiento espiritual que tenía Jesús de la amplitud de Dios — de Su totalidad — era todo lo que se necesitaba para alimentar a cuatro mil personas. Mientras que los discípulos no podían ver más allá de la apariencia exterior que presentaba un poco de pan y unos cuantos peces, el penetrante discernimiento de Jesús percibió la presencia sostenedora del Amor divino. Su reconocimiento agradecido de la generosidad del Amor no solamente alimentó a la multitud hambrienta, sino que sobraron siete canastas grandes llenas de alimento.

¿No indica esto la solución final al problema de aquellos cuyas entradas apenas cubren las necesidades más elementales de su existencia? Jesús aplicó con entendimiento la ley de la existencia ilimitada y estableció un precedente para siempre, no solamente para sus contemporáneos sino para la gente de todas las épocas. “Jesús de Nazaret fue el hombre más científico que jamás anduvo por la tierra”, escribe la Sra. Eddy. “Penetraba por debajo de la superficie material de las cosas y encontraba la causa espiritual”.Ciencia y Salud, pág. 313. ¿No es esto lo que también nosotros debemos hacer para encontrar la vida abundante que Jesús prometió? Podemos ir más allá de la apariencia exterior de límites materiales y llegar a conocer “la causa espiritual” por experiencia propia.

A medida que obtengamos siquiera una vislumbre de nuestra unidad con Dios, las estrecheces empezarán a disiparse. Encontraremos que la búsqueda desesperada de seguridad en la materia es absolutamente inútil y debe ceder a una expresión más ilimitada de nuestro origen, la Vida misma. En realidad, no existe nada que nos prevenga de expresar completamente la Vida o que nos separe de nuestra fuente. Las limitaciones llamadas edad, ingresos, sexo, ambiente y demás, ceden a medida que nos percatamos de nuestra unidad con la Mente y anulamos firmemente las creencias carnales acerca de nosotros mismos y de otros. Esto libera no sólo a personas sino a comunidades y naciones.

Y ¿qué decir de limitaciones físicas — enfermedad, separación geográfica, las leyes de la física? Ellas también deben desasir su dominio sobre nosotros. Deben disminuir y luego finalmente desaparecer a la luz de la totalidad del Espíritu. Cristo Jesús demostró progresivamente dominio sobre lo físico. Liberó a multitudes de sus dolencias, sanando enfermedades independientemente de su severidad o duración. Caminó sobre las aguas. En completa oposición a leyes materiales, hasta resucitó muertos, incluso a su querido amigo Lázaro, que había estado en el sepulcro ¡cuatro días! Y asestó el golpe más fuerte a la supuesta sustancialidad de la materia con su resurrección y ascensión final. Probó irrefutablemente la impotencia de la materia para imponerle condiciones al hombre.

¿Qué nos dice el ejemplo de Jesús? Nos habla de nuestra identidad incorpórea que es ilimitada. Nos insta a desafiar los confines de la mortalidad dondequiera que los encontremos. Podemos empezar justo donde estamos. Podemos rehusar estar atados a los dolores y restricciones de un cuerpo mortal. Hoy, en este momento, podemos dar muestras en mayor medida de una vitalidad que no tiene edad, de recursos abundantes, salud.

El pecado, el sentido de obstrucción o separación entre nosotros y nuestro creador, forja limitaciones. Pero la limitación es posible sólo para el concepto material del hombre descrito alegóricamente en la Biblia como Adán. Refiriéndose a este concepto equivocado sobre el hombre, la Sra. Eddy escribe: “Si se divide el nombre inglés Adam en dos sílabas —a dam— significa un dique, o una obstrucción. Eso nos hace pensar en algo fluido, en la mente mortal en solución”. Y observa: “Aquí a dam no es simplemente un juego de palabras; indica obstrucción, error, o sea la supuesta separación entre el hombre y Dios, y el obstáculo que la serpiente, el pecado, quisiera interponer entre el hombre y su creador”.Ibid., pág. 338. La manera de empezar a demostrar que estamos libres de las restricciones mortales, alias el pecado, es sustituir las equivocaciones adánicas por el Cristo, o idea verdadera de Dios que Jesús ejemplificó.

Desde que la Ciencia Cristiana alboreó en el pensamiento receptivo de la Sra. Eddy hace más de cien años, han surgido innumerables ideas nuevas que han roto barreras. El siglo pasado ha sido testigo de hazañas que antes se creían imposibles. Estos progresos continuarán a medida que la realidad del ser ilimitado y la unidad de Dios y el hombre penetren los confines del pensamiento material.

No importa qué forma tome una limitación; puede ser vencida y finalmente lo será. Podemos resistir la tentación de aceptar la limitación, de la misma manera que resistiríamos la tentación de mentir o robar. El Cristo, actuando en nuestra consciencia, nos saca fuera del pensamiento adánico de nuestros días. Allí mismo donde la creencia mortal ve límites, el sentido espiritual revela abundancia. La afluencia de Dios es nuestra para que la expresemos ilimitadamente.


A los ricos de este siglo manda que no sean altivos,
ni pongan la esperanza en las riquezas,
las cuales son inciertas,
sino en el Dios vivo, que nos da todas las cosas en abundancia
para que las disfrutemos.

1 Timoteo 6:17

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