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La inflación y la productividad

Del número de marzo de 1983 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Aun cuando la inflación se parece a la maleza, que se extiende a través del campo económico del mundo industrial, podemos desarraigar esta repugnante mala hierba. No crecerá desenfrenadamente si manejamos nuestros asuntos personales, nacionales e internacionales más inteligentemente.

Los economistas sustentan varias teorías acerca de cómo curar la inflación, muchas de las cuales difieren en énfasis o sustancia. Pero sólo cuando la acción perceptiva e inteligente, apoyada por la inspiración divina, se implemente en todos los sectores de la economía, será posible encontrar una solución más permanente para la inflación. ¿Puede una persona esperar realísticamente hacer alguna diferencia? Por cierto que puede. Siempre y cuando, eso es, que esté dispuesta a abordar todo el asunto como un reto metafísico.

Aunque alguna gente reconoce que la inflación proviene de la falta de acciones sabias y prudentes, la mayoría sigue viendo este mal económico simplemente en términos de sus efectos: el aumento de precios. El problema está dentro de la mentalidad material, y limitarse a denunciar los síntomas, es decir, a cortar la maleza en la superficie, no destruye las raíces.

La inflación tiene muchas facetas; pero veamos cómo podría un metafísico encararse con uno de los asuntos específicos que, en algunos círculos económicos, ha sido cada vez más objeto de atención: la producción lenta. Esto significa que la producción de artículos y servicios realizada por hora por los obreros, tradicionalmente en aumento, está ahora disminuyendo en algunos países, notablemente en los Estados Unidos.

Esencialmente, nuestra eficiencia ha dejado de aumentar tan rápidamente en esta década como en las anteriores. Las causas que se perciben son varias. La industria, por ejemplo, puede que no esté invirtiendo lo suficiente en nuevo equipo y maquinaria. Puede ser que los empleados no estén trabajando tan fuerte como en el pasado. Probablemente haya prácticas ineficaces o descuidadas en la gerencia. Los negocios se quejan de que el gobierno limita la producción mediante reglamentaciones defectuosas, requisitos para la protección del ambiente, y así por el estilo. Una acción más sabia y mayores innovaciones — el desarrollo de percepciones creativas para ayudar a una producción eficiente — tienen que aparecer.

El economista se debate con las posibilidades infinitas de estos factores. El metafísico encuentra causas más profundas y recurre a una clase de solución totalmente diferente, una solución espiritual. La disminución en la productividad — esto es, una eficiencia que va empeorando — procede de la creencia de que la acción inteligente es material; que el hombre es esencialmente un productor mortal que intenta aumentar la producción de bienes materiales; que la producción está basada en capacidades finitas.

En esencia, todo esto nace del concepto adámico del hombre. Este concepto caracteriza al hombre como si estuviera hecho del polvo, independiente de Dios, obligado a hacer lo mejor que puede en un mundo de materia. Caín, el hijo de Adán, era “labrador de la tierra”, Gén. 4:2. un ejemplo clásico de un mortal atado a lo que la materia puede producir y limitado por todas las restricciones de la mentalidad material, incluso inteligencia limitada y eficiencia que disminuye.

¡Qué contraste con la producción espiritual descrita antes en el primer capítulo del Génesis, el relato genuino de la creación! “En la creación de Dios las ideas se volvían productivas, en obediencia a la Mente”, explica la Sra. Eddy en el libro de texto de la Ciencia Cristiana. “No había lluvia ni ‘hombre para que labrase la tierra’. Siendo la Mente, en vez de la materia, el productor, la Vida se sostenía a sí misma”. Y más abajo en la misma página nos recuerda: “El error empieza con la corporalidad, como si ésta, en vez del Principio divino, fuese el productor, y explica a la Deidad mediante conceptos mortales y finitos”.Ciencia y Salud, págs. 544–545.

Cuando equivocadamente se percibe a Dios como corpóreo, entonces, inevitablemente se ve al hombre como corpóreo, y su capacidad para ser productivo, para expresar eficazmente acción inteligente, es considerada como procedente de la materia y no de la Mente. La materia es finita, limitada. No debería sorprendernos ver aparecer evidencias de productividad menguante — eficiencia que va empeorando — cuando la sociedad pone más énfasis en obedecer a la materia que a la Mente. Pero el recurrir a la Mente ineludiblemente aumenta la acción cuidadosa, sabia e innovadora. Una mentalidad material jamás puede promover la productividad verdadera. Jamás puede responder genuinamente a la exigencia que la Mente hace de que se “produzca”. Ver Gén. 1:11, 20, 24.

La Mente es ilimitada. Las ideas de la Mente son infinitamente productivas. Como la expresión de la Mente, su idea pura y espiritual, el hombre constantemente obedece a la Mente. Por reflejo, el hombre expresa abundantemente inteligencia, actividad y energía sin fin. Estos son hechos divinos en cuanto a la creación de la Mente. Ellos tienen un efecto transformador sobre las circunstancias humanas cuando son reconocidos como la verdad respecto a la creación. Al discernir que el hombre es la imagen inmortal de Dios, la idea activa e ininterrumpida de la Mente, desarraigamos las atrincheradas limitaciones de la mortalidad. El efecto puede ser tan práctico como abrir nuevas avenidas de acción inteligente que ocasionarán una producción que satisfaga las necesidades legítimas de la sociedad. Esto podría significar innovaciones que rompan los moldes limitativos y tradicionales en todos los aspectos de la economía.

Estos hechos espiritualmente científicos tienen repercusiones importantes para el metafísico: aumentan su productividad individual. Él planea sus horas y las utiliza de manera más eficiente. Los proyectos se realizan más rápidamente al recurrir a la Mente en vez de a la materia como la fuente de toda acción inteligente.

Y lo que es más importante, ve surgir de manera más constante una corriente de ideas espirituales. Los pensamientos inspirados imparten la capacidad para sanar más eficazmente. De hecho, ¿qué otro campo de acción merece un influjo más fuerte de actividad productiva que la curación por medio de la oración científica? Las ideas e inspiración puras que emergen a la superficie extienden y enriquecen la actividad de sanar; rompen la antiquísima creencia que supone que la producción tiene sus raíces en la obediencia a la materia, a una mentalidad limitada. Mayor productividad procede de desarraigar esta equivocación y someterse a la acción de la Mente divina.

Al demostrar las profusas ideas de la Mente, podemos en verdad hacernos más productivos hoy. Siguiendo el ejemplo de Cristo Jesús, produciremos un aumento de buenas obras. Nos iluminará un despliegue de ideas espirituales, y nuestras vidas mostrarán señas de logros más cabales y satisfacientes.

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