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El Cristo: sanador del cuerpo físico

Del número de junio de 1983 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La curación del cuerpo en la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens) está basada sobre el hecho de que el hombre es espiritual, formado y gobernado por la Mente divina. Si bien esta verdad no es perceptible para el sentido físico, es discernible para el sentido espiritual.

Es mediante el sentido espiritual que percibimos la Verdad, la que viene a nosotros como el Cristo, o el mensaje divino de Dios. El cuerpo humano responde al Cristo. Esto algunas veces parece difícil de entender, porque no se comprende que la corporeidad es, en realidad, mental — una construcción de la creencia mortal — desde la estructura ósea hasta la acción del sistema nervioso.

El cuerpo físico representa el error general de limitación, o vida en la materia. La falta de armonía en el cuerpo es una manifestación del error específico sostenido por la mente mortal y que se impone a sí mismo en el pensamiento de la persona. La enfermedad, las dislocaciones, la fractura de huesos, la acción inadecuada (o la inacción) de un órgano, son mentales, aun cuando la causa de la molestia parezca innegablemente física. Para que se efectúe el ajuste necesario, el pensamiento del sufriente tiene que ser aliviado del error que lo oprime. El concepto material acerca del hombre tiene que ceder, en cierto grado, a la idea espiritual, al verdadero estado del hombre.

Esta idea espiritual es la manifestación o reflejo de Dios. No hay corporeidad en esta imagen verdadera; es enteramente espiritual. Y es la única identidad que tiene el hombre. No hay huesos, células, sangre o sistema nervioso en la idea de Dios. El hombre sólo tiene la sustancia del Espíritu y expresa únicamente la acción divinamente mental del Principio. El hombre está estructurado por la Mente e incluye las cualidades de la Mente, representando fielmente la naturaleza de la Deidad.

La creencia material puede parecer especialmente sólida y real cuando sobreviene un problema físico. Puede parecer que todos los cinco sentidos indican su verificación de la condición. Pero los síntomas, y la confirmación de los sentidos de esos síntomas, son, no obstante, mentales, una ilusión mesmérica proyectada en el cuerpo. De manera que en lugar de sentirnos consternados por la condición física, podemos resueltamente recurrir a la Verdad, la cual destruye la ilusión. Claras afirmaciones específicas de la realidad espiritual, e igualmente claras negaciones de las pretensiones que nos apremian, ayudan a disipar la confusión, a eliminar el desorden mental y a calmar el temor. Entonces somos receptivos al Cristo y experimentamos su poder sanador.

En una emergencia, así como en la vida cotidiana, el Cristo nos da confianza y ayuda perfectas. El Cristo es capaz de estabilizar el cuerpo y nulificar el daño hecho, porque el Cristo trae al sentido humano — con la atemorizante creencia de éste en un acontecimiento que acaba de ocurrir y sus presentes y futuras consecuencias — el sentido divino, la eternidad. La Vida divina no incluye ausencias repentinas de la armonía. La vida del hombre siempre es armoniosa, completa, y es sostenida por la Vida divina por medios espirituales solamente.

Es el Cristo quien revela tales verdades a la consciencia humana receptiva; y cada verdad discernida lleva en sí la autoridad del Cristo, o sea, el poder de Dios para hacer valer las leyes divinas del ser. Este poder penetra en la consciencia humana y rápidamente pone el cuerpo bajo el gobierno de la Verdad, deteniendo la pérdida de sangre, reparando heridas o fracturas de huesos, restaurando la acción normal orgánica.

Ya sea la dificultad aguda o crónica, el Cristo muestra al sufriente que, en realidad, aun en este momento, el hombre es perfecto porque es el reflejo de Dios; que la calidad y acción de su ser (incluso toda función) están establecidas y sostenidas por la Mente. Le muestra que no puede sufrir separación, fractura o ruptura, porque es uno con Dios y refleja unidad y continuidad espirituales, unidad de sustancia y continuidad de vida y acción.

Una comprensión cada vez más profunda del Cristo es lo que fundamenta e impulsa nuestro progreso en la curación. El Cristo es capaz de destruir el aparente poder del mesmerismo y de la enfermedad porque el Cristo manifiesta la inteligencia y la omnipotencia de la Mente. En el libro de Isaías hay palabras proféticas de la continua misión del Cristo de traer el poder de Dios a la humanidad: “Consolaos, consolaos, pueblo mío, dice vuestro Dios... He aquí que Jehová el Señor vendrá con poder, y su brazo señoreará”. Isa. 40:1, 10. Nuestro Maestro, Cristo Jesús, ilustró el dominio total de la Verdad sobre la carne.

El Cristo está presente constantemente. Su poder y acción son los que, en realidad, impelen a la oración, y no viceversa. El Cristo es la continua influencia divina en el pensamiento y asuntos humanos; evidencia la mano guiadora del Principio, el poder regenerador del Alma. La magnitud y maravilla de esta presencia salvadora se ven en la descripción que hace Mary Baker Eddy en Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras: “El Cristo es incorpóreo, espiritual — sí, la imagen y semejanza divina, que disipa las ilusiones de los sentidos; el Camino, la Verdad y la Vida, que sana a los enfermos y echa fuera males, y que destruye al pecado, a la enfermedad y a la muerte”.Ciencia y Salud, pág. 332.

Claramente, entonces, el buen éxito en la curación depende exclusivamente del grado en que discernimos al Cristo, del grado en que comprendemos los mandamientos de nuestro Maestro, caminamos en sus pasos, y demostramos la Ciencia del Cristo revelada a la Sra. Eddy. Jesús dijo: “No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. Si me amáis, guardad mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y os daré otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad... No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros”. Juan 14:1, 15-18.

En Cristo encontramos nuestra verdadera identidad. Ese descubrimiento y el amor del verdadero ser silencia toda inquietud de recurrir a la higiene, a la sicología y a la medicina en busca de curación. La mundanalidad y los sistemas mundanos están ciegos a la espiritualidad y oscurecen la presencia del Cristo, el Consolador. Esto no debiera sorprendernos o preocuparnos. En vez, puede alertarnos para que nos separemos de la mundanalidad. Jesús dijo que “el mundo” no podía recibir al Consolador “porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros”. Juan 14:17. Está en el aposento de la humildad, la fe y la oración comprensiva donde encontramos la seguridad y ayuda divinas.

Lo que necesitamos, entonces, es hacer de nuestro aposento una ciudadela. Lo hacemos al purificarnos y al ser más firmes en nuestra devoción. La pureza es el fundamento de la fe y de la fortaleza espiritual, mientras que la impureza las socava, trayendo numerosas intrusiones de materialismo y enfermedad.

Al cultivar una lealtad al Cristo más pura, descubriremos las dudas tanto latentes como agresivas. Cada uno tendrá que luchar consigo mismo. Pero Dios obra con nosotros. Su amor por cada uno de nosotros es perpetuo, siempre vigilante. La capacidad de la Mente divina para salvarnos es infinitamente superior a lo que podemos hacer por nosotros mismos y es infinitamente más poderosa que las dudas que algunas veces perturban el alma.

Dios es el gran Médico. No tenemos que esperar a que venga la ayuda divina. Podemos empezar ahora mismo a acercarnos más a Dios y a Su idea, el Cristo. Podemos atesorar las verdades espirituales que estamos cosechando y aplicarlas fielmente mediante la oración concienzuda. Podemos buscar en la Biblia, y estudiar los escritos de la Sra. Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, para enterarnos de las exigencias que nos hace el Cristo.

A medida que conocemos al Cristo, vemos que no necesitamos confiar en nada más, pues el Cristo es totalmente capaz de salvarnos moralmente y sanarnos físicamente.

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