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La democracia en la iglesia

Del número de junio de 1983 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


El gobierno democrático es absolutamente necesario para el progreso de cualquier filial de la Iglesia de Cristo, Científico. Empero, muchos Científicos Cristianos viven en países con muy poca o ninguna tradición democrática. A veces, preparar procedimientos democráticos puede ser un problema. Pero mucho más importante que los procedimientos mismos es el espíritu de democracia en que éstos se fundan. Sin este espíritu, hasta las más antiguas tradiciones democráticas pueden ser minadas, y no hay ninguna garantía de que aun los mejores estatutos puedan ponerse en práctica democráticamente.

Pero la Sra. Eddy no estipuló nada que no fuera una democracia total en las iglesias filiales. Inequívocamente declara en el Manual de La Iglesia Madre: “En la Ciencia Cristiana cada iglesia filial será netamente democrática en su forma de gobierno, y ninguna persona ni otra iglesia deberá intervenir en sus asuntos”.Man., Art. XXIII, Sec. 10.

La democracia no es un misterio. Básicamente, no es otra cosa que poner en práctica la ley bíblica encomendada por Cristo Jesús: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Mateo 22:39. Cuando percibimos algo de la identidad espiritual del hombre a imagen y semejanza de Dios, quien es el Amor divino, sencillamente por honradez y amor cristiano nos vemos obligados a admitir la universalidad de este hecho. Todos los hombres, en su naturaleza espiritual e individual, son iguales ante Dios. Debido a que esta igualdad espiritual es una verdad absoluta, somos dotados aquí mismo, en este plano no tan perfecto de existencia humana, del poder para aceptar y practicar la igualdad de derechos, oportunidades y tratamiento que constituyen el espíritu y esencia de la democracia.

En la Ciencia Cristiana se percibe a Dios como Mente infinita, consciente e incorpórea. Esta Mente divina se expresa a sí misma en ideas espirituales, las cuales constituyen la identidad espiritual y verdadera de todos los hombres. Cada idea individual tiene su propia relación con Dios y responde infaliblemente a la dirección de la Mente divina. Todas las ideas son una con esta Mente. Y debido a que estas ideas están inseparablemente unidas con Dios, existen en perfecta concordancia. No es posible que ninguna idea usurpe, quebrante o ponga imposiciones sobre la relación que otra idea tiene con Dios. Esta relación libre de obstrucción es el derecho indestructible de todo hombre, mujer y niño, y es la base espiritual de la democracia.

Demostrando nuestra unidad espiritual con Dios como Su idea, natural y voluntariamente obedecemos las leyes morales y espirituales contenidas en el Decálogo, en el Sermón del Monte, a lo largo de toda la Biblia y en los escritos de la Sra. Eddy. Esta obediencia abre el camino para que continuamente seamos provistos de sentido espiritual, o sea, de la percepción, inspiración, comprensión y sabiduría necesarias para glorificar a Dios. El sentido espiritual es la base de nuestra capacidad para hacer decisiones correctas y para sentir la dirección e instrucción de Dios en todos los aspectos de nuestra vida, incluso en nuestra experiencia en la iglesia filial.

Con el sentido espiritual discernimos y respetamos los derechos, igualdad e individualidad espirituales de nuestros compañeros miembros de la iglesia (¡y ellos los nuestros!), aun cuando abriguemos opiniones diferentes. Con el sentido espiritual podemos discernir con creciente exactitud si una proposición u opinión está de acuerdo con la Ciencia Cristiana; si es que tiende a fomentar la espiritualidad o a estorbar la actividad espiritual. O, si carecemos de una opción tan clara, podemos hacer la mejor decisión posible en esas circunstancias. Ejercitando el sentido espiritual, podemos poner a un lado el pensamiento estereotipado, los prejuicios, las inhibiciones y el orgullo: “Vencer el mal y toda tentación... ” Himnario de la Ciencia Cristiana, No. 69.

Si nuestra iglesia filial no es exactamente un ejemplo perfecto de democracia en acción, tal vez tengamos que obtener una percepción más sólida de las verdades absolutas sobre la relación inviolable que existe entre el hombre y Dios, y afirmarlas vigorosa y repetidamente. No sólo en palabras, sino en acciones. Las verdades espirituales tienen que ser incorporadas en el tejido mismo de nuestro pensamiento y vida. Por ejemplo, ¿creemos en teoría que los hombres y las mujeres son iguales espiritualmente, pero invariablemente preferimos que un hombre ocupe ciertos puestos de la iglesia y una mujer otros? ¿Aceptamos, en teoría, la igualdad de todos ante Dios, pero invariablemente preferimos los puntos de vista del presidente de la comisión directiva a los de otros miembros? ¿O los puntos de vista de los miembros mayores a los de los más jóvenes, o viceversa? ¿Reconocemos la dirección inequívoca de Dios, y entonces continuamente votamos a favor de mantener el statu quo, sencillamente porque es más conveniente? ¿O votamos a favor de un cambio sencillamente porque es algo nuevo?

Nuestras afirmaciones de la verdad absoluta tienen que hacer que nuestras acciones y actitudes sean más afectuosas e inteligentes, más conformes a la voluntad de Dios, si es que han de ser realmente efectivas y creíbles.

Además de practicar y afirmar las verdades positivas que son la base de la democracia, tenemos también que negar vigorosamente los argumentos del sentido personal: la creencia en una identidad y voluntad personales aparte de la Mente divina. Esta creencia trataría de usurpar la relación individual que existe entre Dios y el hombre y así gobernar erróneamente a los demás. Debemos negar que haya alguien dispuesto a ceder los derechos otorgados por Dios a este sentido personal de la existencia. Reconocer que la Mente divina es la única Mente del hombre elimina la creencia en cualquier inteligencia opuesta, limitada y maligna, que pueda dominar o ser dominada.

Las suposiciones de la teología escolástica deben también negarse escrupulosamente, especialmente la creencia de que el hombre es innatamente pecador y que tiene necesidad de un intermediario personal o institucional entre él y Dios. La identidad espiritual del hombre no es capaz de pecar, porque es eternamente inseparable de Dios. Lo que necesitamos es percibir esta verdad tan claramente que la unidad que hay en la relación del hombre con Dios se vuelva una realidad para nosotros. Esto solamente — no un intermediario personal — nos salva del pecado. Por supuesto, algunos miembros, en cualquier momento dado pueden demostrar más su unidad con la Mente divina que otros, pero nunca pueden ellos reemplazar la relación que otra persona tenga con Dios.

En la Iglesia de Cristo, Científico, no existe dualidad de hombre laico y sacerdote. Todos los miembros, ya sean practicistas públicos o no, han de ser Científicos Cristianos que practican su religión. Como nos dice el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, refiriéndose al Principio divino de la Ciencia: “Para ese Principio no hay dinastía, no hay monopolio eclesiástico. Su única cabeza coronada es la soberanía inmortal. Su único sacerdote es el hombre espiritualizado. La Biblia declara que todos los creyentes son ‘reyes y sacerdotes para Dios’ ”.Ciencia y Salud, pág. 141.

La sutil influencia de la teología escolástica puede manifestarse en la creencia de que el ser miembro de la iglesia es de por sí una garantía de salvación. Nuevamente digámoslo: sólo la comprensión de la unidad del hombre con Dios puede salvar. Esta comprensión manifiesta al Cristo activo en la consciencia humana. La institución humana, la iglesia, puede actuar sólo como un medio para traer esta comprensión a la humanidad.

Un sentido falso de democracia basado en la teología escolástica argüiría en favor de que se relajaran los requisitos morales y espirituales necesarios para afiliarse a la iglesia a fin de extender los beneficios de una mal concebida “salvación institucional”. Aquellos que no han demostrado lo suficiente su unidad con Dios como para cumplir con los requisitos de abstenerse de bebidas alcohólicas, tabaco, drogas y conducta inmoral, no están listos para beneficiarse al máximo de su afiliación a la iglesia. Podrían muy bien sentirse abrumados como resultado de tratar de cumplir con las demandas espirituales de la afiliación a la iglesia antes de estar preparados para hacerlo. Además de ser metafísicamente objetable, esa práctica conduce inevitablemente a un debilitamiento de la espiritualidad en la iglesia, a un aumento de la materialidad, y al consiguiente embotamiento del espíritu democrático en la iglesia.

Igualmente enervante es la suposición de que sólo uno o unos pocos miembros están en posición de hacer todas las decisiones por el resto de la congregación. Esta creencia coincide con la definición de “Leví” del libro de texto, la cual dice en parte: “... negación de la plenitud de la creación de Dios; despotismo eclesiástico”.Ibid., pág. 590. Abrigar en el pensamiento la creencia de Leví puede conducirnos a una reducción de la plenitud de nuestra propia experiencia de iglesia, a la justificación propia, a la apatía, o a un falso sentido de responsabilidad.

Una de las maneras en que funciona la creencia de Leví es hacernos ver la comisión directiva de una iglesia filial local como una clase de versión en miniatura o representante a nivel local de La Junta Directiva de la Ciencia Cristiana. Este falso concepto da a la comisión directiva local un aura de autoridad que simplemente ésta no posee. Infringe el espíritu, si no la letra, del Manual de La Iglesia Madre, el cual define la estructura de la organización de esta Iglesia y sus filiales. En el Manual, bajo el subtítulo “La Iglesia Madre es única”, la Sra. Eddy hace una clara distinción entre el gobierno de La Iglesia Madre y el de las iglesias filiales: “En su relación con las otras iglesias de la Ciencia Cristiana, en sus Estatutos y gobierno propio, La Iglesia Madre es única; ocupa un puesto que ninguna otra iglesia puede ocupar. Por consiguiente, si una iglesia filial asumiere tal posición sería desastroso para la Ciencia Cristiana. Por lo tanto, no se considerará leal ninguna Iglesia de Cristo, Científico, que tenga iglesias filiales o que adopte la forma de gobierno de La Iglesia Madre, a excepción de aquellos casos que están especialmente permitidos y mencionados en este Manual”.Man., Art. XXIII, Sec. 3.

La comisión directiva de una iglesia filial tiene que responder siempre a los miembros que la eligieron. No ha de ser considerada como un panel de expertos o un grupo superiormente dotado espiritualmente, poseyendo habilidad y percepción que los demás miembros no poseen. La función esencial de la comisión directiva es ejecutar la voluntad de los miembros, no la de hacer decisiones arbitrarias.

Si estamos ocupados demostrando “la plenitud de la creación de Dios” mediante el reconocimiento de que la coincidencia de cada uno de los miembros con Dios es inviolable, tenemos una base sólida para negar el sentido personal y la teología escolástica. A medida que nuestro amor y respeto hacia la individualidad de nuestros compañeros miembros se hace sentir, las sugestiones de incompetencia y frialdad se desvanecen. No nos dejamos influir tanto por quién propone como por los méritos de lo que se propone en una reunión. Estaremos menos conscientes de “cargos” y no vacilaremos en servir como ujieres o encargados de la Sala de Lectura después de haber sido Primeros Lectores. Sabremos que el espíritu de labor desinteresada que aportamos a una actividad de la iglesia es un índice mucho más confiable de nuestro progreso espiritual que lo que pueda ser la importancia del puesto que desempeñemos. Como dice la Biblia: “Nos salvó [Dios], no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo”. Tito 3:5.

La amorosa atmósfera que reina en una congregación donde los miembros practican la verdadera democracia, contribuye a que las asambleas de los miembros de la iglesia sean mucho más armoniosas, y fortalece el sentido de que todos los miembros son necesarios, amados y respetados. Permite que las riquezas del Cristo florezcan en toda su diversidad.

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