Hace algunos años me fue entablada una demanda judicial, con la cual se pretendía privarme de la administración de mis propios negocios, alegando incompetencia. Lo doloroso del caso era que la demanda la había hecho un pariente muy cercano. Después de varias semanas de oración constante, pude ver una noche tan bellamente que la “luz verdadera, que alumbra a todo hombre” (Juan 1:9) es la Verdad divina, afirmándose a sí misma. Y comprendí que todas las personas que tenían algo que ver en este asunto, eran absolutamente inseparables de la Verdad. Una hora y media más tarde, mis abogados llamaron inesperadamente (fuera de horas de oficina) para informarme que el caso se había resuelto a mi favor.
Durante ese tiempo me había sido imposible caminar — parecía que mis piernas no tenían ninguna fuerza, y esta condición había persistido durante unos tres meses. Mas yo continuaba orando. Cerca de diez días después de haberse resuelto el problema judicial pude volver a caminar como antes.
Una vez, cuando comenzaba a estudiar Ciencia Cristiana, tuve un intenso dolor a causa de una mandíbula infectada. El dentista, a quien recurrí no pudo hacer nada esa noche con excepción de tomar radiografías. Como mencioné antes, el dolor era intenso. A las tres de la mañana, con lágrimas en los ojos, me acerqué a un Dios a quien todavía no conocía muy bien. Al hacer el esfuerzo por acercarme a Él, me vino al pensamiento este glorioso mensaje liberador: “El Amor — la fuente de ese amor que me permite amar a mi pequeña hija — no puede producir dolor”. Entonces pude ver a mi gran Dios. ¡Estaba liberada!
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!