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He sido piloto por más de treinta años.

Del número de junio de 1983 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


He sido piloto por más de treinta años. Un día, hace como siete años, llevé a varios amigos en un panorámico vuelo a través del Gran Cañón del Colorado. Después de levantar vuelo, perdí completamente el control del avión. De hecho, parecía seguro que nos estrellaríamos. Gracias a que pude desechar el temor y escuchar únicamente la dirección de Dios, fui guiado de la manera correcta a resumir el control del avión y aterrizar. Sin embargo, cuando el avión tocó tierra, un tanque de combustible se rompió y comenzó a arder. Así y todo, tan pronto como el avión se detuvo por completo, todos pudimos salir caminando totalmente ilesos. Como en el caso de los tres hombres hebreos que fueron echados en el horno ardiente, ni “olor de fuego” teníamos (ver Daniel 3:27). Los seis estábamos muy agradecidos a Dios por haber sido protegidos.

Luego surgió un problema cuando la Administración Federal de Aviación (FAA) condujo una investigación intensiva para determinar la causa del accidente. Ellos concluyeron que yo había sobrecargado el avión. En ese momento parecía haber poco por lo cual estar agradecido, pues rescindieron mi licencia de piloto. Volver a obtenerla significaría muchas horas de exámenes, incluyendo vuelos de prueba con pilotos capacitados.

Parecía que tenía dos opciones. La primera era no hacer los exámenes. Pero eso me dejaría sin mi licencia de piloto y no estaría en libertad de volar, cosa que amaba muchísimo. La segunda opción era hacer los exámenes, lo cual requeriría mucha humildad así como tiempo y esfuerzo.

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