Los celos, el resentimiento, el odio, la crítica, la indiferencia, aunque parezca que están presentes, en realidad, la única presencia verdadera es el Amor, porque el Amor es Dios, el Todo-en-todo. El Amor también es Vida y gobierna la acción verdadera — y única — en el universo. Esta omnipotencia benigna constituye una ley que armoniza la experiencia humana. Las emociones mortales deben someterse a esta ley. La voluntad humana, que quisiera dominar nuestra conducta o la de otros, debe someterse a ella y apartarse.
¿Cómo demostramos este poder divino en nuestra experiencia? Ciertamente no se logra sólo deseándolo y esperando que la bondad de Dios descienda sobre nosotros, pues sería lo mismo que decidirse a no regar el césped porque es posible que llueva. La ley del Amor tiene su efecto en nuestra vida cuando es la causa y el origen de nuestros motivos, pensamientos y acciones. Cuando los sentimientos mortales están subordinados al Cristo, entonces estamos en condiciones de recibir las bendiciones divinas.
La vida de José, como está relatada en la Biblia, compendia esta verdad. Ni la envidia de sus hermanos inflamada de cólera, ni la ignominia de la esclavitud al haber sido vendido como esclavo, ni la lujuria de la esposa de su amo, ni la ingratitud del mayordomo del rey pudieron anular la divina influencia de Dios en su vida. La ley del Amor, fue ciertamente el pan de Vida que sostuvo a José durante las pruebas difíciles y lo alimentó con el perdón del Cristo, que él más tarde otorgó a los hermanos que tanto lo habían maltratado.
Leemos que siendo José un adolescente “le aborrecían, y no podían hablarle pacíficamente”, Gén. 37:4. porque su padre lo prefería a él. Entonces José les contó un sueño que había tenido: los manojos que sus hermanos estaban atando en los campos se inclinaban en sumisión ante los manojos de él. Los hermanos de José, encendidos de envidia, evidentemente interpretaron eso como arrogancia y presunción. Pero si esos defectos eran parte de su forma de ser, las traiciones y pruebas tan amargas que tuvo que encarar purificaron su carácter. Y, finalmente, los sueños de José acerca de su importancia fueron verdaderos, aunque quizás no del modo en que pudieron haberse anticipado al comienzo.
La historia de la vida de José muestra una percepción intuitiva de la omnipotencia de Dios. Tal como él dijo a sus hermanos luego de haberse reunido con ellos: “Ahora, pues, no os entristezcáis, ni os pese de haberme vendido acá; porque para preservación de vida me envió Dios delante de vosotros”. Gén. 45:5.
Esa intuición espiritual, como la expresaba José, la revela la Ciencia Cristiana como la acción eterna del Cristo, protegiendo, dirigiendo y fortaleciendo a José allí mismo donde parecía que sus enemigos lo habían tomado como víctima. Esa intuición espiritual es lo que guió a José e hizo más llevaderas las circunstancias a pesar de los artificios de envidia, malicia, tentación y venganza con que se cruzó a lo largo de su camino. Entonces vio, como muchos lo ven hoy en día, que el Amor divino “templa el viento para el cordero esquilado”. La Sra. Eddy cita este dicho familiar en Escritos Misceláneos y continúa diciendo en el párrafo siguiente: “Padre, Te damos gracias que Tu luz y Tu amor llegan a la tierra, abren las puertas de la cárcel a los presos, consuelan al inocente y abren de par en par las puertas del cielo”.Escritos Misceláneos, pág. 275.
Sus palabras son apropiadas para describir no sólo la experiencia como la de José, joven israelita que vivió hace 3,500 años, sino también la de quienes en la actualidad luchan por librarse de las debilidades mortales e incorporar las cualidades del Cristo que la Sra. Eddy atribuye a José en el Glosario de Ciencia y Salud. La definición dice: “José. Un mortal corpóreo; un concepto más elevado de la Verdad, que reprende a la creencia mortal, o error, y demuestra la inmortalidad y supremacía de la Verdad; afecto puro que bendice a sus enemigos”.Ciencia y Salud, pág. 589.
El dejar de lado la voluntad humana, las manías y las antipatías, abre el pensamiento a la inspiración y a la bondad. No fue el así llamado poder mental ni la sicología humana lo que le permitió a José interpretar el sueño del Faraón y así salvar a Egipto y a su propia familia del hambre. Ver Gén., caps. 41-45. La dedicación de José a la ley de Dios, su humildad ante la humillación, su integridad aun en medio de la tentación, su paciencia y su buena disposición a pesar de estar en prisión, incrementaron su sensibilidad espiritual para percibir el bien que Dios tiene para cada uno de Sus hijos, aunque no resulte evidente a los sentidos físicos.
“Mas tenga la paciencia su obra completa” Sant. 1:4. es una exigencia expuesta en la Biblia; y lo que la Verdad exige, el Amor divino lo proporciona. La paciencia y persistencia, amortiguan los golpes a lo largo del viaje de la vida. Hay momentos en que nuestro progreso parece ser tan imperceptible como el movimiento de las agujas de un reloj. Sin embargo, avanzamos a medida que el amor desinteresado da cuerda al resorte central de nuestros pensamientos y actos.
No debemos temer que las pruebas que se nos presentan puedan superar nuestra habilidad para ser bondadosos, compasivos, y estar dispuestos a perdonar. La ley del Amor nos sostendrá y nos fortalecerá. Este afecto verdadero no proviene de sentimientos mortales superficiales, sino de la provisión infinita de la Mente para el hombre, su amada semejanza. El hombre es por naturaleza inteligente y amable. En realidad, él está siempre consciente del Amor y refleja la omniacción de la Mente omnipresente. El amor firme y tierno de Dios — ese Dios a quien el Salmista vio aderezando mesa delante de él en presencia de sus angustiadores, Ver Salmo 23:5. y que siglos antes “estaba con José y le extendió su misericordia” Gén. 39.21.— está siempre disponible para dirigirnos.
“Aguardad vuestra recompensa, y ‘no os canséis de hacer bien’ ”, nos alienta la Sra. Eddy. “Si vuestros esfuerzos son acosados por dificultades terribles y no recibís recompensa inmediata, no volváis al error, ni corráis con pereza en la carrera”. En el párrafo siguiente continúa: “Cuando el humo de la batalla se disipe, percibiréis el bien que habéis hecho, y recibiréis conforme a vuestro merecimiento”.Ciencia y Salud, pág. 22.
Nosotros también cediendo a la ley del Amor, por medio del “afecto puro que bendice a sus enemigos”, podemos transformar las pruebas y las injusticias en una experiencia de triunfo y gozo como la de José.