Pablo declaró que en Dios “vivimos, y nos movemos, y somos”. Hechos 17:28. Esta poderosa declaración implica que el hombre no es, como tan fácilmente creemos, un mortal a merced de circunstancias cambiantes. Al contrario, la verdadera existencia es motivada, dirigida y mantenida en su perfección por la Mente omnipotente, por la ley de armonía de Dios.
“Todo lo que realmente existe”, escribe la Sra. Eddy en Ciencia y Salud, “es la Mente divina y su idea, y en esa Mente todo el ser se halla armonioso y eterno”.Ciencia y Salud, pág. 151. ¿Qué mejores nuevas podrían haber para quien se pregunta exactamente cuán buenas son sus perspectivas en la vida? No podrían ser mejores.
El hombre, como la clara expresión de la Mente, participa plenamente de la inmortalidad y armonía total de la Mente. A medida que esta verdad se establece, y luego se mantiene en el pensamiento, albergamos menos temores, seguros de que ni persona ni personas, ni ninguna clase de circunstancias humanas, pueden interferir con nuestro progreso y bienestar, pues éstos no están basados en acontecimientos mutables y materiales, sino en la autoridad absoluta de la ley espiritual.
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