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[Original en alemán]

Hace algún tiempo noté súbitamente que no podía ver con claridad.

Del número de junio de 1983 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hace algún tiempo noté súbitamente que no podía ver con claridad. Más adelante, un examen de la vista reveló que el músculo de mi ojo derecho estaba paralizado (sólo podía leer con el ojo izquierdo). El oculista a quien consulté por así ser requerido para obtener la licencia de conducir, diagnosticó una parálisis del ojo, y recomendó mucho reposo y paciencia, en otras palabras, resignación por esta incapacidad.

Después de varias semanas de paciente espera, durante las cuales, por cierto, traté de resolver este problema orientando mis pensamientos en forma cristianamente científica, la condición permaneció sin cambiar. Entonces tomé un ejemplar de la Biblia y de Ciencia y Salud, y de otros escritos de la Sra. Eddy, y me fui a un tranquilo lugar de vacaciones. Allí estudié palabras tales como vista, discernimiento espiritual y ojo, para despejar mí pensamiento de temor. Era invierno, y el recinto solitario fue para mí el “aposento” de que ha hablado Cristo Jesús para que oremos en secreto al Padre (ver Mateo 6:6).

También, ahora comprendí mejor lo que la Sra. Eddy expresa en Ciencia y Salud cuando dice (pág. 486-487): “Si los cinco sentidos corporales fuesen el medio para comprender a Dios, entonces la parálisis, la ceguera y la sordera colocarían al hombre en una situación terrible, en la que estaría como los que están ‘sin esperanza y sin Dios en el mundo’; mas, en realidad, esas calamidades a menudo impulsan a los mortales a buscar y a hallar un concepto superior de la felicidad y la existencia”.

Negué que la creencia agresiva de parálisis fuera real, y clamé por mi verdadera y perfecta imagen a la semejanza de Dios. En pocos días la vista estaba otra vez normal. El oculista que antes mencioné obviamente esperaba que la parálisis durara más tiempo y dijo que la curación era un “milagro”.

Ahora quedaba sin contestar la pregunta de por qué mi trabajo de oración metafísica inicial para sanar la parálisis no había tenido resultado. No hay duda de que fue por la inseguridad de mi pensamiento. Había vacilado entre dudar y confiar en Dios. Sólo la comprensión afirmativa de que el error no tiene poder, y que la omnipresencia de Dios es una fuerza perceptible, tuvo un efecto liberador y trajo la curación. Era la promesa del Maestro hecha realidad (Mateo 7:7): “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá”.

Durante esa epoca me demandaron judicialmente. Después de darme cuenta de que nuevas reglamentaciones y estricto control para la protección del ambiente habían desvalorizado la ubicación de unos terrenos que yo había arrendado, prematuramente yo había terminado el extenso contrato. La posición legal estaba obviamente en mi contra, y un intento de hablar al respecto con la otra parte fue rechazado por ésta. Hallé mucha fortaleza en estas líneas de la Sra. Eddy en Ciencia y Salud (pág. 276): “Cuando los preceptos divinos son comprendidos, desarrollan la base de la fraternidad, en la cual una mente no está en guerra con otra, sino que todos tienen un solo Espíritu, Dios, un mismo origen inteligente, de acuerdo con el mandato bíblico: ‘Tened dentro de vosotros esa Mente que estaba también en Cristo Jesús’ ”. Sentimientos de conmiseración propia y resentimiento tuvieron que ser superados. La Lección Bíblica en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana sobre el tema “Amor” me fue de ayuda. Finalmente seguí adelante venciendo la obstinación humana al darme cuenta de que la ley de Dios de justicia y orden lo abarca todo, y decidí dejar la solución a Dios. Después de una lucha de doce meses, súbitamente la parte contraria cambió de parecer, nos reunimos, y llegamos a un arreglo favorable para ambas partes. Cada parte había vencido la justificación propia y el bien fue la consecuencia natural.


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