A veces‚ solía preguntarme cómo hubiera sido mi vida si no hubiera conocido la Ciencia Cristiana hace unos treinta y seis años. Ahora‚ sin embargo‚ esta Ciencia es una parte tan grande de mi existencia que no puedo ni siquiera imaginar otra forma de vida. Ciertamente tengo mucho motivo para estar agradecida.
Temprano en mi estudio de la Ciencia‚ tuve una enfermedad de naturaleza alarmante. (No obtuve un diagnóstico médico pues no tenía deseos de depender en otra cosa que la Ciencia Cristiana.) Durante todo este tiempo no sentí temor alguno del resultado final‚ pues estaba convencida de que lograría una curación completa. Con la ayuda de la sumamente amable y consagrada oración de un practicista‚ gradual y seguramente el problema fue totalmente superado.
Recuerdo bien el punto decisivo. El practicista me había hablado a menudo de mi verdadera perfección espiritual. Un día‚ mientras me encontraba afuera caminando despacio y dolorosamente‚ me llegó una visión de la Verdad con tanta claridad que me detuve de repente y repetí en alta voz las palabras que se me habían ocurrido: “Si yo soy por completo perfecta‚ entonces yo soy perfecta por completo”. La comprensión de mi relación con Dios‚ como la hija perfecta de un Padre perfecto‚ comenzó con este rayo de luz. Esta luminosa inspiración se hizo más brillante hasta que llenó de tal modo mi consciencia que no hubo más lugar para pensamientos de enfermedad o pecado. Según Dios se fue convirtiendo en Todo para mí‚ experimenté la curación física. La rigidez en la espalda cedió gradualmente‚ y una vez más me pude mover con soltura y sin dolor.
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