Una practicista relativamente nueva en la práctica de la Ciencia Cristiana había estado orando sinceramente durante la tarde y hasta entrada la noche para ayudar a un paciente con un problema de urgencia. Mediante la comunión con el Amor divino, había percibido cada temor mental en el caso y, vigorosamente y con entendimiento, había afirmado la perfección presente de Dios y del hombre creado a Su imagen. Comprendió que el hombre está tan a salvo como lo está Dios, y sintió entonces que su trabajo estaba hecho; no obstante, la condición de su paciente continuaba agravándose cada vez más.
Sin saber qué le quedaba aún por hacer, la practicista recurrió al Padre celestial en busca de la respuesta. Entonces fue guiada a reflexionar sobre la obra sanadora del Maestro, Cristo Jesús. Sabía que ella, estaba practicando el mismo Principio de curación que Jesús enseñó, pero, de pronto, la practicista percibió un poderoso factor en el éxito de las curaciones de Jesús, un factor al cual antes no le había dado mayor importancia. Una de las razones por la cual Jesús confiaba en su trabajo era porque comprendía cuál era su lugar en el plan divino de salvación universal, profetizado en las Escrituras. Mental y brevemente ella trazó el curso del amor omnipotente de Dios en su tierno desarrollo de la Verdad, desde las primeras profecías bíblicas hasta la misión de Cristo Jesús, y luego hasta su promesa del Consolador divino y su cumplimiento final en la revelación de la Ciencia Cristiana. Ella se regocijó en el irresistible poder del Amor divino ejemplificado en la destrucción progresiva de las creencias en el pecado, la enfermedad y la muerte: evidencia de que Dios lleva a cabo Su propósito.
Entonces, por primera vez, la practicista vio su propio lugar en la profecía como practicista científica de la Ciencia divina, el Santo Consolador; se vio a sí misma como un instrumento del Amor para ayudar a establecer el cielo nuevo y la tierra nueva. Por tanto, ella tenía la autoridad y el poder de Dios mismo apoyándola. Con renovado y reverente respeto por su práctica sanadora, sintió una unidad con Dios que sobrepasó toda previa revelación. De pronto dijo en voz alta: “Pero ¡por cierto, Padre, si yo soy Tu expresión misma — el reflejo individual de la Vida, la Verdad y el Amor — difiriendo de Ti solamente como el efecto difiere de la causa!”
Esta unidad inseparable le fue tan tangible en ese momento, que claramente se dio cuenta de que como la completa emanación de Dios, ella reflejaba, de manera individual, no sólo parte, sino todo el indiscutible dominio, autoridad y amor sanador de Dios. No sólo tenía la capacidad para razonar científicamente, para usar argumentos mentales que muestran al pensamiento humano la naturaleza ilusoria de la materia y sus efectos, sino que ella también reflejaba la autoridad y el poder creativo propios del Amor divino mismo para realmente negar la existencia de enfermedad y muerte. De hecho, estas percepciones la movieron a evaluar y apreciar la soberanía divina y el poder omnipotente que apoya el tratamiento diario, y a esperar, sin restricción alguna, un efecto sanador.
Durante algún tiempo, la condición del paciente todavía parecía agravarse. Pero las pretensiones de la mente mortal ya no podían afectar el pensamiento de la practicista. Con persistencia continuó su tratamiento, y, a la mañana siguiente, el paciente estaba perfectamente bien. No hubo ningún período de recuperación.
Fue el reconocimiento de la practicista del verdadero valor e inevitable efecto del tratamiento científico lo que finalmente terminó con el mesmerismo del temor en este caso en particular y trajo la curación. Por tanto, es igualmente importante que el paciente reconozca debidamente el valor de la oración. Porque si no hay aprecio y respeto por la Ciencia Cristiana y su práctica, es posible que falte la expectativa del bien y la gratitud que prepara al pensamiento para la curación.
Esto no quiere decir que uno tenga que entender completamente todo lo que vale la curación espiritual y su conexión profética a fin de obtener las primeras curaciones. La Verdad, la cual se impone a sí misma, es tan poderosa que a menudo sólo una vislumbre de este entendimiento es suficiente para obtener la curación. Por consiguiente, muchas personas son primero sanadas por la Ciencia Cristiana y luego llegan a valorizarla más a fondo, después de haber comprobado su eficacia. Pero ¡cuán segura es la curación de un paciente que siente un profundo aprecio por la curación a la manera del Cristo, que reconoce su fuente y poder divinos, y que la valoriza al punto de excluirla de cualquier método de curación! ¡Cuán segura es la curación de aquel cuyo corazón simplemente rebosa de amor y gratitud a Dios por la Ciencia del Cristo y por la dedicación de los practicistas a la práctica de la Verdad!
El papel que desempeñan la receptividad y expectativa del paciente en la curación cristiana, se revela en un estudio perceptivo de los Evangelios. Leemos que las multitudes cuyos corazones estaban preparados para reconocer, valorar y responder al amor del Cristo eran sanadas rápidamente. En contraste, leemos que en la tierra natal de Jesús, donde él era considerado meramente como el hijo de José y de María, “no pudo hacer... ningún milagro, salvo que sanó a unos pocos enfermos, poniendo sobre ellos las manos”. Marcos 6:5. ¿No fue acaso el escepticismo de sus coterráneos lo que impidió la debida apreciación de su misión divina y así limitó en ellos el efecto sanador de esta misión?
En contraste con los coterráneos de Jesús cuyo escepticismo les limitaba su habilidad para percibir más allá de la personalidad material, el centurión romano que buscó la curación de su siervo, respetó y valoró lo que Jesús ofrecía. Desempeñando él mismo un cargo de autoridad, y sabiendo el efecto de la autoridad, evidentemente comprendió que aquel que expresaba autoridad divina no necesitaba estar físicamente presente para sanar a su siervo, sino que solamente necesitaba “decir la palabra” y la curación inevitablemente se efectuaría. Leemos que Jesús se admiró de la fe del centurión en el poder del Cristo para sanar, y que cuando el centurión regresó a su casa, encontró a su siervo sano. Ver Lucas 7:1–10.
La sociedad actual está educada para tener confianza en la medicina y en otros remedios basados en la materia; esto es una razón muy común que explica la falta de receptividad para aceptar el tratamiento de la Ciencia Cristiana. El pensamiento que está todavía arraigado en la materialidad y confía en ella, es generalmente incapaz de valorar la oración y tener la suficiente fe como para obtener gran beneficio de la oración. Pero el pensamiento que ha dejado atrás, o está preparado para dejar atrás, toda esperanza de recibir ayuda por medio de la materia, acepta más fácilmente el beneficio sanador de la oración. La Sra. Eddy escribe: “No es sabio tomar una actitud indecisa y vacilante, o tratar de valerse igualmente del Espíritu y de la materia, de la Verdad y del error. Hay un solo camino — a saber, Dios y Su idea — que nos lleva al ser espiritual”.Ciencia y Salud, pág. 167.
Para apreciar debidamente el tratamiento de la Ciencia Cristiana se requiere una cuidadosa consideración, tanto de parte del practicista como del paciente. Si alguno de los dos siente que el tratamiento no ha dado los resultados apropiados, debe examinar su pensamiento para ver si está dando a la curación del Cristo el debido valor. ¿Reconoce que la oración es el único camino de curación redentora, aplicable a todos los problemas? ¿Está verdaderamente agradecido por la práctica de la Ciencia Cristiana? ¿Reconoce el poder y la autoridad divinas que la respaldan? Una manera de descubrir si hay algún problema de esta índole en el caso, es examinar nuestra actitud con respecto a los honorarios del practicista, porque el valor dado al tratamiento de la Ciencia Cristiana por parte del practicista y del paciente, simboliza cómo cada uno aprecia el tratamiento en su corazón en relación con otros servicios en la vida diaria (ver Escritos Misceláneos, 300:30–33).
El practicista no sólo tiene que examinar su propio pensamiento, sino que también debe estar alerta a detectar y sanar problemas relacionados con el verdadero aprecio en el pensamiento de su paciente. Varios de los errores que obstruyen la receptividad — el temor, la ingratitud, la limitación, el escepticismo, la frustración, el apego a una educación falsa y la confianza en la medicina — no son, científicamente hablando, parte del paciente así como no lo es la enfermedad, y por tanto, esos errores son igualmente curables. Como Jesús lo declaró: “Porque, ¿qué es más fácil, decir: Los pecados te son perdonados, o decir: Levántate y anda?” Mateo 9:5.
A medida que practicistas y pacientes progresen en su aprecio y gratitud por la disponibilidad presente y la eficacia de la curación científicamente cristiana, las curaciones llegarán a ser más evidentes y más comunes. El movimiento de la Ciencia Cristiana surgirá con renovado respeto por la práctica metafísica, ¡y el mundo recibirá sus beneficios!
Y la oración de fe salvará al enfermo,
y el Señor lo levantará.
Santiago 5:15
