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El Principio divino, no la astrología

Del número de enero de 1984 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Se está dando mucha consideración al derecho de autonomía y de autodeterminación tanto de las naciones como del individuo. Esta meta exige con frecuencia una lucha.

La Sra. Eddy señala la autonomía verdadera cuando escribe: “Al reflejar el gobierno de Dios, el hombre se gobierna a sí mismo”.Ciencia y Salud, pág. 125. Quien se esfuerza por gobernarse a sí mismo convenientemente, es decir, por obedecer la ley espiritual incorporada en los Diez Mandamientos y en el Sermón del Monte, tal vez sienta que está envuelto en una lucha, pues tiene que liberarse de los hábitos materiales de pensamiento y conocer más claramente que él mismo es el reflejo espiritual de Dios. No obstante, en esta lucha no está solo, pues Dios y Su ley de armonía universal cooperan con él. La creencia en la astrología quisiera privarnos de nuestra autonomía y autodeterminación mediante la sugestión de que nuestro destino es material y que está planeado por fuerzas materiales.

La Ciencia Cristiana adopta un punto de vista radical sobre este tema. Partiendo desde la base de la enseñanza bíblica, “aprende pues, hoy, y reflexiona en tu corazón que Jehová es Dios arriba en el cielo y abajo en la tierra, y no hay otro”, Deut. 4:39. esta Ciencia desafía la suposición de que el curso de la vida de una persona es guiado o determinado por las estrellas y los planetas. A lo largo de la Biblia, se proclama el mensaje de que el hombre y el universo son creados y gobernados por Dios, la Mente divina; que la ley espiritual de Dios, comprendida y obedecida, es superior a la llamada ley material y la desplaza.

En el capítulo intitulado “El magnetismo animal desenmascarado” en el libro de texto de la Ciencia Cristiana (Ciencia y Salud por la Sra. Eddy), se halla esta declaración que llama la atención: “No hay sino una sola atracción real, la del Espíritu. El apuntamiento de la aguja hacia el polo simboliza ese poder omnímodo, o sea la atracción de Dios, la Mente divina”.Ciencia y Salud, pág. 102. ¡Cuánta seguridad nos da esto, que el poder de Dios es omnímodo! Necesitamos saber más sobre este poder, más sobe el bien infinito de la Mente única. A medida que expresamos esta Mente, nuestra vida se sujeta a su influencia; como la aguja en la brújula, nuestro pensamiento es naturalmente atraído hacia Dios. Hay una profunda intuición en el pensamiento humano de que Dios es la fuente de todo plan, propósito, satisfacción y gozo verdaderos, que El solo designa el curso del hombre.

No obstante, la creencia mortal general declara, mediante la sugestión de vida y mente en la materia, que hay muchas mentes encerradas en cuerpos mortales, y la astrología por su parte pretende que estos cuerpos o personalidades físicas están sujetas a la influencia astral y planetaria. Afirma que las estrellas y los planetas gobiernan y determinan todo acontecimiento de la vida humana desde la cuna hasta la tumba. Esta creencia adormece al pensamiento, haciéndolo creer que puesto que las cosas ya están bastante bien planeadas para nosotros, es inútil alterarlas por cuenta nuestra.

El plan de Dios jamás es perjudicial para nuestra felicidad. La ley divina, comprendida, nos eleva por encima de la discordia y oscuridad materiales hacia la luz y armonía de la Vida.

Para ilustrar: Jesús y los discípulos estaban en el Mar de Galilea cuando se desató una tormenta. Los discípulos, temiendo por su vida, despertaron a su Maestro que dormía en la popa del barco. Jesús estaba imperturbable, y se nos dice que se levantó y reprendió a la tormenta. Y vino la calma. Su comprensión de la totalidad de la Mente divina, en la cual no hay disturbio, y su unidad con esa Mente, lo capacitaron para calmar el sentido mortal de disturbio con su evidencia física concomitante. Ver Marcos 4:36–41.

San Pablo nos insta a que tengamos la mente que estaba en Cristo Jesús. El apóstol exhorta: “Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres”. Gál. 5:1. En manera similar la Sra. Eddy escribe: “Los planetas no tienen más poder sobre el hombre que sobre su Hacedor, puesto que Dios gobierna el universo; pero el hombre, reflejando el poder de Dios, tiene dominio sobre toda la tierra y sus huestes”.Ciencia y Salud, pág. 102.

¿Cómo obtenemos este dominio? Sabiendo que hay una sola Mente, Dios, y manteniéndonos sujetos a esta Mente. Esto exige oración, disciplina y persistencia. También exige humildad. El yo humano es un pensador y agente activo. Tenemos que gobernar la actividad de este yo mortal y borrar sus constantes normas de pensamiento materiales escuchando a Dios. A medida que aprendemos a orar: “Hágase tu voluntad”, exponemos y negamos las creencias mortales que quisieran influir nuestra consciencia para pervertirla. Esto nos libera para ser gobernados por la única Mente, Dios.

Puede que la mente mortal diga: “No quiero ser gobernada por la única Mente, Dios; eso no es autonomía. Quiero gobernarme a mí misma”. La mente que dice eso no puede gobernarse a sí misma convenientemente. No obedeciendo al Principio divino, carece de autoridad o método universal y eterno con que fijar un curso permanente o inteligente. La obediencia al Principio nos libera de chocar contra las limitaciones, desviaciones y frustraciones de los limitados puntos de vista mortales.

Principio es uno de los sinónimos de Dios en el libro de texto de la Ciencia Cristiana (ver página 465). Este omnímodo Principio excluye la ley material. Dios, Principio, Amor divino, abraza a Sus ideas en armonía y revela la protección de la ley del Amor para la humanidad. El universo está fundado sobre esta ley de Amor. Como reflejo de la única Mente, Amor, el hombre tiene por necesidad que amar. Debido a que el Principio, Vida, incluye a sus ideas en perfección, tenemos que incluir a nuestro prójimo en la armonía que reclamamos para nosotros como reflejo de Dios. Deberíamos proporcionar a nuestro prójimo la protección de pensamiento imbuido de amor. El Cristo siempre está presente. A medida que vislumbramos esto, la tarea de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos adquiere un nuevo significado. Es más fácil sentir afecto natural por otros cuando los vemos bajo la luz del amor de Dios por nosotros.

Quizás hayamos llegado a un punto en nuestra vida donde podemos mirar retrospectivamente en un registro de ganancias y pérdidas, felicidad y pesar. El sentido material puede que diga que todo eso ocurrió; que fue nuestra suerte. Esta creencia en el destino material es una de las trampas de la mente mortal, las cuales quisieran aprisionarnos en una reminiscencia mortal. Si aceptamos esta reminiscencia como una verdad, esta aceptación puede demorar nuestro progreso espiritual.

Espiritualmente consideradas, nuestras vidas tienen un registro bastante distinto. El verdadero valor de la experiencia consiste en las decisiones correctas que hemos hecho, en el discernimiento de los hechos espiritualmente verdaderos y el reconocimiento de sugestiones falsas, y en la comprensión obtenida y demostrada de la naturaleza de Dios y el hombre. “No de oídas se aprende y ama la verdad espiritual; ni viene esta comprensión por la experiencia de otros”, escribe la Sra. Eddy. “Espigamos mieses espirituales de nuestras propias pérdidas materiales”.Retrospección e Introspección, pág. 79.

Aceptemos nuestro derecho de ser el hombre de Dios, para poner en práctica la autodeterminación y autonomía espirituales. Mantengámonos sujetos a la ley de Amor de la Vida. Leamos, por así decirlo, los registros que escriben los ángeles. Entonces andaremos más libremente en el universo que Dios ha creado y veremos que nuestro lugar en él está gobernado por Dios.

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