Una mentira deja de ser un engaño o de ser aceptada cuando la verdad se conoce y se cree en ella. Las imposiciones de la mortalidad dejan de ser engañosas o aceptables cuando las verdades de Dios revelan la falsedad de toda mortalidad.
El Maestro, Cristo Jesús, constantemente podía permanecer imperturbable frente a la materia. Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens), escribe en Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras: “Para Jesús, no era la materialidad sino la espiritualidad la realidad de la existencia del hombre, mientras que para los rabinos lo espiritual era lo intangible e incierto, cuando no lo irreal”.Ciencia y Salud, pág. 352.
Era el pensamiento materialista el que se oponía a Jesús cuando curaba en la sinagoga y el que se negaba a escuchar o hacer caso de sus enseñanzas. A sus dedicados seguidores de hoy en día, este rechazo les parece espantoso. Pero, ¿estamos seguros de que en mayor o menor grado no permitimos que la materialidad pretenda tener prioridad sobre nuestra consagración a la espiritualización de la consciencia humana? ¿Están contaminadas nuestras aspiraciones intelectuales, oscureciendo nuestro pensamiento con el orgullo? o ¿estamos procurando escapar de la mortalidad mediante diversiones, contactos sociales, constante actividad, y privándonos así de la consagración a la espiritualidad? ¿Hemos pensado con sinceridad a qué le estamos dando prioridad en nuestra vida? ¿Podríamos responder con sinceridad que le damos prioridad a lo espiritual, a lo incorpóreo?
Toda mortalidad es la evidencia exteriorizada de la mente mortal. La materialidad entraña teorías de la mente mortal, sus creencias, sus llamadas leyes, profecías e imágenes mentales. Es la mente mortal la que presenta sus argumentos a favor de que la vida e inteligencia están en la materia, y que la sustancia es material. Sin embargo, como Dios, el Espíritu, es el único creador, nada obtenemos de la materia, y la materia nada nos quita porque, en realidad, somos espirituales. La materia es meramente un gancho en el que la mente mortal cuelga sus propias obsesiones, sus preocupaciones con sus engaños. Tan ciertamente como hay un solo Dios, así también hay una sola Mente, la Mente divina. Esta Mente no asocia al hombre, su manifestación, con la materia, la materialidad o la mortalidad. La Mente está siempre consciente de su infinitud y sólo conoce lo que es espiritual.
El hombre no tiene que progresar de lo material hacia lo espiritual, de la mortalidad hacia la inmortalidad. Pero sí tenemos que demostrar esta verdad abandonando firmemente la mente mortal a sus propias ilusiones — sus sueños irreales — esforzándonos por despertar a la realidad, el reino del Espíritu, donde moramos eternamente. El libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud, nos asegura: “Todo objeto en el pensamiento material será destruido, pero la idea espiritual, cuya sustancia está en la Mente, es eterna. Los vástagos de Dios no se originan en la materia o el efímero polvo. Están en el Espíritu, la Mente divina, y proceden del Espíritu, y continúan así por siempre”.Ibid., pág. 267.
Haciendo caso omiso de si el “objeto en el pensamiento material” se presenta como el funcionamiento defectuoso de un órgano corpóreo, células alteradas o enfermas, actividad excesiva o deficiente, todo esto es el llamado pensamiento de la mente mortal exteriorizado en condiciones materiales; el fenómeno del pensamiento oscurecido. Pero allí mismo donde lo irreal, lo aparente, pretende estar, para el de ánimo espiritual sólo existe la presencia de Dios, expresada en Sus ideas espirituales y evidenciada mediante el Cristo. Esto es la realidad de la existencia del hombre: el hombre, la manifestación de la Mente.
El libro de texto de la Ciencia Cristiana nos dice: “El hombre real es espiritual e inmortal; pero los llamados ‘hijos de los hombres’, mortales e imperfectos, son contrahechuras desde el comienzo, que habrán de desecharse a cambio de la realidad pura. A medida que los mortales comprendan la Ciencia del hombre y busquen el modelo verdadero, se despojarán de lo mortal y se revestirán del hombre nuevo, u hombre verdadero”.Ibid., pág. 409.
Estamos sinceramente buscando la verdad — buscando la realidad — cuando cambiamos las creencias mortales por el bien espiritual, reconociendo así que Dios es Todo. Entonces, podemos detectar y rechazar la contrahechura del hombre, que es el concepto falso de la mente mortal, y aceptar al hombre real como se percibe en la Ciencia. Puesto que somos espirituales, la sustancia de nuestra vista, oído y sensación, es verdaderamente espiritual: los sentidos de la Mente divina, nuestra Mente. Podemos afirmar con gratitud que somos capaces de despojarnos de la contrahechura que es la imagen de la mente mortal y percibir y apreciar lo que Dios ha creado, gobierna y ama. Nuestro amor hacia Dios nos impulsa a honrar lo que Dios está expresando. “Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman”, 1 Cor. 2:9. escribe Pablo. ¿Qué podría ser más significativo para nosotros que demostrar nuestro amor hacia Dios alejándonos de los falsos ídolos de la mente mortal? Nuestras recompensas que Él nos tiene preparadas son los tesoros de Sus posesiones espirituales y nuestra herencia divina. Éstas son las cualidades e ideas espirituales que constituyen nuestra entidad completa, nuestra perfección. Éstas tienen que ser reconocidas y reclamadas, pues son nuestra provisión y protección, nuestra salud y felicidad.
Ciencia y Salud declara: “El precio terrenal de la espiritualidad en una época material y la gran distancia moral entre el cristianismo y el sensualismo impiden que la Ciencia Cristiana sea aceptada por los de ánimo mundano”.Ciencia y Salud, pág. 36. Ciertamente, hay muchas personas que aman las enseñanzas de la Sra. Eddy que tan claramente nos muestran la manera en que Jesús demostraba diariamente la filiación divina; dichas personas pueden hallar consuelo y promesa en las palabras y obras de Jesús, y en la explicación de la Sra. Eddy. Pero para realizar demostraciones más eficaces de la Ciencia, tenemos que someternos a una disciplina necesaria.
Tanto las prédicas de Jesús como los escritos de la Sra. Eddy contienen reglas explícitas, instrucciones rigurosas y amonestaciones afectuosas. Ninguna de éstas puede ignorarse. Tarde o temprano, cuando tengamos oportunidades de demostrar nuestro dominio sobre lo mortal y material, descubriremos que estas reglas, instrucciones y amonestaciones sirven de señales en nuestro camino hacia esa montaña donde lo mortal ya no puede oírse ni verse. Estas señales nos guían, pero las perdemos de vista junto con su importancia cuando la apatía, el resentimiento, la obstinación, la demora, la venganza, el orgullo — las acciones y reacciones mortales — nos inducen a ignorar lo que nos ha sido provisto para salvaguardarnos en nuestro camino. La desobediencia a estas señales impide la curación.
A menos que nos desvinculemos continuamente de lo mortal — nos neguemos a justificarnos o entregarnos a ello — tropezaremos en la oscuridad, vislumbrando sólo de vez en cuando alguna evidencia del camino correcto. Pero a medida que busquemos con afán las señales que el Amor nos ha provisto para dirigirnos, y amemos con humildad y devoción todo lo que es el bien de Dios, conoceremos el amor de Dios. Él nos ha dado a cada uno de nosotros la espiritualidad que es, por cierto, la realidad de la existencia del hombre, una consciencia divina que refleja a la única Mente eterna.