En mi juventud investigué varias avenidas materiales buscando paz y felicidad y alguna razón para vivir. Finalmente‚ gracias a un sincero anhelo de algo mejor‚ encontré la Ciencia Cristiana. Cuando esto ocurrió, leí el libro de texto de la Ciencia Cristiana‚ Ciencia y Salud por la Sra. Eddy‚ desde el comienzo hasta el fin. Inmediatamente‚ mi vida y mi manera de pensar empezaron a cambiar. Tuvieron lugar maravillosas mejoras. Incluso mis amistades comentaron sobre el cambio en mi comportamiento y apariencia. Por meses sentí fuertemente el amor de Dios en todas partes. Realmente comencé a vivir. Todo esto ocurrió hace ya más de treinta y cinco años.
Hemos educado a un hijo y a una hija excelentes en la Ciencia Cristiana. Aunque mi esposo no es Científico Cristiano‚ él apoyó por completo el que yo educara a los niños con estas enseñanzas. Ninguno de los niños tomó nunca medicina de ninguna clase‚ y cada año trajeron con orgullo a casa sus certificados de asistencia perfecta al colegio. Las llamadas enfermedades infantiles‚ si aparecían‚ eran prontamente curadas.
A edad muy temprana‚ nuestro hijo tuvo una desagradable enfermedad de la piel. Fervientemente traté de verlo en la Ciencia como el hijo de Dios‚ espiritual y puro‚ pero no pareció haber mucho progreso. Cuando el chico estaba a punto de empezar el primer grado‚ yo me preocupé mucho por lo que los maestros pudieran decir cuando vieran la condición. Más o menos en esa misma época recibí instrucción en clase de la Ciencia Cristiana. Me sentí tan inspirada por esa experiencia‚ y regresé a casa tan convencida del poder sanador de Dios y del amor que Él siente por todos Sus hijos‚ que me sentí completamente libre de cualquier temor por el chico. La enfermedad de la piel desapareció antes de su primer día en la escuela‚ y nunca la ha vuelto a tener. Hoy en día‚ es un joven apuesto‚ sin un sólo defecto o cicatriz.
En cierta ocasión‚ nuestra hija se quejó de un dolor en la pierna. Más tarde esa noche le dio fiebre y la pierna se puso roja e inflamada. Llamé a una practicista para que nos ayudara‚ y le pedí que orara por nosotros y que me ayudara a comprender que esto no podía ser la verdad acerca del hijo de Dios; que Dios no causa daño a Sus hijos. Sin embargo‚ la situación empeoró‚ así que llamé a la practicista de nuevo. Esta vez‚ ella me pidió que abriera la Biblia al azar y leyera. Así lo hice y la abrí en este versículo del primer capítulo de Génesis (versículo 26): “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen‚ conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar‚ en las aves de los cielos‚ en las bestias‚ en toda la tierra‚ y en todo animal que se arrastra sobre la tierra”.
Inmediatamente me dí cuenta de que esta niña poseía el dominio que Dios le había dado. Esto me liberó del terrible temor. Esa noche nuestra hija se levantó‚ caminó hasta el cuarto donde yo estaba y dijo: “Mira‚ Mamá‚ puedo caminar”. ¡Qué hermoso fue escuchar esas palabras! Esto sucedió el viernes‚ y el domingo ella subió las escaleras hacia su clase de la Escuela Dominical. Pronto estaba completamente bien.
Esas dos curaciones‚ alcanzadas por medio de la práctica de la Ciencia Cristiana‚ ciertamente bastan para convencerme del poder sanador del Espíritu. Hay también otras razones para sentir gratitud: el haber vencido rasgos malos de carácter‚ un falso sentido de responsabilidad y mal genio. Estoy muy agradecida de que muy temprano en mi estudio de la Ciencia Cristiana me hice miembro de La Iglesia Madre y de que he sido siempre un miembro activo de una filial de la Iglesia de Cristo‚ Científico. Éstas son dos de las mejores formas que conozco para expresar mi aprecio por la Ciencia Cristiana‚ la cual ha hecho tanto por mí.
Tequesta‚ Florida‚ E.U.A.
