La congoja, por su naturaleza misma, tiende a inducirnos a mantener oculto todo lo que agita la angustia de pesares que vienen a nuestro recuerdo. La gente se entrega a esta clase de heridas y siente sus efectos pero no está dispuesta a escudriñarlas y expulsar del pensamiento los vestigios que permanecen.
En realidad, puesto que Dios no hizo el pesar, no tenemos por qué sufrirlo. Dios creó el gozo, y nosotros lo incluimos. En el Sermón del Monte, Jesús dio una bienaventuranza a los angustiados: “Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación”. Mateo 5:4. El poder del Cristo, la Verdad, puede penetrar y disolver el pesar y sus efectos perturbadores.
Ser consolado por el Cristo, la Verdad, no significa aprender a contender con el error o poner alrededor de heridas, profundamente arraigadas y de mucho tiempo, capas amortiguadoras. Trabajamos, en vez, para disolver por completo toda pizca de herida, pesar y dolor que pretenda habernos causado la congoja. Mediante la Ciencia Cristiana demostramos que el gozo es un factor constante en nuestro ser, y esto nos libera de la creencia de que somos mortales, sujetos a la aflicción y la tristeza.
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