Durante la plática de despedida de Cristo Jesús con sus apóstoles, Ver Juan, capítulos 14–17. más de una vez se menciona que sus seguidores enfrentarían desafíos especiales y bendiciones en su misión, porque ellos no eran “del mundo”.
El Maestro también oró para mantener unidos a sus amados seguidores. Jesús debe de haber comprendido que los apóstoles se verían ante nuevas pruebas cuando él ya no estuviera más con ellos. Quedarían con la gran responsabilidad de asegurarse de que el mensaje salvador del cristianismo llegara a la humanidad. Y la misión a realizar jamás podría llevarse a cabo aislándose en una torre de marfil, apartados de la humanidad. Jesús continuó su oración a Dios así: “No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo”. Juan 17:15, 16.
El discipulado cristiano no es del mundo; no se dedica a la mera búsqueda de placeres materiales; ni tampoco se sumerge en los deseos de la mente carnal; no es servidor de las riquezas ni es de ánimo mundano. Mas el don de la redención del Cristo, por cierto que necesita ser compartido con toda la humanidad en el mundo. Es, después de todo, la mentalidad material del mundo — con sus pecados, enfermedades, limitaciones y muerte — lo que tiene que ser transformado por la Verdad divina. La gracia de Dios, que se manifiesta en la acción salvadora de Su Cristo, regenera al individuo. Reforma los corazones, despierta nuestra innata consciencia a la manera del Cristo, y revela la santidad, la armonía, la libertad y la vida eterna: los frutos especiales del pensamiento espiritualizado.
En Ciencia y Salud la Sra. Eddy reitera los requisitos para el discipulado cristiano de hoy en día. Este libro de texto ha dado una orientación esencial a los estudiantes de Ciencia Cristiana durante más de un siglo. En cierta parte, Ciencia y Salud dice: “Los Científicos Cristianos tienen que vivir bajo la presión constante del mandato apostólico de salir del mundo material y apartarse de él. Tienen que renunciar a la agresión, a la opresión y al orgullo del poder. La religión cristiana, con la corona del Amor sobre sus sienes, tiene que ser la reina de su vida”.Ciencia y Salud, pág. 451.
El mandato es el de salir del mundo del materialismo y al mismo tiempo atender a la humanidad desinteresadamente, allí mismo donde la necesidad está. Debemos considerar que la realidad es enteramente espiritual, aun cuando todavía estemos batallando en las trincheras, librando una lucha con las creencias mortales de pecado, enfermedad y muerte. ¿Cómo podemos lograrlo? Quizás mucho de lo que se necesita pueda resumirse en las palabras que el Maestro dirigió al abogado que lo sometió a prueba preguntándole sobre “el gran mandamiento en la ley”. Jesús le dijo: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y el gran mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Mateo 22:36–39.. Comenzamos con un profundo amor a Dios, con un amor sin reservas, sabiendo que Dios, la Mente divina, el Espíritu infinito, es la fuente y sustancia de todo ser. Nos esforzamos por tener solamente aquellas confianzas, deseos y metas que promueven nuestro progreso espiritual. Abrigamos la bondad divina en el corazón, la nutrimos y la evidenciamos con el ejemplo de nuestra vida.
Y oramos para conocer al hombre sólo como Dios lo ha creado. El hombre es la expresión pura del Espíritu, la idea perfecta de la Mente, la manifestación completa del Alma omnipresente. Es la verdadera naturaleza del hombre, como la emanación del Amor divino, lo que realmente respetamos en nosotros mismos y en los demás. Así como amamos a nuestro prójimo como a nosotros mismos: amamos al hombre a imagen de Dios y sabemos que, en realidad, este reflejo espiritual es la verdad acerca de cada identidad individual.
A medida que comprendemos que Dios es el único poder, el creador omnipotente de todo el bien, podemos renunciar a cualquier noción egocéntrica de que poseemos un poder personal. La sabiduría de la verdadera humildad pone siempre a Dios primero, confía implícitamente en la inteligencia infinita de la Mente, y descansa exclusivamente en Su ley infalibe para gobernar nuestra vida. Nuestro amor puro por Dios y por Su perfecta manifestación silencia las tendencias agresivas de la mente humana y nos lleva a reconocer nuestro verdadero patrimonio de libertad que es primogenitura de todos los hijos de Dios como herederos del Espíritu divino e infinito. Todo lo que sea opresivo en nuestro pensamiento — todo lo que limite, circunscriba o encierre dentro de las barreras del prejuicio; todo lo que tienda a la justificación propia, a juzgar o a condenar — debe ser desechado por nuestro compromiso con Cristo, que es el de liberar a la humanidad de la esclavitud del pecado, la enfermedad y la materialidad.
A fin de continuar en nuestros esfuerzos por salir del ánimo mundano, es útil examinar nuestros pensamientos a menudo. Debemos mantenernos alerta a nuestras prioridades. ¿Qué es realmente importante para nosotros? ¿Qué es lo que realmente deseamos? Las respuestas modelarán nuestra vida: o bien nos hundirán en el fango de las creencias materiales o nos elevarán por sobre las falsas y quiméricas promesas de la mortalidad llevándonos a encontrar al Cristo y el lugar bendito del hombre en el reino de Dios.
El capítulo intitulado “Recapitulación” en el libro de texto de la Ciencia Cristiana, trata el punto acerca de la manera correcta de progresar en nuestra comprensión de la Ciencia Cristiana (ver págs. 495–496). Parte de la explicación en estas páginas enfoca la clase de preguntas que podemos formularnos para determinar si realmente estamos purificando nuestro pensamiento y abandonando toda mundanalidad. El libro de texto dice: “Preguntaos: ¿Estoy viviendo la vida que más se acerca al bien supremo? ¿Estoy demostrando el poder sanador de la Verdad y el Amor? Si es así, entonces el camino se irá iluminando cada vez más, ‘hasta que el día es perfecto’. Vuestros frutos probarán lo que el comprender a Dios le trae al hombre”.Ciencia y Salud, pág. 496
El discípulo cristiano siente una alegría y unidad especiales con Dios. Cada esfuerzo por “salir del mundo material” nos fortalece y nos capacita mejor para iluminar con la luz de la Verdad los lugares oscuros de la consciencia humana. Cada esfuerzo por identificar al hombre como espiritual, no material, promueve las buenas noticias de que el reino de Dios está aquí mismo. Y a medida que demostremos, por medio de la regeneración y curación, que el hombre no es del mundo, podremos cumplir mejor con la admonición del Maestro: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura”. Marcos 16:15. En cierto modo, podemos considerar nuestra obra sanadora como nuestra propia predicación, y nuestro modo de vivir será nuestro sermón sobre el poder redentor del Cristo, al alcance ahora mismo ¡y para todos!