Muchos consideran hoy en día que la pureza es una cualidad fuera de moda, pero, en realidad, la pureza jamás ha pasado de moda. Es una faceta esencial de nuestra verdadera naturaleza como hijos e hijas de Dios.
Si pensamos que el hombre es un mortal pecador lleno de defectos morales, el logro de la purificación propia puede parecer una tarea sin esperanzas. Quizás haya un período continuo de progreso seguido de retroceso. La Ciencia Cristiana señala un concepto más elevado del hombre como imagen y semejanza de Dios, según se nos enseña en el primer capítulo del Génesis. Ciertamente, tal individualidad espiritual no puede ser sino pura. El libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por la Sra. Eddy, indica: “En la Ciencia el hombre es linaje del Espíritu. Lo bello, lo bueno y lo puro constituyen su ascendencia”.Ciencia y Salud, pág. 63.
Por medio de la Ciencia Cristiana podemos comprender cada vez más que nuestra verdadera identidad es la del hombre creado por Dios. El cambio que esto produce en nuestra perspectiva total de la vida nos libera de una serie de desalentadores períodos de progreso seguidos de retroceso. Comenzamos a obtener una mayor certeza de nuestra innata pureza. Aún cuando comencemos el estudio de esta ciencia como individuos un tanto mundanos, adoctrinados en creencias y hábitos materiales, descubriremos inevitablemente — si somos sinceros — que, en realidad, somos la creación de Dios, Su expresión del bien, y que incluimos la pureza como cualidad integral.
Mediante una comprensión progresiva de que el hombre es la imagen de Dios, hermosa y buena, obtenemos una clara percepción de nuestra integridad y santidad. Como consecuencia natural del reconocimiento de nuestra pureza innata, comenzamos a experimentar un sentido expansivo de liberación de las influencias materiales, y una creciente dependencia en el Espíritu. Primero viene la comprensión, y luego la demostración de este discernimiento en nuestra vida diaria.
Si se trata de alguien, un fumador, por ejemplo, pronto reconoce que el uso del tabaco está en conflicto con su reciente percepción de la naturaleza espiritual y pura del hombre. Una definición de “pureza” es “libertad de toda sustancia adulterante”. ¡Qué expresión más acertada para el tabaco: sustancia adulterante! Pero, en realidad, todo lo que trate de sugerir la adulteración de nuestra verdadera naturaleza, tiene que ser rechazado enérgicamente. Sólo por medio del rechazo a acceder a tales tentaciones, podemos demostrar nuestra pureza, nuestra “libertad de toda sustancia adulterante”.
Hace algunos años tuve que enfrentar la necesidad de dejar de fumar. Hacía poco que había comenzado a estudiar Ciencia Cristiana, y me gustaba y aceptaba de todo corazón todo lo que iba aprendiendo. Quería progresar en mi comprensión y afiliarme a una iglesia filial de Cristo, Científico. Comprendía que fumar no era compatible con la Ciencia Cristiana, que era una droga, un falso apetito, y que significaba depender de medios materiales. Me negué a identificarme como una mortal contaminada de tabaco. En vez, reclamé mi pureza como hija de Dios.
Estudié Ciencia Cristiana y oré. Fui verdaderamente sacudida por la vigorosa exposición en Ciencia y Salud acerca del detestable hábito de fumar. El libro de texto declara: “Lanzar bocanadas del detestable humo del tabaco, o mascar una hoja que no atrae naturalmente a ninguna criatura excepto a un asqueroso gusano, es, al menos, repugnante”.Ibid., pág. 407.
Durante este período, solicité ayuda por medio de la oración a una experimentada Científica Cristiana. Ella me sugirió que hiciese una lista de las razones que tenía para amar la Ciencia Cristiana y otra de las razones por las cuales quería continuar fumando. Escribí una larga lista de cosas por las que estaba agradecida desde que había comenzado a estudiar Ciencia Cristiana, pero cuando empecé la lista de las razones que tenía para querer fumar, todo lo que pude escribir fue: “Creo que siento placer en hacerlo”. En ese momento vi la debilidad y futilidad de este argumento.
Esto fue el fin de mi lucha por dejar de fumar. El cigarrillo siguiente me supo horrible; lo apagué y jamás volví a fumar.
La base de esta curación fue la convicción de que, en realidad, yo era la hija pura e intachable de Dios, no contaminada ni influida por condiciones materiales. Acepté la promesa de Cristo Jesús, “Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios”. Mateo 5:8. La confianza que deposité en sus palabras no me defraudó.
En la Ciencia Cristiana, la pureza es algo más que una cualidad de virtud. Es fundamental para la comprensión de la naturaleza del hombre a la semejanza de Dios. Una demostración creciente de pureza subordina y elimina la materialidad; nos deja libres para expresar nuestra verdadera identidad como hijos de Dios.