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El Maestro y usted

Del número de abril de 1984 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


¿Cuándo supo usted por primera vez del Maestro, Cristo Jesús? ¿Tal vez en su niñez, a una edad tan temprana que realmente no recuerda cuándo?

Cualquiera que haya sido el momento de este primer conocimiento, y aun sin darnos cuenta, un gran acontecimiento surgió en nuestro camino: ¿Qué influencia puede tener en nuestra vida la vida de Jesús? Debido a la evidencia de su vida humana, todos tenemos una vida diferente de la que hubiéramos tenido sin su venida. Nadie está fuera de la jurisdicción de la Verdad divina, la cual fue ejemplificada para la humanidad en la vida de Cristo Jesús.

Comenzamos a familiarizarnos con el Maestro cuando sabemos de su ministerio, de lo que dijo e hizo. Pero el aprender a vivir en conformidad con lo que él enseñó, y comenzar a demostrar lo que él demostró, es realmente conocerlo, aún más, es un sentimiento de compañerismo. En esta forma, empezamos a gobernar nuestra vida como Jesús gobernó la suya.

Era costumbre dirigirse a Cristo Jesús llamándolo Maestro, o sea, “el que enseña”. Como maestro, Jesús ganó una distinción inigualada. Ello fue posible debido a la autoridad del Cristo que siempre demostraba. Aparentemente, algo de su autoridad fue reconocida al comienzo de su ministerio porque su reputación de maestro obtuvo la siguiente avaluación: “La gente se admiraba de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas”. Mateo 7:28, 29. La manera de pensar humana o enseñanza tradicional no podrían percibir u otorgar la autoridad del Cristo. Esa autoridad fue otorgada por Dios y fue revelada en Jesús.

En esencia, el ministerio de Cristo Jesús fue la aniquilación del materialismo. Con hazañas ejemplares enseñó y demostró la verdad eterna concerniente a Dios y al hombre, venciendo el sentido mortal acerca de la vida con el poder sanador del entendimiento espiritual. Jesús fue maestro mediante el Cristo. Mary Baker Eddy, quien descubrió y fundó la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens), dice acerca de Jesús: “Jesús es el nombre del hombre que más que ningún otro ha manifestado al Cristo, la verdadera idea de Dios, sanando a enfermos y pecadores y destruyendo el poder de la muerte”.Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, pág. 473.

Lo que gobernó a Jesús es también lo que nos gobierna a nosotros. El Evangelio según San Mateo relata que Jesús dijo: “Uno es vuestro Maestro, el Cristo”. Mateo 23:10. El Cristo es la manifestación de Dios, revelando lo que Dios es y nuestra relación con Él, individual y colectivamente. Cuando la Verdad divina penetra en la consciencia humana y se la comprende mediante la Ciencia divina, esto es el Cristo en acción. El hecho mismo de que podemos conocer la verdad que Jesús enseñó, prueba que el Cristo está aquí.

¿Estamos conscientes de la presencia del Cristo? Un reconocimiento individual del Cristo, la Verdad, es lo humano relacionándose con lo divino. Las verdades espirituales que sabemos acerca de Dios y de la relación del hombre con Él, muestran nuestro vínculo genuino con Dios. Son mucho más que meros intentos personales de saber lo que es verdadero. Este conocimiento tiene la autoridad de llegar a nuestra experiencia humana con el poder de Dios.

Cuando percibimos que cada comprensión que obtenemos de la Verdad divina, evidencia la presencia del Cristo en nuestra vida, aprendemos a honrar estas ideas reconociendo la autoridad y el poder que realmente tienen. Cuando la idea espiritual triunfa sobre las creencias mortales mediante nuestras oraciones, experimentamos la actividad natural de la oración. Respondemos a la presencia del Cristo. El yo del sentido material se subordina, y la identidad espiritual alborea y se desarrolla mediante nuestra propia identificación con el Cristo.

El materialismo nos presenta una lógica que acredita el concepto material de la existencia con el prestigio de la autoridad. Si veneramos la lógica material, ésta parece dominarnos y esclavizarnos. Entonces las verdades de Dios llegan a ser para nosotros una teoría abstracta, y las limitaciones de la vida humana nos parecen una realidad. Pero la condición humana no es el factor determinante en nuestra experiencia. La identidad material que parecemos ser, nuestra edad, nuestras aptitudes mentales y nuestro desarrollo intelectual, la química de nuestro cuerpo, no son las cosas que nos acercan a Dios; al contrario, son las cosas que vencemos mediante nuestra relación con Él. El Maestro denunció y refutó el concepto de vida mortal. Demostró fehacientemente que el Cristo, la Verdad, vence cualquier dimensión de la mortalidad.

A fin de que las ideas espirituales nos sanen, debemos dejar que estas ideas eliminen el sentido material que abrigamos acerca de nosotros mismos. La Verdad, que opera como el Cristo, necesita ser reconocida como ley y presencia sagrada. Entonces nuestra comprensión de la Verdad nos sanará. “Tenemos que despojarnos de la consciencia material”, nos dice la Sra. Eddy en Escritos Misceláneos, “y entonces podremos percibir la Verdad y decir con María: ‘¡Raboni’! —¡Maestro!” Esc. Mis., pág. 179.

A medida que el Cristo, la Verdad, es comprendido, opera en la experiencia y domina la situación humana. Constituye la ley divina en acción. Trae la experiencia de la curación. Un conocimiento de la presencia del Cristo, vence el argumento de que por mucho que nos esforcemos en la oración, ello no es suficiente para sanar.

La certeza de que la revelación divina de la Verdad es el factor determinante en nuestra vida, resulta en el sometimiento del concepto material. Haciendo valer nuestra espiritualidad, aprendemos a defender la actividad del Cristo en nuestra consciencia. Representamos la autoridad de la Verdad y la espiritualidad genuina de nuestro propio ser. Incluso las peores cosas que la mortalidad arguya que puede hacer, son desechadas y vencidas por el poder de Dios que opera dentro del pensamiento individual como la presencia del Cristo. La convicción científica en la Verdad supera la evidencia material.

Necesitamos reconocer la presencia y la autoridad del Cristo en nuestras oraciones. Al hacerlo, obtenemos el maravilloso sentido de que estamos — ahora mismo — ante la presencia de Dios. Cuando reconocemos la autenticidad espiritual de nuestra relación con Dios, sentimos la autoridad de nuestras oraciones. Otro pasaje en Escritos Misceláneos dice: “Todos los estados y fases del error humano son combatidos y vencidos por la Verdad divina al negar el error, en la forma señalada por Dios”.Ibid., pág. 208.

El pasar de los siglos ha puesto el factor tiempo entre nosotros y Cristo Jesús, pero todavía podemos “percibir la Verdad y decir con María ‘¡Raboni!’ —¡Maestro!” Dios nos revela a todos la idea-Cristo, y adoramos a Dios al honrar a Sus ideas que están presentes en nuestros pensamientos. Lo que Dios tiene para nosotros a medida que progresamos en nuestro conocimiento del Cristo, por cierto que será cumplido. El destino de nuestra comprensión de la Verdad es la completa supremacía de la Verdad en nuestra vida.

Crea firmemente en su propia espiritualidad. Reconozca su propio sentido del Cristo, la verdad pura que conoce. La íntima consciencia de la presencia del Cristo que usted abriga es “quien tiene autoridad”: su Maestro.

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