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Anhelo de santidad

Del número de julio de 1985 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


En lo más profundo del corazón hay un anhelo por algo más substancial que el brillo y el encanto que el mundo ofrece. Probablemente muchos lo hayamos sentido en algún momento de nuestra vida, quizás hasta con frecuencia. Pero, ¿hemos determinado qué es ese deseo, y qué significaría realmente para nosotros si ese anhelo fuere satisfecho?

¿Podría ser que verdaderamente estamos anhelando la santidad, la bondad pura y la exaltación espiritual que provienen de sentirse cerca de Dios? En medio de la experiencia humana, donde aun el logro de metas deseadas no siempre parece tan satisfactorio como debiera y donde la existencia es a veces abrumada por las más penosas circunstancias, permanece en lo más íntimo de cada ser individual una espiritualidad fundamental que no quedará por siempre ignorada. Y aun cuando hayamos sido engañados (o abrumados) por sugestiones y por la supuesta evidencia de que la vida es material, limitada, fútil o mortal, nuestro sentido espiritual continúa persuadiéndonos de que hay algo más que la mortalidad. La grandeza está en la santidad y la paz de encontrar nuestra vida en Dios, unida al Espíritu divino, aquí y ahora. La belleza de la santidad está a nuestro alcance en este momento; no necesita ser postergada para la vida en el más allá.

Al reconocer que el deseo de nuestro corazón es, en realidad, un anhelo de estar más cerca de Dios, damos un paso importante hacia adelante. Como la Sra. Eddy lo declara en Ciencia y Salud: “Sabemos que un anhelo de santidad es un requisito para alcanzar la santidad...” Ciencia y Salud, pág. 11.

El Salvador, Cristo Jesús, fue interrogado en una ocasión por un hombre rico que obviamente aspiraba a algo que le diera una satisfacción más permanente que la que él conocía, porque cuando vio a Jesús, el hombre corrió “e hincando la rodilla delante de él, le preguntó: Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?”

Jesús respondió citando leyes morales como las que Moisés le había dado al pueblo siglos antes: “No adulteres. No mates. No hurtes. No digas falso testimonio. No defraudes. Honra a tu padre y a tu madre”.

El hombre le dijo a Jesús que, de hecho, él había obedecido siempre esos mandamientos. En la Biblia leemos: “Entonces Jesús, mirándole, le amó, y le dijo: Una cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme, tomando tu cruz”.

La narrativa del Nuevo Testamento dice que el hombre, “afligido por esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones”. Ver Marcos 10:17–22.

¿Fue el mensaje perdurable que el Maestro nos dio, un requisito de que cada uno debe literalmente “vender” todo? O ¿quizás fue su lección una admonición específica de que sus discípulos debían estar dispuestos a apartarse de la materialidad y consagrar sus vidas a Dios, amando y cuidando de los demás así como Jesús lo hizo?

La declaración antes citada tomada de Ciencia y Salud sobre un anhelo de santidad está en perfecta armonía con las propias enseñanzas del Maestro. La declaración completa en el libro de texto de la Ciencia Cristiana es: “Sabemos que un anhelo de santidad es un requisito para alcanzar la santidad; pero si deseamos la santidad por encima de todo, sacrificaremos todo por ella”.

Podemos comenzar por hacer este sacrificio orando para dejar que nuestra vida sea dirigida por la voluntad divina y no por fines egoístas. Podemos luchar por conformar nuestros motivos a aspiraciones espirituales, y cambiar nuestros objetivos centrados en nosotros mismos por ideales más puros y por un amor desinteresado. Podemos dejar de atesorar objetos materiales como meras posesiones personales deseables y, en cambio, empezar a apreciar más las cualidades de belleza, armonía, alegría, integridad, etc., de las que podemos descubrir señales a nuestro alrededor. Las cualidades espirituales son realmente abundantes, expresadas por todas las ideas de Dios, y jamás son derivadas de la materia ni están confinadas a la posesión y el control de unos pocos privilegiados.

A medida que continuamos esforzándonos por confiar cada vez más en Dios — y menos y menos en la materia — nos damos cuenta de que nuestro verdadero ser siempre ha sido uno con Dios. En realidad, somos la expresión misma del Amor divino, el reflejo ilimitado del Espíritu. ¡Y qué libertad se gana a medida que demostramos la verdad! Ciencia y Salud afirma este hecho: “El ser es santidad, armonía e inmortalidad. Ya se ha comprobado que un conocimiento de eso, por pequeño que sea, elevará la norma física y moral de los mortales, aumentará la longevidad y purificará y elevará el carácter”.Ciencia y Salud, pág. 492.

Cuando anhelamos la santidad y vivimos de una manera que nos prepare para recibirla, no sólo nosotros somos bendecidos, sino que el mundo entero sentirá el sol radiante de vidas impulsadas y renovadas por la acción redentora del Cristo, la Verdad. El salmista cantó: “Confía en Jehová, y haz el bien; y habitarás en la tierra, y te apacentarás de la verdad. Deléitate asimismo en Jehová, y él te concederá las peticiones de tu corazón”. Salmo 37:3, 4.


¡Cuán amables son tus moradas,
oh Jehová de los ejércitos!

Anhela mi alma y aun ardientemente desea
los atrios de Jehová;
Mi corazón y mi carne cantan
al Dios vivo.

Salmo 84:1, 2

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