En lo más profundo del corazón hay un anhelo por algo más substancial que el brillo y el encanto que el mundo ofrece. Probablemente muchos lo hayamos sentido en algún momento de nuestra vida, quizás hasta con frecuencia. Pero, ¿hemos determinado qué es ese deseo, y qué significaría realmente para nosotros si ese anhelo fuere satisfecho?
¿Podría ser que verdaderamente estamos anhelando la santidad, la bondad pura y la exaltación espiritual que provienen de sentirse cerca de Dios? En medio de la experiencia humana, donde aun el logro de metas deseadas no siempre parece tan satisfactorio como debiera y donde la existencia es a veces abrumada por las más penosas circunstancias, permanece en lo más íntimo de cada ser individual una espiritualidad fundamental que no quedará por siempre ignorada. Y aun cuando hayamos sido engañados (o abrumados) por sugestiones y por la supuesta evidencia de que la vida es material, limitada, fútil o mortal, nuestro sentido espiritual continúa persuadiéndonos de que hay algo más que la mortalidad. La grandeza está en la santidad y la paz de encontrar nuestra vida en Dios, unida al Espíritu divino, aquí y ahora. La belleza de la santidad está a nuestro alcance en este momento; no necesita ser postergada para la vida en el más allá.
Al reconocer que el deseo de nuestro corazón es, en realidad, un anhelo de estar más cerca de Dios, damos un paso importante hacia adelante. Como la Sra. Eddy lo declara en Ciencia y Salud: “Sabemos que un anhelo de santidad es un requisito para alcanzar la santidad...” Ciencia y Salud, pág. 11.
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